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LA CALLE

7 de Noviembre de 2012

La historia del párroco español de la José María Caro

Imagen vía Muralista Luis Olea Criado en la España pobre y fratricida de los años 30, el párroco Jesús Rodríguez decidió hace 47 años embarcarse como misionero a Chile, donde hasta hoy atiende a los habitantes de los barrios más olvidados de la capital del país. Lejos de la opulencia que se respira en las […]

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Imagen vía Muralista Luis Olea

Criado en la España pobre y fratricida de los años 30, el párroco Jesús Rodríguez decidió hace 47 años embarcarse como misionero a Chile, donde hasta hoy atiende a los habitantes de los barrios más olvidados de la capital del país.

Lejos de la opulencia que se respira en las zonas del Santiago más próspero, Rodríguez recibe al visitante en el humilde pero aseado departamento que alquila en la población de José María Caro, en la comuna de Lo Espejo, en el suroeste de la ciudad.

“Yo vine a trabajar en los sectores obreros, a anunciar el Evangelio al mundo pobre de la ciudad de Santiago. A eso vine, y eso traté de hacer durante 47 años”, confiesa a Efe a sus 83 lúcidos años.

Este religioso, que ejerce ahora como vicario parroquial, atiende un templo situado a dos cuadras de su casa, pero también visita a enfermos y asesora a comunidades de jóvenes. En su casa, el teléfono no para de sonar, y por la calle, todos saludan al “padre”.

Antes de recalar en Lo Espejo, Rodríguez fue durante nueve años párroco en la vecina población de La Victoria. En ambas se desempeñaron también los franceses Lorenzo Maire y Pierre Dubois, este último fallecido hace un mes y despedido por una multitud de vecinos.

Todos ellos forman parte de un grupo de religiosos ya octogenarios que decidieron vivir junto a los más pobres y lidiar con sus problemas cotidianos, con el alcoholismo, con las drogas, con la desestructuración familiar.

Vestido con ropa de calle y no con sotana, Rodríguez mezcla su acento español con términos chilenos mientras repasa su trayectoria, encuadernada en el libro “Un misionero español en Chile”, publicado hace cuatro años.

Nacido en 1928 en la Galicia rural (noroeste de España), Rodríguez recuerda “desde el primer día hasta el final la Guerra Civil española” (1936-1939).

“Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), emigré a los 16 años hacia A Coruña buscando trabajo. Había una miseria espantosa en España. Todo racionado. No había nada, ni pan”, explica el párroco, el menor de doce hermanos.

Rodríguez hizo el servicio militar y estudió la carrera comercial “en todos sus grados” y, a los 28 años, decidió cambiar de rumbo. “Tenía un criterio un poco pesimista de la condición humana. No se olviden de que yo había vivido y visto la Guerra Civil española”, relata.

“Esto de nacer, crecer, desarrollarse y morir nunca lo digerí bien. Yo buscaba una respuesta distinta, y pensé que la respuesta era religiosa, y dentro de lo religioso, cristiano, y que cabría tomarla muy en serio.”

“Y que la mejor manera de tomarla en serio -añade- sería dejarlo todo y partir a predicar el evangelio a un lugar de la Tierra particularmente necesitado.”

A punto estuvo de irse al África negra. Optó después por mirar a Latinoamérica y puso sus ojos en Brasil. Pero le sugirieron viajar a Chile, y finalmente aterrizó en este país en 1965.

Ocho años después, las balas se volvieron a cruzar en su camino. A las 07.40 horas del 11 de septiembre de 1973, Rodríguez había terminado de oficiar una misa cuando la aviación sublevada bombardeó la torre emisora de una radio gubernamental en la comuna de Independencia.

“Y yo recordé la Guerra Civil española”, cuenta Rodríguez.

Comenzaron entonces 17 años de “atrocidades” a cuenta de la dictadura de Augusto Pinochet. “Crímenes, asesinatos, amedrentamientos contra un sector de la Iglesia al cual yo pertenecía, abusos de los más espantosos”, enumera el religioso.

En ese tiempo, “la gente golpeaba las puertas de los templos”, dice Rodríguez, que tuvo que abandonar Chile durante cuatro meses por orden castrense.

“Había sectores de la Iglesia que no estaban tan dispuestos a ayudar”, reconoce, pero la mayoría apoyaba y replicaba la labor de la Vicaría de la Solidaridad, organizada por el cardenal Raúl Silva, que ofrecía “atención jurídica y humanitaria a los perseguidos”.

En esos años, dice, el desempleo también castigó a las capas más desfavorecidas, cuya situación “mejoró” con los gobiernos de la Concertación de centroizquierda (1990-2010), aunque quedaron aún muchos asuntos pendientes, incluida una desigualdad patente.

En Lo Espejo, las ventanas rotas, las paredes desconchadas y la basura que se acumula en las veredas reflejan la realidad de muchas comunas del país donde el desarrollo económico solo se ve por la televisión.

“Ahora hay un poco menos de cesantía -el desempleo está en el 6,5 %-, pero los que trabajan pasan hambre”, explica.

Entre carencias materiales, Rodríguez trata de llevar el mensaje de la Iglesia, una Iglesia que “en Chile es mucho más débil y tiene menos recursos y personal que en España”, y que en el último tiempo ha debido enfrentar diversos escándalos de pederastia.

En ese sentido, Rodríguez cree que en todos los “gremios” hay alguna oveja negra, y concluye con una vitalidad envidiable que en Chile, como es una Iglesia débil, la ventaja es que “todo está sin hacer, y es entusiasmante hacerlo”.

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