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Opinión

18 de Octubre de 2011

La envergadura

Emerge una masividad nueva. “Somos muchos, somos más”, puede traducirse así la imagen de los estudiantes en la calle. Incluso cuando parece que se van a extinguir, vuelven a ser muchos. Allí está sin dudas buena parte de su fuerza. Pero esa multitud no se explica por las antiguas formas de constituir el lugar de […]

Rodrigo Ruiz E.
Rodrigo Ruiz E.
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Emerge una masividad nueva. “Somos muchos, somos más”, puede traducirse así la imagen de los estudiantes en la calle. Incluso cuando parece que se van a extinguir, vuelven a ser muchos. Allí está sin dudas buena parte de su fuerza.

Pero esa multitud no se explica por las antiguas formas de constituir el lugar de los muchos. Estamos ante fenómenos nuevos que exigen nuevos esfuerzos de comprensión.

En plena época de transformaciones en los regímenes del trabajo que han desarmado a los viejos sujetos de la producción, y a despecho de la sombría imaginación que no puede vincular lo masivo más que a la obediencia despolitizada o a la manipulación mediática, surgen muchedumbres articuladas que nos recuerdan que lo masivo, como todo lo interesante, no lleva sobre el lomo un solo signo.

Esta nueva envergadura social se constituye de distintos modos. En el momento de la primacía de la economía de los servicios y la llamada sociedad de la información, en el momento en que el capital se reproduce en torno a la producción de conocimientos, se impone una transformación en la economía que coloca al capital humano en su lugar central, incluyendo por cierto la promoción del emprendimiento y el discurso de la sociedad de las oportunidades.

Desde los concertacionistas años 90 esa hegemonía convocó a los nuevos individuos a constituirse bajo sus lógicas, dibujando su silueta con el troquel del capital humano. El mandato es construir la nueva fuerza de trabajo, de modo que no se trata de una mera operación tecnoeconómica, es un modo general de producir y comprender lo social.

La gestión política del neoliberalismo que instaló la Concertación supuso expulsar de la política a amplias franjas de la sociedad chilena. La democracia se vació no sólo de contenidos, se vació de gente. Pues bien, esa gente, sobre todos los más nuevos, han sido convocados a enrolarse en las nuevas formas de incorporación económica y social. La universidad del neoliberalismo, la escuela del neoliberalismo, adquiere en ese diseño un lugar clave. Dado que allí se reunirá a los convocados, es un lugar que debe ser redefinido: por un lado se establece que todo conocimiento está orientado primariamente por la obligación de la rentabilidad y por otro se diseñan mecanismos de crédito (acreditación mediante) para permitir la entrada de nuevas franjas sociales. Destrozada la vieja universidad nacional y pública por la dictadura, la Concertación y los empresarios pudieron instalar entonces los mecanismos de producción de los nuevos sujetos.

Pero ese proceso gesta también su opuesto. Allí donde parecía que nunca más podrían reunirse las personas a pensar de forma crítica y autónoma, la escuela y la universidad se han convertido en la posibilidad de nuevas convocaciones.

A contrapelo de los pronósticos de aquella sociología que estimaba que los malls (lugar de consumo) serían los nuevos lugares de la socialización, es precisamente en este espacio cardinal de la economía del capital humano (lugar de producción), diseñado para reunir y adoctrinar a los nuevos sujetos, donde sin embargo se elaboran, comunican y organizan nuevos malestares: incorporarse a la sociedad del emprendimiento cuesta caro. Para el chileno de a pie, el único aspecto de la libre competencia que queda activo después de la credulidad y el endeudamiento es el riesgo, y así el consentimiento se vuelve cada vez más difícil.

Otros modos de constituir estos sujetos están dados por sus prácticas de lucha. Estas multitudes gozan de una notable soltura y creatividad. Están articuladas bajo nuevos principios, donde unidad ya no remite a unicidad, sino a una condición múltiple que no oculta un cierto conflicto interior. Parte de la política se vuelve así más autónoma, es decir, más social y más propia de quien la ejerce. Pero sólo parte. Como se ha dicho, el lugar de la multitud está abierto, alberga tanto la posibilidad de la emancipación como la del sometimiento. Hay allí una pregunta por la política, que es la pregunta que viene.

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