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Opinión

10 de Noviembre de 2012

Imperdible: La Canción de la DC

En mi época de estudiante de Ingeniería residí en el mítico Hogar Maipú 301, ubicado en la esquina de la calle Angol. Eran los años en que habían comenzado las protestas contra la dictadura militar, y nosotros íbamos probando poco a poco el gustillo de la rebeldía, las marchas y la política. Quizás por tratarse […]

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En mi época de estudiante de Ingeniería residí en el mítico Hogar Maipú 301, ubicado en la esquina de la calle Angol. Eran los años en que habían comenzado las protestas contra la dictadura militar, y nosotros íbamos probando poco a poco el gustillo de la rebeldía, las marchas y la política. Quizás por tratarse de estudiantes becados, de familias con problemas económicos, prácticamente todos éramos opositores al régimen militar, unos más que otros. Los pajaritos nuevos, los mechones, apenas entendíamos el asunto de las ideologías, y éramos tentados para sumarnos a determinadas filas partidistas. La izquierda llevaba las de ganar, y la Democracia Cristiana las de perder. ¿La causa? Un joven militante me lo aclaró entonces, como un lamento: la DC no tiene canciones.

Con Víctor Jara, Violeta, los Quila, Silvio, en fin, en aquellos años ochenta en que empezábamos a despertar, la izquierda resultaba un sabroso caramelo para la muchachada ávida de ser protagonista de lo que creíamos iba a ser una pronta caída de Pinochet. La DC, en cambio, y de acuerdo a ese amigo, estaba en el desamparo artístico: ni un cantor, ni un poeta se cuadraba con ellos. ¡Hasta la derecha tenía bardos: Los Huasos Quincheros y Las Cuatro Brujas!

Quizás por el carácter ambiguo de sus génesis, la DC nunca gozó de esa mística que suele asociarse a los partidos de izquierda que se auto adjudican el mote de progresistas. La DC es más bien conservadora, falangista, y esa palabra les perturba la memoria. Fueron inmensa mayoría para el triunfo de Eduardo Frei Montalva en 1964, pero siempre bajo la sospecha de que no se trataba de una votación sólida sino una reacción de miedo de la derecha ante el candidato de la izquierda.

Otro compañero del hogar, luego un respetado profesional, quiso explicarnos que el trauma de la DC era su ubicación en el centro político, un resumidero de distintas ideologías y posturas que, si no existiera ese partido, decantarían a otra orilla. En esa época, los que recién abrían los ojos a la realidad y se percataban de que estábamos bajo una dictadura militar, simpatizaban con la DC. Pero más tarde, un poquito más maduros – o más engrupidos – viraban a la izquierda. De manera paralela, en nuestros reproductores de casetes sonaba fuerte “Usté no es na`”, cantado por Víctor Jara, una mofa cruda al juego de indecisiones que había imperado en la DC antes y durante la Unidad Popular. De ahí que los DC son conocidos como los amarillos, los guata amarilla, los que no son “ni chicha ni limoná”.

Los que están, pero no están. Por eso no me extrañó esa postura vaga, oportunista y acomodaticia de la DC a raíz del paro nacional convocado para el 24 y 25 de agosto. Ni lo suficientemente decididos para adherir a la movilización, ni lo suficientemente fuertes y rectos como para reconocer que una jornada de paro sólo perjudica a la gente más modesta. Es su juego desde siempre, el cultivo de una política de las nebulosas en que, como nada queda claro, más tarde de nada se les puede acusar.

Sin excepción, los partidos políticos actuales se han convertido en maquinarias para aferrarse a las prebendas del poder, lo que ya no es novedad. La Democracia Cristiana era la que más se había acomodado a ese estado de gracia, y por eso todavía no se recupera del desalojo, lo que subraya su comportamiento siempre errático: no saber a cuál carro subirse para llegar a la victoria. Y como no lo sabe, simula que se sube a todos a la vez.

No, mi amigo en el hogar universitario estaba equivocado: la DC tiene al menos una canción, su himno más sentido: “Usté no es na`, no es chicha ni limoná, se lo pasa manoseando caramba y zamba su dignida´”.

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#chicha#Columna#DC#limonada

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