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Opinión

1 de Diciembre de 2011

Cuatro millones y tantos

No entiendo por qué el movimiento estudiantil no puso más énfasis en reclamar la aprobación de la inscripción automática. Hubiera sido un modo muy concreto de manifestar que lo que buscaban era expandir la participación. El requerimiento de una mejor educación pública para todos, tiene como subtexto la aspiración de que sean más los dueños […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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No entiendo por qué el movimiento estudiantil no puso más énfasis en reclamar la aprobación de la inscripción automática. Hubiera sido un modo muy concreto de manifestar que lo que buscaban era expandir la participación. El requerimiento de una mejor educación pública para todos, tiene como subtexto la aspiración de que sean más los dueños del mundo. Es decir, que aumenten los incumbentes. A los que nos gusta la democracia, nos mueve el convencimiento de que no existe nadie que no tenga algo que aportar. Si no lo hicieron, supongo, es porque a medida que pasaron los meses sus demandas fueron focalizándose. Un quiebre importante se produjo cuando cambiaron la bandera contra el lucro por la de la educación gratuita.

La primera implicaba, por contagio, un buen lote de otros temas pendientes. Por esos días, muchos comentaban que a continuación del terremoto educacional, las réplicas alcanzarían a la salud, las AFP, las compañías de seguros… En esto el gobierno fue hábil, le puso un cerco a la onda expansiva que estaban provocando las protestas. Esas mesas de diálogo de las que no salió nada y que tuvieron a la tragedia por cómplice, le sirvieron para gremializar la discusión. Incluso el tema de las escuelas y liceos salió de la órbita. Durante las primeras marchas, entre los lienzos con consignas estudiantiles asomaban otros contra la usura y la concentración del poder, en cualquiera de sus formas. La molestia con los grandes medios de comunicación es la única que, por los márgenes, se ha mantenido viva y creciente en este período de manifestaciones.

Cunde la sensación de que tergiversan su realidad e inspiración. Como sea, el movimiento estudiantil está lejos de haber sido derrotado. Sus dirigentes han sabido evaluar los aciertos y errores cometidos en este período. No sólo forjó una nueva generación de políticos, sino que mantuvo en vilo a toda la clase dirigente por meses y, a los parlamentarios, literalmente desvelados a causa de sus planteamientos. El sistema educacional no sufrió ningún cambio de fondo, aunque obtuvo mil y tantos millones de dólares adicionales. Para buena parte de este gobierno, cuestionar sus bases equivale a renunciar a sus convicciones profundas, las que para tipos como el embajador Sergio “Negro” Romero, “no tienen ideología, sino que han adoptado el modelo de libertad económica”. Son leseras del “Negro”, pero sigamos.

Ya están surgiendo organizaciones políticas propiamente tales desde el interior de la CONFECH. Saben que el próximo será un año electoral y no piensan mantenerse al margen. Como sucedía a finales de la dictadura, cuando no había Congreso y unos cuantos caballeros se arrogaban la soberanía nacional, hoy el debate público ha vuelto a darse de manera muy protagónica en las universidades. Las elecciones de la FEUC y la FECH no han pasado desapercibidas. Todos los alumnos, por el sólo hecho de estudiar ahí, tienen derecho a votar. Afuera, en cambio, son pocos los autorizados. El actual padrón electoral está rancio y mermado. Representa a menos de dos tercios de los posibles votantes chilenos.

Desde hace años que los jóvenes no se inscriben. Por eso extraña su falta de protagonismo en este punto de la contienda, así como no sorprende que los vejetes más mediocres de la Cámara, esos que llevan décadas elegidos por los mismos y que ya ganan sin esfuerzo, se hagan los lesos con una reforma que tienen sobre el escritorio y que leen entre lágrimas y tiritones de miedo. El asunto es urgente si pretendemos que para las municipales la mayoría ciudadana decida. Ya se resolverá si el voto es voluntario u obligatorio: primero, que todos puedan ejercerlo. ¿O acaso sólo gritando en la calle esos cuatro millones y tantos de chilenos pueden dar su opinión?

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