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Opinión

17 de Agosto de 2012

La piedad del abrigo sobre la piel

A mi vuelta de Bs As no tenía un peso y algunos amigos me prestaron ropa. Literalmente, me refiero: una parka, pantalones, unos sweaters. Y otro conocido poeta me consiguió unos trabajos para sobrevivir esos días. Prestar ropa es una expresión de la jerga de un lirismo profundo, es la piedad del abrigo sobre la […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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A mi vuelta de Bs As no tenía un peso y algunos amigos me prestaron ropa. Literalmente, me refiero: una parka, pantalones, unos sweaters. Y otro conocido poeta me consiguió unos trabajos para sobrevivir esos días. Prestar ropa es una expresión de la jerga de un lirismo profundo, es la piedad del abrigo sobre la piel, al igual que la palabra salvar. Sospecho un sustrato cristiano en el fondo de esas expresiones. Cubrir, encubrir en caso de aprietos o delitos, defender, salvar. El egoísta es el que no salva a nadie.

Hay objetos que salvan, que salvan caleta. Al igual que prestar ropa, apañar también es una figura textil: arreglárselas con algo, solucionar y salir de un apuro, amortiguar un golpe o una caída

Vi en el GAM el documental sobre el fotógrafo de modas Bill Cunningham, quien fue condecorado por los franceses con el título de Officier de l’ordre des Arts et des Lettres y quien fuera él único invitado de los Rockefeller-Astor para un cumpleaños; muestra el documental su amistad con lo más top de la moda mundial, es en el único que confían los más top: De la Renta y todos esos. Cunningham vivía en un lugar sin baño, ocupaba el baño público del Carnegie, dormía entre sus miles de negativos, sin muebles, usaba un overol que parchaba con un corchetero y se movilizaba en bicicleta. Casi un mendigo, cuyas ideas sobre la moda y la belleza eran tan brillantes como sus ojos cuando las exponía. La moda es una armadura según él, y muchos diseñadores basaron sus modelos en los mendigos de NY, afirma el genio de la fotografía.

Y del GAM me voy caminando por la calle Portugal en donde, enfrente de la Posta Central, hay una serie de homeless, muchos de los cuales no resistieron el frío durante la noche con las temperaturas que hubo. Me preguntaba cuáles de los que yo miraba iban a cooperar esa noche. Compré una botella en el súper que está ahí y uno me pidió cara dura que le diera un poco de la botella que llevaba. Hurgó en la basura, sacó una lata de cocacola, vació ahí un chorro de la botella de whisky que yo llevaba (té caliente con un chorrito de eso y miel y unos amagos de gimnasia, así yo zafo con el frío) y me dijo que con eso pasaba la noche.

Yo creo que uno de los diseños que diosito en su déficit atencional descuidó, además del amor, la democracia y la comunicación, es la resistencia al frío. El frío debería disfrutarse sin que el cuerpo acuse recibo: estar quieto y con la columna recta en plena helada y asimilar la lección sin el cacho de resfriarse. Un estado especial de la mente en blanco, el mejor anafrodisíaco para enfriar la sangre, matar las culpas y reforzar la voluntad (¿o es muy cristiano lo que estoy diciendo?).

Luego del documental sobre esa especie de santo-homeless-superestrella de la fotografía de modas, pensé en los que se mueren de frío, o en los lanzas en el centro de Santiago que se cambian de ropa luego de hacer un choreo, para que persigan o describan al delincuente equivocado, y en las adolescentes que tienen la costumbre de usar las prendas de sus amigas y hermanas, de intercambiárselas temporalmente. Y –a friend in need is a friend indeed– en los que me prestaron ropa a mí cuando estaba en la pitilla: a esos sí que los tengo identificados.

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