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Opinión

15 de Octubre de 2012

Internet viaja en tubos

  Fuente: Yorokobu Ni los mails van volando por el cielo, ni los querubines cuidan de las fotos en la nube. Las palabras y las imágenes viajan en tubos escondidos bajo tierra y cruzan los océanos, de un lado a otro, bajo las olas del mar. En el interior de esos tubos hay fibra óptica […]

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Fuente: Yorokobu

Ni los mails van volando por el cielo, ni los querubines cuidan de las fotos en la nube. Las palabras y las imágenes viajan en tubos escondidos bajo tierra y cruzan los océanos, de un lado a otro, bajo las olas del mar. En el interior de esos tubos hay fibra óptica y dentro de esa fibra óptica hay luz. Encriptados en esa luz están todos los mails, todos los tuits, todos los vídeos de YouTube, la Wikipedia, la blogosfera y toda la información online que crece vorazmente cada segundo.

Hace seis años, cuando la humanidad todavía creía que internet vivía en la inmensidad del vacío, un senador de Alaska, llamado Ted Stevens, describió la Red como “una serie de tubos”. Todo EE. UU. se rió de él. Los shows de TV y los medios se mofaban de su imaginación cultivada en el jurásico. Pero Stevens llevaba razón.

La mayor parte del mundo sigue pensando que la Red es como una especie de galaxia electrónica, como un cerebro humano o como una fantasía. Así lo cree Andrew Blum(@ajblum). El periodista dice que es más común imaginar internet como la extensión de nuestra propia mente que como una máquina. Pero él no lo tenía tan claro. Así que decidió buscar la imagen real de esa nube donde se almacenan millones de datos. Tenía almacenado todo su trabajo en unas máquinas (servidores) y quería saber “dónde estaban, quién las controlaba y quién las había puesto ahí”. Entonces empezó el viaje. Fue hace dos años y, después de visitar varias ciudades de EE. UU. y Europa “en busca de nuestro mundo digital”, publicó un libro titulado Tubes, Behind the Scenes at the Internet (Tubos, detrás del telón de internet).

Durante ese tiempo, visitó centros de procesamiento de datos en Holanda, Alemania y EE. UU. con el objetivo de “convertir esos lugares imaginarios donde se aloja internet en lugares reales”. “Internet dejaba de parecer infinito”, relata en su obra. “El mundo invisible se estaba revelando”.

Blum vio que internet es visible. El corresponsal de la revista Wired visitó “esos almacenes gigantes de datos, las ágoras digitales laberínticas donde se unen las redes, los cables submarinos que conectan los continentes y los edificios buscadores de señales dónde se rellenan con fibra óptica de vidrio los tubos de cobre que se construyeron para el telégrafo”, y se encontró con que “la Red está tan apegada a lugares físicos como las vías de tren o el sistema telefónico”.

Descubrió que la infraestructura que respalda este intercambio constante de información está formada por unos conductos llenos de cables de fibra óptica. En cada uno de estos hilos de material plástico o vidrio viajan ingentes cantidades de datos mediante pulsos de luz a una velocidad similar a la de la radio. Cada fibra puede transportar varios terabytes (1012 bytes) de información y “esos pulsos de luz están producidos por láseres procedentes de cajas de acero situadas en unos edificios que tratan de pasar inadvertidos”, explica Blum en Tubes.

Halló que internet tiene olor y hace ruido. En esos data center ronronean los equipos informáticos y huele a goma, a soldadura y a resina. Hace frío. “Esto no tiene nada que ver con nubes. Tiene que ver con estar frío”, le dijo Ken Patchett, director del data center de Facebook en Prineville, a Blum. El periodista cuenta que el aire acondicionado no es suficiente para mantener una temperatura que optimice el uso energético de los servidores. Se necesita decenas de equipos que controlen la temperatura y que, además, los tejados dejen pasar el aire frío de invierno. Pulverizan agua desionizada sobre los equipos y unos ventiladores se encargan de llevar el aire frío hasta el suelo.

Tubes, que saldrá a la venta en español en enero de 2013, sostiene que “si internet es un fenómeno global es porque hay tubos bajo el océano. Son el medio fundamental de la aldea global”, argumenta el autor.

“La fibra óptica es muy compleja y depende de la tecnología y los materiales más recientes”, continúa, “pero el principio básico de los cables es sorprendentemente sencillo: la luz va de una orilla del océano a otra. Los canales llevan la luz como los trenes pasan por los túneles del metro. Al final de cada cable hay una estación de aterrizaje, del tamaño de una casa grande, normalmente situada en un lugar apartado de un barrio tranquilo de las afueras de una ciudad. Es un faro, y su principal propósito es iluminar los hilos de fibra óptica”.

Hoy, un centro de datos de gran tamaño puede ocupar un local de 152.400 metros cuadrados y necesitar 50 megavatios (la misma cantidad de energía que se necesitaría para alumbrar una ciudad pequeña, según Blum). Pero no siempre fue así. Al principio los centros de datos estaban en armarios. Después pasaron a ocupar una planta de un edificio. Luego, el inmueble. Más tarde se trasladaron a almacenes y, en la actualidad, se están transformando en campus, como el que Google ha construido en The Dalles (Oregón). En breve, necesitarán una planificación urbanística”, asegura el autor.

Las rutas de internet
Muchos de esos data centers están en ciudades como Nueva York, Londres, Ámsterdam y Fráncfort. En cada una de ellas estos edificios tienen una apariencia completamente distinta. En la ciudad holandesa, “internet estaba escondido en edificios industriales en los suburbios de la ciudad. En Nueva York, ha colonizado palacios art decó. En Londres, formó un distrito sencillo y concentrado, como una oficina-estado, en East India Quay. Era una aglomeración masiva, un barrio entero para la Red”.

La compañía de investigación del mercado de telecomunicaciones TeleGeography asegura que entre Londres y Nueva York está la ruta con mayor tráfico de datos. La capital de Inglaterra es “la bisagra entre el este y el oeste, el lugar donde las redes que han atravesado el Atlántico se extienden por Europa, África e India. Un bit desde Mumbai a Chicago pasará por Londres y después por Nueva York. Lo mismo hará un bit de Madrid a Sao Paulo y de Lagos a Dallas”.

El tubo de telecomunicaciones más largo del mundo se llama SAT-3. Une Portugal con Sudáfrica. Va desde Lisboa a Ciudad del Cabo, por debajo del agua, bordeando toda la costa oeste del continente africano y parando en Dakar, Accra, Lagos y otras ciudades.

El conducto se terminó en 2001 y se convirtió en la principal vía de acceso de internet para los cinco millones de usuarios de la Red en Sudáfrica, según Blum. Pero la inversión no fue suficiente. Los cables tienen una capacidad para cuatro hilos de fibra óptica y en ese momento ya había capacidad suficiente para tener hasta dieciséis.

El periodista destaca que en las decisiones de los tubos mandan la economía y la geopolítica. Pero la topografía también. “Los cables submarinos unen a la gente (en los países ricos, primero) aunque la Tierra siempre está en medio del camino. La curvatura del planeta hace de un arco paralelo a la costa de Alaska que aterriza en Seattle, la distancia más corta entre EE. UU. y Japón.

La lógica de la geografía se aplica también en Asia. La mayor parte de los tubos entre Japón y el resto de su continente pasa por Luzon Strait, en el sur de Taiwan. La razón es obvia: “La ruta por el sur, rodeando Filipinas, añadiría mucho kilometraje, coste y duración de las obras”.

Los nuevos jugadores
El tráfico de datos empieza a ser tan inmenso que muchos jugadores se han planteado entrar en el tablero de juego. Antes eran solo las compañías que ofrecen servicios de acceso y almacenamiento. Ahora son también muchas empresas que aglutinan una porción importante de las conversaciones mundiales.

Google dice que cada día los usuarios hacen, al menos, mil millones de consultas en su motor de búsqueda y la cifra continúa creciendo continuamente. Facebook reportó que cada mes se suben casi 6.000 millones de fotos en su red social. Todo esto tiene que ser almacenado y gestionado en un lugar seguro, con gran capacidad. La opción fue crear sus propios centros de procesamiento de datos.

Google abrió su data center en The Dalles (Oregón) en 2006. La compañía invirtió 600 millones de dólares en este espacio, donde trabajan 200 personas dedicadas a garantizar los servicios de Gmail, Google Maps y las búsquedas de Google. Facebook lo ha construido en Prineville (Oregón). Microsoft, Yahoo!, Ask.com y otras compañías optaron por Quincy (Washington). “La nube y cada una de sus partes”, dice Blum en su libro, “son, en realidad, un sitio específico, una realidad obvia que resultaba extraña por la instantaneidad con la que nos comunicamos con estos lugares”.

Están ahí pero no es tan fácil verlos. Esos edificios son discretos. Tienen espíritu de bunker. El periodista se queja de la dificultad de acceso a estas instalaciones. Google no le mostró las instalaciones de The Dalles y Facebook le dejó ver una zona en construcción en un recorrido fugaz. Su conclusión: “La primera regla de un data center es no hablar de sí mismo”.

Estos almacenes de información (“lo más parecido que internet tiene a una cripta física”, según Blum) tienen un valor incalculable y requieren unas altísimas medidas de seguridad. Aunque eso no es todo. También es un asunto secreto para evitar espionaje de la competencia. “Se ha extendido una cultura del secretismo para proteger el alcance de sus operaciones y las particularidades de sus máquinas. Es como la fórmula de la Coca-Cola, uno de los grandes secretos de una compañía”.

Pero hay algo que frustra a Blum. “Esa oscuridad se convierte en una ventaja maligna de la nube. Es una especie de susurro condescendiente que dice: ‘Nosotros cuidamos de esta información por ti’ y eso me recuerda a los mataderos. Nuestros datos están siempre en algún lugar. A menudo, en dos. Y dado que es nuestra, pienso que deberíamos saber dónde está, cómo ha llegado hasta allí y cómo es. Me parece un principio básico de internet. Si nosotros estamos confiando tanta información de quiénes somos a grandes compañías, ellas deberían darnos seguridad sobre cómo guardan nuestros datos”.

En su visita a Prineville, Patchett preguntó al periodista: “Si tú soplaras a la nube, ¿sabes qué te encontrarías?”. “Esto”, se respondió a sí mismo. “Esto es la nube. Todos esos edificios que hay como este por todo el mundo forman la nube. La nube es un edificio. Funciona como una fábrica. Los bits vienen, son ordenados en la forma correcta, se empaquetan y se envían a otro lugar. Y toda esta gente que ves aquí tiene una función: mantener los servidores a punto en todo momento”.

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