Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

25 de Enero de 2012

Manguerear la vereda

Cuando realicé un taller de literatura, noté en las rondas de opiniones que cuando alguien dejaba ver un dejo de dolor demasiado resonante o alguna idea demasiado obsesiva, lo tildaban de inmediato de Kafka o decían “uh, me puse Kafka” y destrababan esas situaciones conteniendo al autor, intentando racionalizar y descongestionar lo que adquiría ese […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
Por

Cuando realicé un taller de literatura, noté en las rondas de opiniones que cuando alguien dejaba ver un dejo de dolor demasiado resonante o alguna idea demasiado obsesiva, lo tildaban de inmediato de Kafka o decían “uh, me puse Kafka” y destrababan esas situaciones conteniendo al autor, intentando racionalizar y descongestionar lo que adquiría ese rumbo.

Y salían airosos. Da lo mismo que hubiesen dicho Kafka, Cobain o Ian Curtis: nadie hacía mofa de esos autores, los habían procesado y estaban en alguna parte de sus discos duros. Pero utilizaban el apelativo como un código que activaba todas las alarmas, aunque tampoco había miedo en esa movida que hacían, que era fuga y no escapismo, o cuidado mutuo ahora que lo pienso. Lo ligero de su sangre me provocaba una sana envidia, su falta de gravedad ante temas que podían poner todo pesado. Digo que no era escapista por sus trabajos: una trabajaba un texto sobre unas imágenes que ella misma había sacado con su celular o encargado a sus amigos: eran fotos de santiaguinas y santiaguinos llorando en el centro, con terno, caminando, en el quiosco, ante la imagen de Rita de Casia. Algunos aparecían llorando hasta con dignidad, con el rostro en alto; pero el texto de la chica no era quejoso ni denso.

Siempre pensé que la producción de arte en estos pagos carecía de placer y abundaba en queja. A diferencia de otros ambientes, noté que en ese taller no competían por quién era el más extravagante o reventado sino que, por el contrario, castigaban eso y se esforzaban en ser lo más normales posible. Porque eso es lo realmente difícil. El siquiátrico o la renuncia absoluta están mucho más cerca de lo que uno cree, es fácil ingresar a esos lugares Y quizás por eso también evitaban darle un aura de santidad y condición de intocables a sus autores preferidos. Hace algún tiempo -y hasta hoy si uno revisa cierta parte de la cartelera- la gente tenía una fuerte necesidad de mitos y héroes, y por ese motivo se hablaba de Teillier, Stella Díaz, Rodrigo Lira, Violeta Parra, M. L. Bombal o el músico de jazz Alfredo Espinoza como de una especie de santos. Creo que algunos pésimos documentales hechos a la rápida contribuyeron a eso y también algunas producciones más caras.

Toda esa gente hizo una obra fundamental para los de acá, importante para los de allá, cuestionada por los de más allá, cada uno tendrá su opinión sobre eso, pero creo que todos tienen cada vez más
sospecha del retrato que otros hacen de esa gente, porque a esa caricatura del artista como un loquito contribuye esta afición homenajera que no es otra cosa que una simplificación y reducción del patrimonio cultural como la que se hace en los medios y en los programas de educación. Porque hay gente a la que le gusta achicar el mundo.

Una persona inviable no es un héroe ni un poeta, no es un ejemplo a seguir, no es loable la renuncia en esos casos, y además, las mujeres muchas veces tienen que hacerse cargo de esos cachitos, de esos bultitos. Siempre apaña una mamá, una hermana, la esposa. Ahí es pertinente una lectura de género. Por otro lado, y este es otro grupo adicto a la santificación, nada peor que una densidad fingida, como algunos que intentan dar a sus filmes el olor de una provincia china o de Europa del Este para que el lenguaje sea familiar y reconocido en los festivales. Pero esto último es un poco hacer trampa. O no, es más bien: hacer las cosas como se ha visto que se hacen, en términos que la poesía (el cine, las novelerías, etc) se hacen hacia adelante, intentando crear un lenguaje. Creo que a esa parsimonia fingida para filmar le va a caer brutalmente el peso del tiempo encima.

Y en cuanto a palabras, muchas veces se citan dos poemas de dos o tres autores, hay un desprecio profundo por los lados B, hay una jibarización del patrimonio cultural. Por eso se hace la peguita rápida para la paleta publicitaria en el parque forestal o el metro por ejemplo, con los tres grandes artistas y sus archiconocidos hits. Hay mucho aseguramiento: hay más redacción que escritura; más sandías caladas que descubrimientos; más traducciones de libros que ya se han traducido cinco veces que arriesgarse con autores menos conocidos por estos lados, en definitiva: hay falta de audacia. La poesía, el cine, la música, etc., tienen que estar vivos, y para eso hay que ampliar –lo que es incluso menos trabajoso, más placentero– el territorio, la reflexión y la fiesta. Por el momento, imito a los integrantes del taller, que tenían como moda no mencionar los hits sino los lados B, C y hasta D de cualquier escritor o músico.

Temas relevantes

#arte#Carrasco#vereda

Notas relacionadas