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Mundo

24 de Octubre de 2012

La Bestia y los sueños del migrante

Por Pablo Ferri Tórtola Pensábamos que se llamaba La Bestia porque más que entrar en la estación, la sometía, la intimidaba con su envergadura. Pero no, nada de eso, el tren entra despacito, casi se marchita en la playa de vías del pueblo de Ixtepec. La Bestia transporta mercancías y personas del sur al norte […]

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Por Pablo Ferri Tórtola

Pensábamos que se llamaba La Bestia porque más que entrar en la estación, la sometía, la intimidaba con su envergadura. Pero no, nada de eso, el tren entra despacito, casi se marchita en la playa de vías del pueblo de Ixtepec.

La Bestia transporta mercancías y personas del sur al norte de México. Miles de centroamericanos se suben al techo de los vagones cada año con la intención de llegar a EE UU y encontrar trabajo. Ixtepec, en el estado de Oaxaca, es una parada clave para ellos. Por un rato, dejan los vagones para comer y beber algo. Unos se acaban de conocer y otros empezaron la aventura juntos en Honduras o El Salvador. Los funcionarios de Protección a Migrantes del Gobierno mexicano tratan de explicarles que es muy importante que les dejen sus nombres. Así, les explican, sabrán que pasaron por aquí si algo les ocurre.

Ese algo es un disfraz un tanto perverso. Significa que las bandas de delincuentes pueden secuestrarles y tratar de sacarles dinero a cambio de dejarlos con vida, que a las mujeres las pueden violar, que les pueden asaltar y dejar sin dinero, que se pueden caer del tren por accidente (o de un empujón)…

El Padre Solalinde sabe todo esto y por eso recibe a los migrantes desde las mismas vías de la estación. Su albergue queda a escasos metros y así lo anuncia a gritos a los migrantes: “En el albergue hay comida, agua, pueden descansar, vengan”. Cuando ya han pasado los vagones sube a la camioneta con sus escoltas y acude raudo al albergue, los migrantes llegan.

Hoy venían pocos en el tren, apenas unas decenas, cien como mucho. La mayoría despachan a Solalinde con una sonrisa forzada y acuden al mismo puesto de comidas de la estación. Paty despacha seis kilos de carne y uno de arroz y tortillas de maíz en un par de minutos. Los funcionarios siguen con sus explicaciones y murmullan enfurruñados que “cuando hay pollero no hay mucho que hacer”. Los polleros o coyotes son como los guías, los encargados que imponen las mafias a los grupos de migrantes que cruzan el continente. “Llevan buenas botas, relojes y están al tanto”, explican los funcionarios. Señalan discretamente a dos chicos altos que coinciden con la descripción. Ellos dicen que no, que viajan solos. Uno se enciende un cigarrillo, el otro se aleja.


“Éxodos Sur”, una muestra de la artista Helen Escobedo en Ixtepec. (A.S.I.)

En el albergue preparan la cena. Acaban de llegar dos monjas para ayudar y pasadas las seis ya se van a acostar. Los pocos migrantes que han llegado, silenciosos, apuran su cuenco de arroz con carne. Mordisquean las tortillas. ¿Dónde habrán ido los otros? ¿Qué será de ellos? Frente al comedor del albergue, cuatro cartulinas apuntan unos cuantos “consejos para el camino”. En conjunto dibujan un escenario aterrador y por separado es casi peor, –“durante los días fríos cubre tus manos con tela porque la superficie del tren se congela –y además te puedes resbalar y caer-”, “Si cruzas por Arizona ten cuidado con el desierto. Puedes pasar seis días caminando con temperaturas de hasta 50 grados, animales peligrosos, asaltantes…”

Parada en la estación, La Bestia apenas intimida. No es más que un viejo armatoste de metal oxidado, solo eso, un gusano enorme dueño de los sueños de mucha gente.

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