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Opinión

18 de Octubre de 2012

El teatro del silencio

El silencio puede ser la lengua de la calma, o de la prudencia, o de la reflexión. Una pareja que sabe disfrutar en silencio, tiene buena parte de su relación solucionada. Un matrimonio que deja de hablarse, en cambio, avanza al despeñadero. El silencio puede ser sabio y profundo, o puede vestir la falta de […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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El silencio puede ser la lengua de la calma, o de la prudencia, o de la reflexión. Una pareja que sabe disfrutar en silencio, tiene buena parte de su relación solucionada. Un matrimonio que deja de hablarse, en cambio, avanza al despeñadero. El silencio puede ser sabio y profundo, o puede vestir la falta de argumentos. A las chicas poéticas las cautivan los hombres silenciosos, hasta que crecen y se dan cuenta que no era un misterio, sino cierta bobería lo que escondían. Cuando hablar es delatar, los valientes callan; pero si hay que gritar para denunciar mentiras o canalladas, el silencio es cobardía. Puede ser un acto de respeto si acaso el otro lo pide, o la peor de las bofetadas si es la respuesta a una pregunta urgente. O sea, es virtuoso, intrascendente o nefasto, dependiendo de las circunstancias. A mí, hasta hace poco, el silencio de Bachelet no me parecía una mala idea.

Ella estaba en la ONU, protegida, mientras acá la gente marchaba, los políticos daban botes y la Concertación se hundía irremediablemente con su tripulación a bordo. A veces es útil mirar las cosas desde lejos, y callar hasta que la bulla module. Suponía, sin embargo, que a partir de cierto momento esa distancia iba a armarse de cómplices inesperados en tierra firme, y que ellos en su conjunto irían dibujando el rostro fresco de sus conclusiones. Pero al parecer la ex presidenta no habla con nadie salvo sus amigas de siempre, y no más de un incondicional. Su silencio comienza a inquietar. En su último paso por Chile, desató la histeria de los políticos. Volaron de lado y lado declaraciones que la tenían a ella en el centro de la disputa, pero ella los ignoró.

Intuyo que a la Michelle no le gustan nada estos señores que hablan a nombre suyo, pero la única que ha salido a corregirlos es su amiga Estela Ortiz. Los verdaderamente cercanos se tomarían una píldora de cianuro antes de decir nada que la implique, sin su autorización. Los masones y estas amazonas son los únicos buenos para el secreto en nuestra tierra de copuchentos. Reina el silencio. Todavía no se ha escuchado ni el primer golpe de la varilla en el atril que todo director de orquesta da antes de comenzar el concierto para pedir orden. No se sabe siquiera qué pieza pretende interpretar. Nadie conoce a sus músicos. El escenario está vacío y el teatro repleto. Por el momento, el público se divierte arrojándose las cabritas. Cuando un concertacionista, perdón, concertista, intenta distraerlos tocando su instrumento, desafina, y la gente lo abuchea. La diva es la única capaz de restituirles la dignidad, o eso creen. No será fácil contentar a este auditorio. Más vale que la Bachelet esté ensayando.

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