Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

23 de Diciembre de 2012

Diario de un par de tetas nuevas

La escritora Margarita Posada se le midió a la propuesta de SoHo de vivir en carne propia una de las operaciones más frecuentes en las mujeres colombianas: la mamoplastia de aumento.

The Clinic Online
The Clinic Online
Por

Vía Soho.com.co

Dos días antes

La imagen está intacta en mi memoria, pero solo vuelve a mí hasta ahora. Tenía unos 11 años cuando jugaba a ponerme dos pelotas de goma en el pecho. Mis verdaderas tetas nacieron a finales de 1990, y quien se percató de su existencia fue mi mamá, que inmediatamente me llevó a comprar una prenda cuyo nombre lo dice todo: acostumbrador. Desde entonces empecé a acostumbrarme a ellas.

Recuerdo la primera vez que le robé un brasier de verdad a mi cuñada para “desacostumbrarme”, y lo rellené con un poco de algodón. También la primera vez que me las tocó una mano masculina con lascivia. El afortunado fue Stephan Käpelli, mi novio en 1992, a los 14 años. Estábamos en la sala de mi casa y yo sentí su mano en mi teta derecha por encima del uniforme del colegio. Solo entonces entendí el sentido de su existencia, más allá de su utilidad alimentaria.

He vivido más de dos décadas con este par de tetas. Nunca se me había pasado por la cabeza pensar que podían ser otras, ni más grandes, ni más chiquitas. Las miro ahora que he aceptado la propuesta de SoHo de hacerme una mamoplastia de aumento —que en cristiano significa ponerse silicona— y me despido de ellas con cierta incertidumbre. No quiero que mi pecho, ese lugar donde albergo todas mis cuitas, se convierta en dos montañas contrahechas e indiferentes a la gravedad.

Tengo sin embargo la esperanza y la confianza de que Catalina Guzmán, la que será mi cirujana y me conoce casi como la palma de su mano, ha oído todas y cada una de mis advertencias estéticas en las últimas semanas, cuando convinimos que me operaría junto con su mamá, la también cirujana Maripaz Duque, que además me vio en pañales. El hecho de que sean ellas y no un desconocido hace toda la diferencia. No me importa cuánta fama tenga el señor Perencejo que les ha hecho las tetas a más de tres docenas de famosas. Prefiero siempre la mano de alguien que me conoce. Catalina entiende el entrelíneas de mis chistes y la acidez de mis opiniones. Y además la he visto burlarse de cómo su trabajo desde hace siete años consiste en tratar de convencer a sus pacientes de que necesitan toronjas y no melones, como en una plaza de mercado.

De hecho, eso hicimos esta tarde cuando fuimos a escoger los implantes en la oficina de Sergio Acosta, el representante de Polytech, una fábrica alemana de prótesis de silicona que trae los implantes desde 2008 a Colombia. El escándalo de las prótesis de mama francesas marca PIP elaboradas con un gel de silicona industrial que era diferente al descrito en el registro de aprobación y que tenía alto riesgo de explotar obligó al gobierno francés a pagar las cirugías de más de 30.000 mujeres (buena parte de ellas latinas) e hizo necesaria una política más rigurosa con respecto a los implantes. Por eso, las mías son alemanas y con garantía de por vida. Sergio me cuenta que están hechas con un gel de silicona que solo Nusil y Applied están autorizados a proveer. Tienen un recubrimiento en espuma de poliuretano biodegradable que ayuda a que el tejido mamario se adhiera, y Cata explica que me las van a poner debajo del músculo para que se vean más naturales, aunque es una cirugía más complicada. “Lo que se busca es que el músculo proyecte el implante en el polo inferior de la mama y que lo desplace hacia abajo”, dice. Snoopy breast es el término que los médicos utilizan para referirse a este tipo de cirugía en la que el implante queda muy “montado” y la teta se ve como el hocico del famoso perro.

Vi y palpé varios modelos de implantes hasta que escogí el que más confianza me da. Tiene un diámetro más grande que el que inicialmente me mostraron. Esta vez Catalina quiso cambiar naranjas por papayas y sugirió que me pusiera unas con más mililitros de silicona. Yo me negué y finalmente escogimos las de 235 mililitros con 10,4 centímetros de diámetro. Cuestan 2.250.00 pesos y me harán subir una o dos tallas: de 34c a 36b. Es casi un chiste pesar en mis manos unas similares a las que serán mis nuevas tetas como si fueran frutas. Como ellas, 84.000 unidades se importan al país, de las cuales alrededor de 11.000 las trae Polytech. Las mías están empacadas al vacío en una caja y no pueden abrirse sino hasta la cirugía. Son como las dos pelotas de goma de la infancia sin estrenar.

Pero eso fue esta tarde. Ahora, de madrugada me pregunto cómo despedirme de una parte de mi cuerpo. Supongo que hasta las personas que más detestan sus tetas deben sentir esta especie de pérdida antes de una cirugía o quizá solo yo le ponga misterio a una cirugía que promete dejarme más linda de lo que me creo. Lo cierto es que les quedé muy bien hechecita a mis papás, y sobre todo, les agradezco que me hayan enseñado a querer mi cuerpo, el que me tocó en suerte, casi hasta rayar con el narcisismo.
Así que aquí estoy dos días antes de entrar al quirófano, en la oscuridad de mi cama, dando vueltas y tratando de escribir cómo se siente despojarse, despedirse, de un par de tetas que la naturaleza me puso sin pensarlo dos veces. Y lloro, porque me da angustia el resultado, porque como ya dije, me quiero así como soy. Pienso en el título de una canción de Cerati: La costura de Dios. Y me doy golpes bíblicos en el pecho (qué ironía) por estar desafiando sus finas puntadas.

Sigue leyendo acá

Notas relacionadas

Deja tu comentario