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Opinión

4 de Enero de 2012

El año en que Piñera ganó

Que dizque el 2011 se venía el estallido social en Chile, pregonaban unos pues, cual brujos pronosticando revolución y desde sus palquitos tiraban piedras de papel, armaban barricadas de argumentos, molotontas de editoriales y ensayos encendidos que un meado de chilenidad cualquiera apagaba sin más esfuerzo que el verano. Dijeron, los chilenos, que el año […]

Wilfredo Chipana, residente peruano
Wilfredo Chipana, residente peruano
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Que dizque el 2011 se venía el estallido social en Chile, pregonaban unos pues, cual brujos pronosticando revolución y desde sus palquitos tiraban piedras de papel, armaban barricadas de argumentos, molotontas de editoriales y ensayos encendidos que un meado de chilenidad cualquiera apagaba sin más esfuerzo que el verano. Dijeron, los chilenos, que el año viejo era el del cambio y que esta vez si que sí se venía la revuelta porque el pueblo estaba abriendo la miradera. Y la esperanza, llamita loca que difícilmente prende, parecía por fin encender el tronco para hacer el jenecherú, fuego que nunca se apaga.

Poetas, periodistas, diputados, activistas, mujeres con escobas y locas de mercado, todo Chile, se decían. Académicos y opinadores, sobre todo, reían escribiendo que el Chile de la Razón o la Fuerza se caía con treinta y pico marchas y así no fue la cosa. Que este año es, que se acabó la dictadura, que revolución revoloteaban y no.

A Chile se le vino la realidad encima y ¡suaz!, agua va, fue, vino y la verdad apagó el fosforito de un cambio más grande en el papel que en las cabezas locas de los gallitos del quiquiriquí. A Chile se le vino su chilenidad encima y de revolución las gracias, de cambio el recuerdo, de reformas el intento y el país muy suyo sigue siendo reflejo del modelo que heredaron de los herederos de los papás de Chile.

No hubo revolución porque las bases del cambio no eran tan profundas como el ruido esperanzador de los muchachos y en definitiva se impuso la continuidad de un modelo que al final -las finales como dicen los míos- muy poquitos estaban convencidos de cambiar no porque sean pocos quienes lo encuentren injusto, sino porque la legalidad se respeta, les han enseñado a fuego.

¿O es que hay alguna duda de que los perdedores del año fueron los estudiantes? ¿Hay algún sutano que puedame decir -sin sonrojarse- que los movimientos sociales ganaron algo en el 2011? ¿O es que el modelo cambió? ¿Quedó, sinceramente, algo de ese estallido que sus historiadores y sociólogos veían tan clarito? ¿A ver, hay quien pueda sostener dos minutos que Camila Vallejo logró algo concreto?

Que sí, contestan emputados, arrevolverados, pensando con dos cabezas los machos: la niña puso sobre el tablero la realidad del país, la injusticia, la desigualdad y el bla blá de los bla blas. Y así, con el argumento vano de que este año se logró hablar de algo de lo que no se hablaba se enjabonan la vergüenza de ver cómo sus líderes cerraron el año con una mano delante y la otra en mejor parte.

Pero lo vimos, insisten. Hablamos de ello, excusan como en prédica de escuela dominical. Reflexionamos, reflexionan como si en el hecho hubiera un cambio, después de veintitantos años de pensar en cambiar las cosas. Y con esa cobija del hablar de las cosas tapan, también, toda la cojera de sus leyes de botas y charreteras, como quien dice ya sabemos qué es lo que pasa y se sienta a esperar que para ese mal no tenemos aspirina.

Años llevan unos diciéndolo a gritos y no hay novedad: el sistema educativo segrega y tiene deuda para el que quiera, eso es Chile venga y verá que eso ya mil Vallejo lo dijeron. Mil Vallejo hablaron ya de las cosas que hay que cambiar en el país de los vecinos, por eso, que la causa “justa, noble, hermosa” sea compartida es un consuelo flaco si no hubo cambios.

Pero la alegría del año del supuesto cambio no paró ahí y los chilenos se veían felíces de saber cómo eran. Así, a otros vi venir viniendo con el pecho inflado porque descubrieron, oh Colón, que hay en Chile colusión y que de empresarios malparidos está pavimentado el camino al crecimiento. Ladrones, gritaban afuera de las tiendas porque descubrieron, oh sorpresa, que su sistema de la deuda es ruin y hay algunos concertados para manejar mercados. Y juran venganza y juran que ahora que saben que hay robo en traje de lino no comprarán nunca más allí y los ves seguir haciendo la fila.

El año de la revelación, se ufanan recordando al muerto 2011 como el año en que se dieron los primeros pasos para reformar su lindo paisillo, mientras que el mandador electo hace todo lo contrario en la más legal de las jugadas: por él votaron, a él aclamaron y encumbraron para que, sonrisitas dando, se calzara la piocha del otro dictador y dictara con el dedo.

Pero já, tan zorro fue que ellos creyeron que mandaban cuando no:

“Avanzamos en la recuperación del cobre”, dicen y uno piensa que de payasos por la vida van vestidos, ignorando la invariabilidad tributaria que su Parlamento regaló.

“Que logramos un cambio en la educación”, se ufanan porque, gran logro, el empresario les bajó la tasa del préstamo a un dos por ciento cuando los bancos centrales del mundo tienen tasas cercanas al uno por ciento.

“Que frenamos las termoeléctricas y las hidroeléctricas”, sueñan despiertos cuando en sus narices el empresario y sus empleados en gobierno les han recordado que se necesita toda esa energía para que algunos pobrecitos empresaritos se vuelvan más riquitos.

“Que reformamos el sistema electoral”, esputan, tratando seriedad en la frase cuando a veces ni ellos creen que la voluntariedad del voto sea un avance, especialmente cuando el empresario y sus amiguitos le dicen al ciudadano de a pie, como el cabo Moyano, que tienen toda la libertad de votar voluntariamente por A o por B, porque no hay más y esto es Chile y así la libertad.

El año muerto solo tuvo un ganador en Chile aunque los chilenos no lo quieran ver: bajito, enjuto, zorro y presidente: Sebastián Piñera se llama y es la cara de todo lo que no cambió en doce meses y que los “movimientos sociales” creyeron habían derribado con bonitas canciones de amor.

El único ganador se llama Sebastián Piñera que cediendo en el papel en ciertos puntos a la avalancha logró perforar el movimiento, debilitándolo y -más importante aún- blanquear su visión de país, validando su obra y gracia, como cuando el travesti de Wojtila vino a pasear la falda por la estrecha franja.

Pero ellos, los analistas esperanzados, siguen creyendo que algo se cocinó el 2011 porque ahora lo vieron. Porque ahora la marcha tomó rumbo oriente y no occidente, porque ahora es la derecha asumida la que gobierna y no la derecha en el clóset que gobernó.

Y detrás de esa cortinita de revolución, amparado bajo el espejismo de que “luego vendrá el sereno”, el socarrón de brazos cortos y lengua larga avanza muerto de risa, aprobando con su manito izquierda las reformas con que está cambiando el Chile de mis vecinos a su pinta, girando más a la derecha cuando ellos, marchando, creen que han encaminado el país hacia un mejor lugar.

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