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Opinión

16 de Mayo de 2012

Discurso de Gabriel Boric: ¿Podemos los estudiantes creer en el Presidente?

Discurso de Gabriel Boric al finalizar la masiva marcha estudiantil de este miércoles. Las encuestas dicen que el 70% de los chilenos no cree en el presidente. ¿Podemos los estudiantes creer en el presidente? Piñera se comprometió a eliminar el lucro encubierto en las universidades, pero cuando llegó el momento presentó un proyecto de ley […]

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Discurso de Gabriel Boric al finalizar la masiva marcha estudiantil de este miércoles.

Las encuestas dicen que el 70% de los chilenos no cree en el presidente.

¿Podemos los estudiantes creer en el presidente?

Piñera se comprometió a eliminar el lucro encubierto en las universidades, pero cuando llegó el momento presentó un proyecto de ley para una superintendencia que legitima el lucro.

¿Podemos los estudiantes creer en lo que dice el presidente piñera?

Hoy en día, los partidos de gobierno tiene a tres ministros que construyeron sus fortunas con el negocio de universidades privadas.

¿Podemos creer los estudiantes que a la UDI o a RN le interesa ponerle fin a esta estafa?

Ricardo Lagos y Sergio Bitar crearon el 2005 el sistema de los créditos CAE, que tiene endeudado hasta no poder más a miles de familias chilenas, y a los que nos opusimos en su momento a dicha reforma nos dijeron que éramos egoístas.

Michelle Bachelet, a quien cientos de miles de estudiantes le pedimos en las calles el año 2006 que cambiara nuestro sistema educativo, nos dió la espalda, y acordó con la derecha aprobar la LGE, traicionando a un movimiento que quería derribar el legado de la dictadura.

¿Podemos acaso los estudiantes creer en la Concertación y sus partidos?

La respuesta es muy simple: Los estudiantes no podemos creer ni en Piñera, ni en la derecha, ni en Bachelet, ni en la Concertación. Sería atentar contra nuestra inteligencia, nuestra historia y nuestro sentido común.

El desafío de todo movimiento como el nuestro es entender su momento histórico. Es entender qué es lo que representamos, y por ende, qué es lo que podemos hacer. Cuáles son los muros que podemos derribar y cuáles son las realidades que podemos construir.

A nosotros, como generación, no nos tocó experimentar la dictadura. Algunos éramos muy pequeños para entender lo que pasaba y la mayoría no había siquiera nacido. Pero sí nos tocó ver la esperanza de nuestros padres, hermanos, y vecinos de que con el retorno a la democracia iba a significar un cambio profundo en sus vidas, y nos tocó estar ahí cuando dicho anhelo fue lentamente cayéndose a pedazos.

Tuvimos, a la vez, nuestra propia historia de sin sabores. También hicimos nuestro camino para tratar de cambiar este sistema, y descubrimos las nuevas murallas que se habían trazado, aquellas que impedían salirse del modelo acordado durante la dictadura.

Fue en ese camino, sin embargo, donde aprendimos que si había cosas en las que creer. Aprendimos a creer en nosotros mismos, en que a pesar de que la televisión nos dijera que estábamos equivocados, esa sensación en la guata de que esto podía cambiar estaba en lo correcto. Aprendimos a creer en nuestros compañeros, aquellos que sufrían los mismos abusos que nosotros, y en que la fuerza y radicalidad de nuestro movimiento se encontraba en nuestra unidad y cohesión. Aprendimos a creer en los chilenos y chilenas, aquellos que parecían llevar vidas tan grises y tristes, pero que en el fondo de sus corazones seguía vivo el deseo de vivir en una sociedad más justa, más igualitaria y más democrática.

Nuestra convicción es que los que marchamos hoy, y todos aquellos que siguen con esperanza esta marcha desde sus casas y trabajos, tenemos una gran responsabilidad a cuestas. No se trata de que seamos grandes iluminados o de que tengamos una verdad que nadie conoce. Se trata del momento que nos toca vivir y la posibilidad de avanzar en una dirección que hasta hace unos años era impensable. Es nuestra responsabilidad, como generación, acabar con la transición.

Hace un poco más de 20 años los defensores y algunos de los opositores de la dictadura llegaron a un acuerdo. Llegaron a un acuerdo sobre una forma de concebir al ser humano, a la sociedad y al Estado. Decidieron que el Estado se debe reducir a su mínima expresión. Que el mercado es la fuerza principal que debe ordenar nuestra sociedad. Que es muy importante atender las preocupaciones de los empresarios, y no tanto las de los trabajadores. Que estudiar solo sirve para tener mejores sueldos, y que los colegios y universidades funcionan mejor si dividimos a la gente según cuánto puede pagar. Que el Estado sólo tiene que otorgar lo mínimo en educación, vivienda y salud, y que sobre el resto cada uno se debe rascar con sus propias uñas. Que la cultura y el arte que necesita el país es la que más venda. Que es mejor que los ricos vivan con los ricos, y los pobres con los pobres. Que el desarrollo es tener a 3 personas en la lista de los 100 hombres más ricos del mundo.

Nosotros somos tantos, y tenemos tanta fuerza, porque este modelo fracasó. Porque ha llegado hora de ponerle fin a esta manera de entender la sociedad y de parir una nueva manera de comprender el rol que le corresponde a cada uno de nosotros y al Estado en la vida social, que se haga cargo a la vez de los anhelos y sueños de las grandes mayorías y también de los desafíos que tenemos como sociedad de cara al siglo XXI.

Nuestra propuesta es que a esta manera de entender el mundo, que llamamos “subsidiaria”, tenemos que contraponer una donde determinados ámbitos de la vida, aquellos que entre todos decidamos como esenciales, sean tratados como “derechos universales”, es decir, derechos y privilegios a los que se accede por el solo hecho de ser miembro de esta comunidad.

Esta idea cuesta a veces entenderla, porque nos han machacado tanto con la otra, que a veces parece absurdo o imposible plantearla. Cuando los estudiantes decidimos que queremos gratuidad en educación, no estamos diciendo que no queramos pagar. La educación siempre tiene que pagarse. La pregunta es quiénes pagan y cómo lo hacen. Lo importante para nosotros es que la base del sistema educativo sea que todos, por el solo hecho de nacer en Chile, tenemos derecho a acceder a la mejor educación que como sociedad podamos darnos.

Esto no es un capricho. Entender la educación como un derecho es la única manera de lograr tres objetivos fundamentales para cualquier sociedad que aspire a liberarse del poder de los más ricos y tomar las riendas de su propio destino: formar ciudadanía, producir igualdad y generar un desarrollo más pleno.

Dicho esto, el desafío que tenemos por delante es claro e ineludible: o seguimos atados al legado de la Dictadura, con su democracia estrecha y nuestros derechos convertidos en bienes de consumo, o le ponemos fin a la transición e iniciamos una nueva etapa en la historia de Chile. No es momento de grises, de pactar con la vieja política, hoy agotada, sorda y decadente. Queremos nuevos tiempos, mejores, que tengan a las mayorías como protagonistas y ya no como meros espectadores. Donde la alegría nos llegue a todos, donde seamos directores en el teatro de nuestras vidas.

Somos más, y tenemos la razón de nuestro lado. Ellos tienen mucho que perder y nosotros muchos que ganar. Vamos adelante con la fuerza de nuestra alegría, de nuestra rebeldía, que la lucha del presente, es la paz del futuro.

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