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Opinión

16 de Mayo de 2012

“Lihn no era malas pulgas, era muy delicado, dulce, era pura risa”

Famosa por sus entrevistas a escritores y artistas, se chateó y alejó del mundo cultural y se refugió en Catapilco para buscarse otra vida. Y la encontró en el collage, una cuarentena de los cuales hoy expone. De eso, del suicidio de su prima Pilar y de su amistad con escritores como Couve habla acá, sin tapujos ni tupidos velos.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
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Foto: Alejandro Olivares

Atrás quedaron los años en que Claudia Donoso (1955) se lucía con sus entrevistas a personajes del mundillo cultural chileno. El 2007 se fue a una huelga de brazos caídos y optó por apagar su grabadora. Se chateó del periodismo. “Se me echó la yegua”, dice. Estaba reventada. La aburrieron los personajes que le tocaba entrevistar una y otra vez porque la pauta lo obligaba. “Se repite todo. Yo ya había entrevistado cuatro veces a Gonzalo Díaz y entrevistarlo me resultaba un poco angustioso”.

Además, el ritmo del periodismo no iba con su naturaleza, lenta y desordenada. “Me vino un gran hastío con el periodismo sobre todo porque estás obligada a meter los contenidos en un cerámico de 30 x 40. Y ahí tienes que hacer caber lo que te toque. La repetición del formato ad eternum me cansó”.

Y mandó todo a la mierda. Es que nunca se sintió cómoda con su traje de periodista. “Tengo pésima memoria, todo se me olvida, no me sé el nombre de ningún subsecretario. Nada”, dice.

¿Te aburriste de la literatura también?
-No de la literatura, sino de mi forma de escribir. La forma de escribir es una forma casi orgánica, y esa forma me empezó a parecer repetida. Este último tiempo ha consistido en esperar que orgánicamente me transforme y produzca así otro tipo de escritura.

Y en todo este tiempo, ¿no has escrito nada de nada?
-No tan así. Ahora escribo en unas bandejitas de cartón para pasteles que funcionan como tarjetitas. Son cosas que se me ocurren bien torpemente. Ideas. Es una especie de diario de mi enclaustramiento, de mi metida para adentro, un diario de la internación.

¿Por qué en bandejitas de pasteles?
-Son las mismas que ocupo para los collages. Y además son súper cómodas, soportan bien el gesto de escribir. No así un cuaderno, que tiene páginas seguidas y uno está como obligado a llenarlo. Eso me agobia mucho.

Se fue a vivir a una parcela a Catapilco para desconectarse de todo en una vida de retiro y aislamiento. Y empezó una búsqueda interna. Quería buscarse otra vida. Y la encontró en la técnica del collage, que la trajo de vuelta a la vida pública, como ella misma dice, con una exposición llamada “Jolie Madame” -en alusión a un perfume de los años 60 que pilló en una revista antigua- que inaugurará este sábado en la Galería Casa E de Valparaíso. La serie de 40 collages la componen imágenes que recortó de libros y revistas antiguas, enciclopedias juveniles y publicaciones de arte.

Pero antes de aburrirse del medio, Donoso entrevistó a pesos pesados de la literatura como Enrique Lihn, su tío José Donoso, Adolfo Couve, Gonzalo Rojas y Stella Díaz Varín. Con la mayoría tejió amistades. “Es que les hacía unas entrevistas eternas, por lo que siempre se iban generando lazos”.

Claudia, eso sí, partió como reportera fotográfica en la desaparecida revista Hoy. Su tutor fue Heliodoro Torrente, Premio Nacional de Periodismo 1957: “Un huevón alucinante, si alguien quisiera contar su historia y mostrar sus fotos tiene que llegar y hacerlo”.

¿Por qué no lo haces tú?
-Lo he pensado, pero estoy aburrida de rescatar figuras. Estoy con ganas de hacer cosas mías, porque nadie me ha rescatado, así que tengo que rescatarme yo misma.

Sé que tienes un sinfín de grabaciones que no han sido publicadas. ¿Piensas hacer algo con ellas?
-Estas entrevistas que hacía se convertían en posibles libros. Cuestión que era súper agobiante. Ponte tú, se me convirtió en libro Stella Díaz Varín, Couve, Donoso, Lihn. Como las entrevistas eran eternas, dan para un libro. Son todos unos pesos que ando acarreando como unos baúles con carillas y transcripciones eternas. Por ejemplo, tengo varias versiones de una entrevista a Pepe Donoso. Al punto que estoy pensando que si algún día hago un libro con eso, tendría que volver a las transcripciones originales.

Una lata.
-De repente me dan ganas de meterlos a todos en un sólo libro.

¿Cómo?
-Hacerlos conversar entre ellos o hacer una obra de teatro donde estén relacionándose. Esas entrevistas son un material súper plástico. Para mí, la escritura tiene que ver con la búsqueda de formas. No me satisface un libro de conversaciones con un escritor. Me da lata, me aburre.

¿Por qué?
-Me gustaría que fuera de otra manera. Por ejemplo, cruzar a Lihn con Couve, con Bertoni, con Uribe, para que conversen. Armar una forma distinta. No tradicional.

Tu tío José te encargó su biografía, como lo hizo con varias personas… ¿Te interesa?
-Huí de eso. No quería quedar casada con ese saco. Quedarme andando en torno a lo mismo durante toda la vida… no. Eso te obliga a mucho y no te permite buscar tu propio mundo imaginario. No voy hacer un segundo Obsceno Pájaro de la Noche. No voy a escribir un libro de 500 páginas como le gustaba a él.

CON LIHN

¿Cuál fue la entrevista que te dejó más contenta?
-La de Lihn. A pesar de que al principio no estaba muy segura de hacerla porque no conocía su obra, y se lo dije al mismo Lihn, que me insistió para que se la hiciera igual. Al final terminé aceptando. Y es la gran entrevista que hice. Nos demoramos como tres meses, porque fueron muchas sesiones, y luego editarla fueron como seis meses más.

¿Y de qué hablaron en esa entrevista?
-Yo quería hacerlo hablar de la vida suya, pero él se negaba: quería hablar sólo de literatura. Tuvimos un gallito, pero al final Enrique accedió a hablar de aspectos de su vida, de su abuela, de sus padres, de sus amigos. La entrevista yo quería tirarla por el lado donde se junta la vida con la obra. Pero Enrique tenía teóricamente una postura en que la vida del autor no importa nada. Y de algún modo se consiguió lo que yo quería. Y quedó un retrato muy lindo de él que visto a la distancia está bien logrado. He leído un montón de entrevistas a Enrique y todas las encuentro una lata.

¿Por qué?
-Son muy teóricas, muy hablando desde el fenómeno de la literatura, mucho con el estructuralismo, puras ideas. A mí me gustan las cosas encarnadas. No me gusta cuando desaparece el suceso o el fenómeno interno que acompaña una convicción estética. Me gusta juntar las dos cosas.
Luego de esa entrevista, la pareja nunca más se separó: “De ahí me quedé para siempre con Enrique”.

¿Cómo pasaron de la entrevista al romance?
-Desde el principio había algo. Como que nos buscábamos. De hecho, antes de conocerlo, yo lo seguía en la calle cuando él iba leyendo.

¿Y se daba cuenta?
-Nunca cachó. Bueno, como te contaba, cuando después de tres meses terminó la entrevista y ya no había pretexto para volverse a ver, me enfermé, me dio fiebre. Y después del fin de semana que me quedé en cama, el lunes en la mañana, muy temprano, me presenté en su domicilio y me declaré. Díjele: “Estoy enamorada de usted”. Todo eso figura en los poemas que están en su libro “Al bello aparecer de este lucero”. Fue como una película muda y en cámara lenta.

¿Y cómo respondió a esa declaración amorosa?
-No me acuerdo que me haya dicho nada. Mudo el tipo con sus tremendos ojos negros siempre húmedos y su cara de tragedia, con esas arrugas como relámpagos en la frente.

¿Qué vino después?
-Yo estaba casada y en dos semanas deshice mi matrimonio, cuestión que me costó carísima en términos económicos, porque ése fue el castigo del ofendido: pirquinear toda la vida y hasta donde le fue posible con las pensiones alimenticias de mis dos hijos. Enrique, por su parte, rompió la relación que tenía en ese momento así es que quedaron heridos por lado y lado. Y heridos concretos en el caso de Enrique, porque mi ex lo agarró a combos y Enrique fue a parar a la posta dos veces.

¿Qué recuerdos tienes de Enrique?
-No era malas pulgas, era muy delicado, dulce y con un fantástico sentido del humor; nada que ver con alguien amargado; en realidad lo que más nos juntaba era la risa. De Enrique tengo una impresión que es muy diferente a la que circula. Para mí, él era pura risa. No era un gallo serio, con la frente partida en dos con los rayos de las arrugas del señor serio, sino al contrario: lo único que hacíamos era payasear. Era muy bonito lo que pasaba ahí porque nos entendíamos en la risa, por eso nos gustaba estar juntos. Algo pasaba que nos juntábamos y empezaba la fiesta. Y la conversa se transformaba en algo enjundioso, en algo que tiraba chispas.

PILAR DONOSO

¿Te pasó eso con otras personas?
-A nivel amoroso con él nomás. Pero, bueno, así también fue mi relación con Couve, con el que fui amiga a partir de su libro “Balneario”, cuando me buscó para que lo entrevistara. Adolfo necesitaba a alguien que hiciera la tarea de ponerlo a él en palabras, porque tenía muchas cosas que decir, y me buscó para ser su amiga, con la condición que no me enamorara de él.

¿Y?
-Y me enamoré igual. Hasta le propuse matrimonio, pero era matrimonio con él y con Carlitos, que era su compañero. Yo quería irme a refugiar con él a Cartagena para acompañarnos, pero le dio una paranoia espantosa cuando se lo propuse.

¿Qué te dijo?
-“¿Acaso quieres un matrimonio blanco?, ¿estás loca?”, me dijo. Y nada. Ahí quedé.

¿Y con Parra?
-Me fascina Parra, me fascina Ripley, esa onda. Me habría quedado a vivir con él, pero no puedo quedarme con todos. Habría vivido feliz de la vida con él siempre cuando me hubiera dado la pasada. Es mucho también. Uno también siente la necesidad de dejar de estar con personajes. Los anónimos son vidas que me fascinan.

Y a la Paz Errázuriz, con la que hiciste el libro “La Manzana de Adán”, ¿cómo la conociste?
-Por Enrique. Hubo una gran afinidad que se tradujo en ese libro, donde estuvimos durante cuatro años siguiendo a una familia de prostitutos travestis que durante la dictadura nos llevaron por los vericuetos de la noche y de la represión, que era particularmente novelesca en el caso de los travestis. Ahí el tema se junta con el libro de mi tío José “El lugar sin límites”, donde se percibe la brutalidad y el linchamiento del que son víctimas los homosexuales en Chile.

Hablaste de ese tema con tu tío.
-Sí. Me dijo una vez: “Sé lo que quieres saber, sé que me quieres preguntar por el tema de la homosexualidad. Pero no quiero que mi obra sea descrita como la obra de un escritor homosexual. No me gustan ese tipo de reducciones. Lo que me gustaría es que eso estuviera latente, que fuera algo que le diera volumen a mi obra”. Eso me dijo. De algún modo mi tío vivía con cierta libertad su mundo interno y si hizo la vida que hizo con señora, con hija, fue del terror al linchamiento nomás.

¿Y qué te pareció el libro de su hija, tu prima Pilar, “Correr el tupido velo”?
-Sorprendente, muy importante, un gran-gran retrato de mi tío Pepe y de la vida familiar que la involucraba a ella misma. Es un libro de una crudeza extrema. Aplaudo a mi prima el que haya tenido el temple, la lucidez y la capacidad de verdad como para armar un retrato tan profundo de un ser tan complejo como fue mi tío Pepe.

¿Cómo tomaste su suicidio?
-Ella había intentado suicidarse innumerables veces. Así que me lo esperaba.

¿Y cómo era tu relación con ella?
-Teníamos una relación muy pasional. Habían períodos en que estábamos muy cercanas y otros, peleadas a muerte. Nos llevábamos en eso. Cuando se suicidó estábamos peleadas. Yo no quería verla más. Y no la vi más, poh. Fue heavy.

PARCELA DE DESAGRADO

Al mundo cultural, dice Donoso, “lo encuentro muy árido. No quiero meterme en ese mundillo y colocarme dentro del escenario chileno de lo intelectual, aprovechando, entre comillas, mi currículum para ocupar un lugar que me habría convertido en una señora que hace talleres. Además que tengo que ver lo menos que hay con los lugares organizados. Los respeto, pero no los soporto”.

Gran parte de su hastío se debe, además, a que quería recuperar su intimidad. Quería volverse secreta. Incluso pensó en volver a estudiar. “Pensé que me faltaba un poco de amoblado del cerebro y pensé en estudiar filosofía o estética. Pero todos esos caminos me parecen súper convencionales, además que los profesores son pésimos”. Y optó por la vida en el campo.

Una cosa es dejar el periodismo y otra irse a vivir como ermitaña al campo. ¿Por qué tomaste tan drástica determinación?
-No podía irme de Chile. Estaba en bancarrota económica, con muy poca moneda, y la solución fue irme a 140 kilómetros de Santiago, a Catapilco, donde tengo una parcela de desagrado, sin agua ni nada más que una casita donde podía vivir gratis. Quería producir una situación extrema en mi vida, porque el hastío mío era inmenso.

¿Tu familia cómo lo tomó?
-Aterrados y con espanto porque cualquier persona que se va a aislar está de alguna manera condenada. Se sabe que te va a ir mal si te sales del sistema por completo.

¿Qué hacías allá?
-No mucho. Venía de vez en cuando, poco, a Santiago. Leía, pero prefería dormir. Durante esos tres años allá me la pasé durmiendo. Con unos vecinos me ponía de acuerdo para ir a comprar pan porque vivía lejos del pueblo y no tenía auto. No salía mucho a ninguna parte. La situación me la armé bien extrema, no tenía nada. Fue una especie de reeducación de mí misma.

¿Y no te aburrías en esa vida monótona?
-También. Me aburría caleta.

¿Cómo matabas el aburrimiento?
-Con trago. Tal como lo hacía en Santiago y de acuerdo a los usos y costumbres, uno se toma un vinito. Y, bueno, en las tardes me tomaba un vinito y de repente empecé a pensar que me convertiría en una vieja curada.

Te sicopateaste.
-Claro. Me pudo haber pasado eso, pero no me convertí ná. Y es más: dejé de tomar en absoluto.

¿Pero estabas muy buena para el copete?
-Estaba un poco convertida en una vieja curada, pero ahora estoy convertida en abstemia. La cosa fue bien a concho. Mi salida de madres, de sistema, fue a finish. Tomé riesgos mayores. Me preguntabas si me aburría: por supuesto. Bancarse el aburrimiento es tremendo.
Ahora es una abstemia que vive en Bellavista, en el epicentro del carrete, en el subterráneo de la casa que fuera de Camilo Mori, donde comparte espacio con el hijo del pintor y su esposa. Un espacio que define como pensado para ella. “Es ideal para que haga mis collages. Tengo todo. Incluso recibí de regalo todas las revistas antiguas que eran de Camilo Mori. Un honor que me sirvió para mis obras”.

En los últimos meses, Claudia ha tenido una fiebre por el collage. Le vino un ataque productivo como nunca. Ni siquiera sale a la calle. Ha hecho más de 120 obras. Pero ahora, con la exposición, toda esa racha se ha esfumado. “Eso me tiene preocupada. No sé qué irá pasar para adelante”.
Un camino posible, dice, es grabar una peliculita sobre la cumbia “El Galeón español”: “Un día de carrete en el barrio estaba sonando a todo chancho esa cumbia, que es como un himno de los años 80, de toda esa gente que andaba pululando por las calles del toque de queda. Y, bueno, esa noche me dieron ganas de bailar y lo hice encerrada en mi pieza mientras afuera estaba todo el jolgorio. A lo mejor resulta algo divertido”.

Y otro camino es retomar la cámara fotográfica y retratar lo que pasa en su metro cuadrado. “No saldría a la calle, sino que usaría la cámara para retratar mi entorno inmediato como, por ejemplo, lo que veo por mi ventana, que son sólo cabezas, no veo los pies, es más: veo cabezas con sombreros. Son como las sombras de la cueva de Platón”, dice.

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