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Cultura

15 de Noviembre de 2011

Ruidos que se cuelan, gemidos

Que el director David Lynch sacara un disco era cosa de tiempo. Su relación con la música sobrepasa con creces el mero gusto o fascinación por ella. Desde la construcción -junto a uno de sus editores de sonido, el ingeniero ciego Alan Splet- de aparatos generadores de sonidos de características tímbricas únicas (“Cabeza borradora”, “Terciopelo […]

Juan Pablo Abalo
Juan Pablo Abalo
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Que el director David Lynch sacara un disco era cosa de tiempo. Su relación con la música sobrepasa con creces el mero gusto o fascinación por ella. Desde la construcción -junto a uno de sus editores de sonido, el ingeniero ciego Alan Splet- de aparatos generadores de sonidos de características tímbricas únicas (“Cabeza borradora”, “Terciopelo azul”), pasando por sus experimentos con las frecuencias bajas (ralentizarlas y superponerlas a tal punto que el resultado no era sino la creación de lo que el propio Lynch llama “presencias” sonoras de otra naturaleza), su permanente escuchar música filmando o escribiendo, su fascinación con el organista y pianista Fats Weller, con la música clásica y el rock & roll, su codo a codo con el compositor Angelo Badalamenti, hasta la construcción de un estudio de grabación en su propia casa; todos estos antecedentes son algunos de los datos a considerar para entender que “Crazy Clown Time” no es un capricho, una excentricidad o el uso productivo de tiempos extraprogramáticos de un famoso director de cine, sino que, al contrario, se trata de la maduración tímbrica de un oído que logra, acá, materializar una vocación musical de manera excepcional.

De sonido oscuro (“She Rise Up”), ruidos que se cuelan (“Noah`s Ark”), presencias que deambulan, baterías (acústicas y en menor grado eléctricas) que cambian lo justo para que todas las capas sonoras se abran o se cierren (“Movin` On”), guitarras eléctricas de sonidos extendidos y temblorosos (“The Night Bell Whit Lightning”), robustos bajos que marcan inquietantes pulsos que parecen llevarnos a lugares desconocidos (“Speed Roadster”), gemidos de mujeres y otras voces que salen a la superficie a ratos, solo a ratos, como si estuviesen encerrados en algún lugar (“Crazy Clown Time”). Todo esto, más la voz de Lynch, presentada en monólogos incansables o alterada/distorsionada al punto de que escuchamos el hablar-cantado de una anciana o un niño, dan vida, organicidad, redondez a este disco que supera con creces las expectativas que uno podría haberse hecho solo atendiendo a las primeras muestras que deambulaban por ahí en internet.

Con un notable poder evocativo, estos mini filmes en formas de canción dejan el espacio necesario para que el cantar-hablar de Lynch, hable-cante como si se tratara de un relator de -en buena parte- historias perversas, las mismas que en sus películas, dirigía mientras escuchaba música con sus audífonos.


CRAZY CLOWN TIME
David Lynch
2011
Disponible por iTunes

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