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Opinión

29 de Enero de 2012

Un chileno sin papeles en las cloacas de la Madre Patria

Por Emilio Vidanski El día está nublado. El invierno ha llegado a la península ibérica trayendo toda su depresión. Y noticias amargas. Tras siete años, mi hermano se vuelve a Chilito. No ha aguantado ser un ilegal. La verdad es que no le da más el cuero para andar mendigando trabajo y nadie le quiere […]

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Por Emilio Vidanski

El día está nublado. El invierno ha llegado a la península ibérica trayendo toda su depresión. Y noticias amargas. Tras siete años, mi hermano se vuelve a Chilito. No ha aguantado ser un ilegal. La verdad es que no le da más el cuero para andar mendigando trabajo y nadie le quiere hacer ‘los papeles’. Se me viene el recuerdo de cuando llegamos al aeropuerto de Madrid con toda la ilusión de encontrar un buen trabajo, culearnos a todas las europeas posibles y montar una banda de hard core.

Una voz me despierta por los altoparlantes. Avisa que el vuelo a Santiago está por salir. Salgo del Aeropuerto y me subo al autobús con dirección al centro, al punto de inicio de todos los sueños de los inmigrantes, mientras mi hermano debe estar sentado mirando hacia la pista de aterrizaje.
Yo no quiero darme por vencido y no puedo volver tampoco a Chile hasta dentro de dos años. He dejado un forado de 3 millones a las multitiendas que me dieron su tarjeta de cliente premium sin ver mi sueldo y Dicom me busca.

Con sólo 10 euros camino por la ciudad en busca de algún restaurant o bar que pida en sus ventanales meseros o lavaplatos. He probado hasta con ser actor porno pero la crisis del ladrillo ha generado tanto desempleado (5 millones) que ni para meter el pico hay trabajo.

A llegar a la esquina de la plaza Puerta del Sol, donde los turistas se sacan fotos y donde hace unos meses se juntaron miles de indignados, veo más que nada gente con cara sombría, vestimenta gris y sentada sin hacer nada. Me parece estar de vuelta en Santiago, en calle Huérfanos.

El español está amargado. Se ha creído del primer mundo, gastando y endeudándose como un alemán pero no es más que un latino con la suerte de estar en el patio trasero de Europa. Ha recibido miles de millones de euros para entrar en la modernidad. Sin embargo, se los ha gastado sin prever ni ahorrar nada.

Me rasco los ojos y vuelvo a centrarme en mi alrededor. Ya no queda nada del milagro español, de ese gen hispano que se destacaba por crear empresas y que ahora ha pasado a manos de los chinos: unas máquinas de montar negocios que venden todo a un ‘eulo’.

La crisis es tan dura que incluso los bares, la primera casa del español, se han vaciado, claro síntoma que la cosa va muy mal.

Para los ilegales, como yo, la economía sumergida de la bonanza española antes de la crisis del euro era un gran apoyo para sobrevivir sin papeles. Ahora, la inmigración molesta y se le acusa de trabajar por menos dinero.

Lo gracioso es que antes el español no quería lavar platos ni barrer las calles y se dedicaba a estrujar el seguro de desempleo. Pero ese estilo de vida tiene los días contados ya que es imposible vivir seis meses trabajando y luego gozar otros seis sin ‘currar’.

La crisis ha acentuado, también, la labor de la policía contra los indocumentados. Ven a un negro o a un latino andino y lo paran para ver sus identificaciones.

No es necesario que hayan cometido ningún delito, con ser diferente vale.

España se está pareciendo a Chile. Es penoso pero es así. La distancia entre ricos y pobres ha salido a flote y se agranda cada vez más. Si viajas a España, apenas sales por Policía Internacional en Barajas, Madrid, puedes ver a decenas de sin-techo pululando por las cafeterías del aeropuerto.

Por ahora vuelvo a mi casa patera, donde vivo con otros 10 ilegales igual que yo, que en su mayoría son okupas, inmigrantes, ilegales, artistas, carpinteros, músicos. También hay otros muchos que sacan su dinero robando al descuido en el metro, en las calles más turísticas o vendiendo droga a europeos. Pero al final todos intentamos ganarnos la vida de alguna manera…

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