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Opinión

28 de Junio de 2012

Pepe Mujica

He vuelto a ver un par de veces el discurso de José Mujica, presidente de la República Oriental del Uruguay, durante la última Conferencia de la ONU en Río de Janeiro. No se trata de una pieza brillante, donde sorprendan los hallazgos geniales. De hecho, su melodía no busca los aplausos. Está en las antípodas […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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He vuelto a ver un par de veces el discurso de José Mujica, presidente de la República Oriental del Uruguay, durante la última Conferencia de la ONU en Río de Janeiro. No se trata de una pieza brillante, donde sorprendan los hallazgos geniales. De hecho, su melodía no busca los aplausos. Está en las antípodas de la oratoria rimbombante de Fidel Castro. Citó a Epicuro y Séneca en lugar de al Che Guevara y Carlos Marx. Sus sentencias no suenan ahí como el tintineo fastuoso del espadachín. Poseen la redondez del que se siente parte de lo criticado, aún no correspondiéndole.

Se trató de la puesta en escena de los deseos de un hombre sensato. José Mujica tiene un Volkswagen viejo, del año 1987, muy parecido al escarabajo de Nicanor Parra. Es archiconocida la historia de su llegada al Congreso, recién electo, en motoneta y con buzo. El guardia no lo dejó acomodar su moto calandraca en el estacionamiento de los diputados, y cuando le preguntó si se quedaría mucho rato, el Pepe, como le dicen todos, contestó que cuatro años, si no lo echaban antes. Le gusta cultivar la tierra y tiene una chacra en Rincón del Cerro, a las afueras de Montevideo. Es querido y respetado por sus vecinos. En las fotos que lo muestran ahí, aparece gordo y despeinado, con la pinta de un hombre de barrio, contento. “Pobre no es el que tiene poco –dijo en su breve discurso–, sino el que desea infinitamente mucho”.

Alguna vez, por estos lados, un conocido hombre de las finanzas defendió la codicia como virtud. Debe haber sido mucha su desesperación para preferir con tanto ahínco lo que podría tener, a lo mucho que ya tenía. Un mucho, diría Pepe, que no basta para nada. Pero es cierto que durante años ha sido esa la energía motriz de nuestra sociedad: la búsqueda del bien en los bienes. Hoy, sin embargo, ese eje está crujiendo. Paralelamente a las marchas que demandan igualdad, los magos hablan de un cambio epocal, las grandes economías están en crisis, y el ministro de Educación de un gobierno de derecha, en el beato Chile, encabeza desfiles por los derechos de los homosexuales. Me cuentan que fueron más de 50.000 personas.

Que acudieron muchas familias completas, con sus niños y guaguas en coche. En fin, lo que hizo Mujica fue reformular las preguntas básicas de la política. Se preguntó ante los poderosos del mundo cómo queríamos habitar el planeta. Es curioso, pero a ciertos amigos míos les molestó. Uno me dijo, con tono peyorativo, que había sido como la homilía de Noha Seattle, el piel roja. “¿Pero cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?”, le preguntó el jefe de los suquamish a Isaac Stevens, el enviado especial del presidente norteamericano Franklin Pierce para negociar la propiedad de sus parajes. A un cierto punto, son preguntas nada de bobas. “No nos puede gobernar el mercado –dijo José Mujica–, tenemos que gobernar al mercado”. El presidente del Uruguay también habló del agua y de la civilización.

Según Zurita, está culminando la era de la literatura, esa que comenzó con el primer verso de la Ilíada, donde se canta la cólera del pelida Aquiles, “cólera funesta que causó infinitos males…”. Yo no sé si será cierto. Ver para creer. La cosa es que Mujica me cayó bien. Como gobernante, son pocos los que le ponen un siete, pero dona el 90% de su sueldo, aparentemente más para no ser rico que para ayudar a los pobres. Pasó cerca de quince años preso, donde no se tiene nada. Insistió, en un foro repleto de burócratas, que nada vale tanto como la vida. En medio de la chuchoca politiquera, de pronto refrescan estas ingenuidades. No termino de entender por qué a esos amigos míos les disgustó. ¿Será que lo simple, en el reino de la información, avergüenza? Mucho pito, dirán los prácticos, ahora que allá el Estado tendrá cultivos de marihuana.

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