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Nacional

14 de Mayo de 2012

El drama de dos senegaleses que llegaron caminando a Chile

Partieron escapando de una guerra civil en su región y ya llevan más de cuatro meses en Santiago. No tienen papeles, no pueden trabajar, ni tienen un consulado o embajada a la cual recurrir. En Senegal no tienen donde llegar porque están amenazados de muerte. Acá quieren una oportunidad.

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Birama (39) y Babakar (29) llegaron a Chile arrancando de una guerra. En su ciudad, Casamance, ubicada en el suroeste de Senegal, el Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance los obligaba a integrar el ejército separatista que busca la independencia. Ya habían matado al padre y hermano de uno de ellos. No tenían más opción que huir.

A Santiago llegaron después de una larga travesía. Mandaron a sus familias fuera de Casamance, llegaron a Dakar y compraron una visa con destino prefijado hasta Perú. Ahí les robaron todo: maletas, pasaportes y dinero. Los dejaron con lo puesto y les dijeron que si en alguna parte podían hacer algo era en Chile. Así decidieron seguir viajando hacia el sur y como no tenían dinero, lo hicieron caminando. Cuando llevaban entre 2 y 3 días un camionero los trajo en su portacarga a cambio de sus anillos de matrimonio.

Aquí estuvieron un par de días en Plaza de Armas y luego llegaron a la hospedería del Hogar de Cristo y al Servicio Jesuita de Migrantes y Refugiados, Ciudadano Global. Pidieron una solicitud de refugio -con ayuda del servicio-, se las rechazaron, apelaron y después de un mes y medio la Intendencia, que se había hecho cargo del caso, se declaró incompetente y lo reenvió a extranjería para que ellos decidan, mientras siguen esperando una solución.

Hogar del webeo

A pesar de querer quedarse en Chile, Birama y Babakar están agobiados. Llevan cuatro meses viviendo de la beneficencia entre la fundación Ciudadano Global y la Hospedería del H. de C. Padre Álvaro Lavín, donde duermen, o mejor dicho, pasan la noche. No tienen dinero y tampoco cómo generarlo.

Entre todos los vicios de quienes llegan a dormir ahí, los primos africanos no resisten más. Su religión, musulmana, choca con casi todo lo que ven: ellos no toman, no fuman y rechazan desde la música fiestera hasta las relaciones homosexuales. No comen cerdo. Para más remate la semana pasada les robaron ropa y un reloj, lo último que les quedaba.

“No podemos orar y la gente molesta mucho. Nosotros queremos estar en una pieza y así no molestamos a nadie. Queremos quedarnos acá y trabajar por nuestra cuenta”, dicen ambos en wolof- la lengua que ocupa la mayoría de los senegaleces-, traducidos por un amigo senegalés que ya vive hace unos años en Chile.

El problema es que no pueden trabajar, porque para eso necesitan al menos un documento que confirme su identidad. No tienen un papel que diga quiénes son y por lo mismo, desde acá nadie se hace cargo ni siquiera de su expulsión. El pasaje a Senegal es muy caro y definitivamente, ellos no quieren volver a Senegal.

“No podemos. De volver tendríamos que huir de nuevo. Si nos quedamos nos matan”, dicen los africanos, temerosos y muy cansados al no poder dormir tranquilos en la Hospedería. Mientras esperan que se resuelva su tema, tienen clases de francés y español en Ciudadano Global. Y tres veces a la semana deben firmar para confirmar que siguen estando en Santiago.

No poder volver

Por ahora, la resolución de la Intendencia tampoco fue satisfactoria. La resolución fue de deportación, aunque sin negarles la vuelta a Chile con un papel de identificación. Ahora el caso lo debe zanjar extranjería.

De todas formas, el panorama se ve adverso. Los hechos no los ayudan: entraron de manera ilegal al país, no tienen ningún tipo de documento y no existe ningún consulado o embajada de Senegal en Latinoamérica. Sólo hay uno en Brasil, pero para eso alguien tendría que financiar su viaje hasta allá.

Sin embargo, ellos quieren quedarse. Saben que la temporada acá es mucho más fría que en su tierra natal, pero quieren trabajar e instalarse en Chile. Volver no está en sus planes y sólo quieren que Chile les otorgue refugio para no volver a la guerra civil de Casamance. “Queremos vivir tranquilos”, dicen.

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