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Opinión

15 de Noviembre de 2012

Editorial: La Tontera

Vengo saliendo de una cena en el restaurante La Terraza, a un costado de la catedral de Cádiz, en Andalucía, la ciudad de la que partieron buena parte de los conquistadores españoles al nuevo mundo, con un lote de periodistas latinoamericanos y europeos, y el ex presidente de Colombia, Ernesto Samper. Lo bombardeamos con interrogantes: […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Vengo saliendo de una cena en el restaurante La Terraza, a un costado de la catedral de Cádiz, en Andalucía, la ciudad de la que partieron buena parte de los conquistadores españoles al nuevo mundo, con un lote de periodistas latinoamericanos y europeos, y el ex presidente de Colombia, Ernesto Samper. Lo bombardeamos con interrogantes: qué sería del acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno, qué rol jugaba Cuba, Chávez, Chile, etc. Se preguntó por qué no era España en lugar de Chile quien ocupaba ese sitio en las negociaciones, y algunos respondieron que España tenía sus propios complejos, que la ETA y otros vicios, que la noche oscura del alma, que la cobardía… Explicó los riesgos de la negociación en cuestión, y desarrolló los porqué de sus deseos de llegar a buen término.

Corrían los Tío Pepe y los whiskys, los Pacharán, los cognacs, las aguas ardientes. Y cuando me tocó la palabra, le pregunté sobre la existencia de una nueva izquierda en América Latina, capaz de distanciarse de la vieja, con personalidad y pachorra, y el ex presidente se mostró cauto, habló de poner a un lado a los neoliberales y del otro al resto, pero no fue, para mi gusto, lo suficientemente claro en las distancias que separaban a la izquierda democrática de la otra. Sus intereses rondaban por la búsqueda de acuerdos, en un territorio en que, en mi parecer, no hay renuncias que valgan ni falsos matices ante los que rendirse.

La izquierda histórica -siento ganas de llamarle “retórica”-, mal que mal, se ha caracterizado últimamente por combatir a la prensa que, si bien es cierto en nuestros países suele estar en manos de grandes grupos económicos con claros intereses políticos, venga de donde venga jamás merece ser silenciada. Combatir la prensa libre es un acto de autoritarismo que, si ya de por sí es grave, es además un síntoma preocupante de cómo algunos entienden la idea de gobernar. La democracia bien entendida no restringe por la fuerza ninguna voz.

Pero entonces pensé en lo lejos que estaba de todos estos diálogos un tipo como Laurence Golborne. Él viene de Maipú, muy bien, y ha ganado plata, llegó a gerente, surgió por sus propios medios, muy bien, muy bien, lo felicito, pero eso nada tiene que ver con un proyecto de Estado ni una idea de sociedad, ¿o es que la derecha no tiene otra cosa en la cabeza que el enriquecimiento personal?

Sinceramente no creo que halague a los maipucinos esto que uno de los suyos se jacte de haber escapado del barrio. Ni habla precisamente bien de la derecha chilena el que no tenga otros argumentos para poner sobre la mesa que un gerente bueno para la guitarra, tan simpático como desprovisto de todo espesor, que un día cantó sobre la mina San José, sentidas canciones de amor. Es mucho más que eso lo que Chile puede proponerse y ofrecerle a la región. Al interior de la izquierda hay discusiones vivas. Al interior de la derecha, ¿acaso no hay nada que discutir?

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#editorial#Golborne#Samper

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