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Opinión

25 de Octubre de 2012

¿Y tú quién eres, candidato?

A orillas del río Mapocho, a la altura del puente del Arzobispo, vive un hombre. En el murallón que encajona el río por el costado de Av. Santa María, instaló un alambre para secar sus ropas húmedas, seguramente lavadas en el mismo cauce del Mapocho. El hombre se paseaba solo entre sus pilchas y la […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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A orillas del río Mapocho, a la altura del puente del Arzobispo, vive un hombre. En el murallón que encajona el río por el costado de Av. Santa María, instaló un alambre para secar sus ropas húmedas, seguramente lavadas en el mismo cauce del Mapocho. El hombre se paseaba solo entre sus pilchas y la corriente, aspirando un bidón bencinero. Le habló al río levantando los brazos, recogió porquerías que guardó en una caja con la que se enfrascó en una alterada discusión. La reprendía con el dedo. Luego tomó la caja como si se tratara de una criatura y la llevó hasta debajo del puente donde tenía su casa, una carpa construida con afiches de publicidad política. Todo esto al amparo del Arzobispo. Pero dejemos pasar la gran lectura metafórica de la escena, y concentrémonos en la guarida de carteles. O mejor simplemente en los carteles como material de construcción.

¿Qué soluciones ofrecen? ¿Cuentan con respaldo? Convengamos que se trata de un material verdaderamente liviano. Algo que se acerca a la estafa. En sus publicidades, la mayor parte de los candidatos(as) a alcaldes o concejales ocultan de dónde vienen. En 2/3 de los afiches no se explicita el partido político, siendo que más del 95% de ellos son militantes. Como dijo alguien por ahí, hacen justamente lo contrario que se le pide a cualquier otro producto en oferta: esconder sus ingredientes. En el caso de los que van a la reelección no importa tanto (y el 80% de los ediles se repostula). Se supone que los conocemos. Pero cuando uno se encuentra por primera vez en su vida con una cara sonriente que te dice “Tú decides”, “Vota por ti”, “Ahora sí”, “¿Por qué no?”, “Atrévete”, “Siga la luz”, “Se viene con todo”, “Más que un voto, quiero tu corazón”, “Me tinca”, “La lleva”, “La rompe” o “Tú ya sabes por qué”, entre otras muchas presentaciones vacías, la perplejidad cunde.

Yo no tengo idea por quién votar para concejal en mi comuna. Para alcalde es fácil: voto en Providencia y me espanta la DINA. Pero si yo no sé –yo que se supone que soy medianamente informado- quiénes habitan detrás de las fotografías, han de ser muchísimos los que ni sospechan quién es quién en esta fiesta de mascaradas. Hay comandos que pagan hasta $3000 por carita recortada de las palomas enemigas. El demócrata cristiano Carlos Dupré, aburrido de que rompieran sus pancartas, optó por carteles con un prepicado alrededor de su rostro y la indicación “Recorte aquí”. ¿Será que el objetivo es simplemente dejar en la memoria un nombre, y que es más fácil recordarlo con rostro que las puras letras, y que por eso escuadrones a sueldo salen a tajear caras de contrincantes luego de instalar sonriente la del que les paga para vencer? Se supone que la ciudadanía está despierta, que está lleno de nuevos votantes por conquistar, que hay demandas progresistas en el aire, y no obstante, casi nadie dice nada. Según revela el Análisis de Contenido de Propaganda Política en vía pública, sólo el 18% de los afiches hace referencia a alguna problemática o área de desarrollo específico, como salud, seguridad o cultura.

El tema de la educación, que últimamente ha convocado a multitudes, apenas figura como preocupación en unas cuántas candidaturas marginales. ¿Qué elegimos, entonces, cuando elegimos? El hombre del río eligió las alucinaciones, o la vida lo llevó allí, y para no salir de las fantasmagorías, construyó su casa con estas paletas publicitarias.

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