Dicen las malas lenguas que durante el funeral de Pierre Dubois, un sacerdote emblemático miró hacia la Catedral y dijo “esto es lo que se tiene que acabar”. A la pena por la muerte del padre Pierre, se sumaba la creencia de que con él moría una parte de la iglesia que estaba dispuesta a […]
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Dicen las malas lenguas que durante el funeral de Pierre Dubois, un sacerdote emblemático miró hacia la Catedral y dijo “esto es lo que se tiene que acabar”. A la pena por la muerte del padre Pierre, se sumaba la creencia de que con él moría una parte de la iglesia que estaba dispuesta a bajar del altar para meterse en las poblaciones y vivir en carne propia la pobreza.
Sin embargo, el legado del cura francés vive en las poblas y en las cárceles, en monjas y sacerdotes que trabajan de forma anónima entre la gente. Acá están los otro Pierre Dubois.
El cura sindicalista
Ante la pregunta de si se siente un seguidor de la obra de Pierre Dubois, el sacerdote Luis Roblero se ríe. Él, quien cambió la sotana por unos pantalones y un polerón, dice de sí mismo que es un cura burgués. El director de Infocap, la universidad de los trabajadores, se mueve en una camioneta blanca con un logo rojo de la institución. Un instituto que acoge a aquellos que nunca pensaron en la educación superior como una alternativa.
Infocap queda en San Joaquín, junto a la población donde creció Arturo Vidal. El proyecto que dirige Roblero capacita a personas para trabajar en oficios y además les entrega conocimientos sobre derecho laboral y sindicalismo. Para él, personas como Pierre Dubois han existido siempre, pero él no se siente uno de ellos. Quizá porque en vez de vivir entre los pobladores, lo suyo son los proyectos que les entreguen herramientas a las personas para salir de sus situaciones de pobreza. Él no cree en el paternalismo ni en el asistencialismo, pero sí cree que de la pobreza no se sale si no hay también un cambio mayor que involucre a las políticas laborales.
El año pasado lanzó la Escuela de Líderes Sindicales, al alero del mismo Infocap. Y aunque a una persona externa al catolicismo le parezca peculiar que un miembro de una iglesia que a veces parece tan cercana al poder se ponga de lado de los trabajadores, Lucho, como le dice la gente que transita por los edificios de Infocap, dice que la vocación por los pobres está ahí, en el evangelio. “Ahora, si tú me dices que la iglesia se ha equivocado, sí. Pero ha pecado como todo ser humano”.
Caminando por Infocap, Lucho cuenta que está preparando otro proyecto que planea intervenir cárceles para trabajar con los presos. Quizá esa es otra diferencia con Dubois, quien se mantuvo fiel a La Victoria. “Yo no le pregunto a nadie si es católico o no, si cree o no. Si queremos trabajar por una causa común, es suficiente” dice cuando se le pregunta sobre el sindicalismo como bandera de lucha de otros movimientos sociales. Total, para los seguidores de Jesús, el amor todo lo puede.
Una monja en medio de una marcha
La hermana Andrea Lourdes de Castillo tiene un nombre demasiado rimbombante para su aspecto. Aún casada con el habito, sus ropas no salen de la escala de grises. Un morral que cuelga a un costado es lo único que escapa a su escala cromática. Mientras caminamos por la Alameda, los calcetines que se asoman por sus sandalías se ennegrecen con las gotas de una incoherente lluvia en octubre.
Ella no es de Santiago ni vive acá, sólo anda de paso. Su casa se encuentra en Coronel, octava región. Vive junto a tres personas en la población O’Higgins, que describe como un símil sureño a La Legua Emergencia. Dos veces a la semana viaja a un centro de rehabilitación para jóvenes drogadictos y delincuentes ubicado en Penco. Allí se encuentra con adolescentes entre 14 y 20 años, en un trabajo que es sencillamente estar para cuando se le necesite. Según dice Andrea, mientras estudió Teología en Santiago, veía la drogadicción en la vereda de enfrente, y ahora transita literalmente por ella: la monja se mueve por las calles de la población, en lo que describe como el margen. El margen de la sociedad y el margen de la iglesia, “con una pata adentro y una pata afuera pero no de una iglesia, sino de una manera de ser iglesia”.
Andrea no sólo habla de la drogadicción, sino también de las termoeléctricas e hidroeléctricas que rodean la ciudad de Coronel y la huelga de hambre mapuche –que a la fecha, suma 45 días-. Por ambas causas, ella ha salido a marchar. También estuvo el año pasado en las protestas estudiantiles, y corrió como todos, y se intoxicó con el humo de las bombas lacrimógenas mientras las piedras volaban por sobre su hábito. Incluso el 2010 la llevaron detenida en la procesión de la Virgen del Carmen donde, junto con otros religiosos, cargaron un lienzo que decía “Paremos este Vía Crucis” refiriéndose al silencio de la Iglesia Católica frente a una huelga de hambre de comuneros mapuche que en ese momento contaba 83 días. “Al terminar la caminata, nos tomaron carabineros de civil y nos tuvieron encerrados todo lo que duró la procesión” recuerda.
Aunque reconoce al padre Pierre, Andrea no está en la población por él ni por orden de nadie, sino por una opción personal. “Pierre hay muchos”, dice, “pero están trabajando en silencio desde las poblaciones, y la prensa no se mete ahí”.
La Hermana de las presas
La búsqueda de Pierre Dubois continúa ahora en una cárcel. Una cárcel de mujeres. El centro penitenciario queda frente al campus San Joaquín de la Universidad Católica, donde muchos estudiantes llegan en auto sin detenerse jamás a mirar lo que hay tras los muros rojos de aquel lugar.
De no ser por la cruz que le cuelga sobre el pecho, la cualidad de monja de Nelly León no es evidente. Con el pelo al aire y un chaleco rosado, Nelly se pasea por la cárcel de mujeres de San Joaquín, donde trabaja en un programa de reinserción social.
La hermana Nelly, como le llaman dentro de la cárcel, comenzó un trabajo de guía espiritual para luego crear, junto al Padre Antonio Baeza, la fundación “Mujer Levántate”, que trabaja junto a gendarmes y otros voluntarios en un programa de reinserción para la población penal femenina. “Estando acá me di cuenta que las mujeres no tenían sus necesidades básicas satisfechas. En relación a eso, dijimos que íbamos a trabajar haciendo campañas sociales para que la sociedad en general se comprometa con esta sociedad privada de libertad, que si está acá por consecuencia de una sociedad injusta en la que vivimos nosotros también”, cuenta Nelly, quien practicamente vive junto a las presas.
Para Nelly, el rol de Pierre Dubois le queda grande, y su muerte, junto con la carta pastoral leída por monseñor Ezzati, corona un periodo en que la iglesia estuvo fuera de foco. “Tenemos que tener una iglesia justa, fraterna y solidaria. Y esos son los conceptos de Jesús. Y yo espero que la iglesia no tenga temores respecto a esto. No creo que la iglesia se esté izquierdizando, yo creo que está siendo más consecuente”. Nelly desaparece entre los edificios de la cárcel, un lugar donde todos conocen su nombre. Fuera de esas paredes, su rostro se confundiría con el resto, y parecería sólo una señora más.
La iglesia roja
Pedro Pablo Achondo baja y sube por Santiago en bicicleta. A pesar de haber estudiado en el Sagrados Corazones de Manquehue y pertenecer al 1% del país, vive hoy en la población Yungay de San Joaquín. Pero lo suyo no es abajismo, sino una cuestión de fe. Y aunque acepta una entrevista, nunca deja de hablar de un “nosotros” que él integra, ya sea la pobla, la iglesia o cualquier comunidad.
En la parroquía San Pedro y San Pablo, el cura Achondo habla sobre la inequidad en Chile, de la lucha del pueblo mapuche, los pobres y los marginados. Los mismos temas que tocó la carta pastoral hace dos semanas, él los habla hace año y medio, pero no a los medios, sino que a la misma gente que para otros son pura estadística.
Pedro Pablo es un vecino de la población, y como tal, habla con la gente y comparte con ellos, de la misma forma que comparte con los que viven arriba en la cordillera. Al final, ese es su mundo, aunque dice que a veces le duele sentarse a una mesa y escuchar conversaciones clasistas. Pero desde el evangelio que él profesa, lo que busca es que la gente se encuentre, cosa que parece imposible en una ciudad como Santiago. “Hay que derrumbar muchos muros. Si uno tiene la transversalidad, qué testimonio podemos dar en un mundo más acomodado, sin paternalismo sí, que eso le ha hecho mucho mal a la iglesia. No se trata aquí de ricos que vayan a enseñar a los pobres que no saben, eso es un daño, sino al revés. Es el cariño, que se conozcan, que compartan la vida y aprendan juntos” dice.
El trabajo de este sacerdote recuerda levemente al de Dubois, pero Achondo es cuidadoso con las comparaciones: tiene 32 años y lleva un año y medio oficiando de cura. Sin embargo él no cree que el trabajo del padre Pierre sea un caso aislado dentro de la iglesia, sino que el caso más emblemático de los que optaron por el “no-poder”, de aquellos que en otros tiempos fueron llamados curas rojos. “Si tú me decí cura rojo igual a curas de la población comprometidos con las causas de los pobres, hay y siempre ha habido. Y si rojo es igual a compromiso con los pobres, con la justicia, las causas sociales… si eso es rojo, la iglesia es roja”.