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Opinión

4 de Febrero de 2013

Las enfermedades de Lina Meruane

Alguna vez la catalogaron como “diamelita”, por su cercanía con Diamela Eltit, y la comparación -insultante, según Meruane- trajo polémica segura. La novela “Sangre en el Ojo” y el ensayo “Viajes Virales” son sus dos recientes obras donde explora la relación literatura y enfermedad y se aleja del estilo donde antes la encasillaron.

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
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Foto: Alejandro Olivares

Cuando tenía 24 años, alguien muy querido de Lina Meruane se enfermó de sida. Se lo encontró en una fiesta y le dijo: “ahora soy como tú, sé lo que es una condena de muerte”. Hasta entonces, Meruane nunca había pensado en su diabetes como una condena. Pero desde entonces esa equivalencia, como la llama, se le ha repetido: dos enfermedades que pueden causar otras manifestaciones. Se quedó pensando.

-Tal vez por eso después, cuando empecé a juntar textos sobre sida, de alguna manera “casual” llegaron a mis manos y me di cuenta que ahí había un tema. En algún momento, como estaba leyendo mucho sobre enfermedad, hice un seguimiento de cómo aparecía la diabetes en los libros y era muy poco. Del sida realmente había un corpus, que tracé en mi ensayo y fui mirando las recurrencias.

¿Qué pasa con el sida en la literatura chilena?
-Hartas cosas. Hay figuras fundacionales en la reflexión del sida: Pedro Lemebel y Francisco Casas. Ellos fueron los primeros desde la performance, luego con sus crónicas. Inmediatamente lo instalan como un tema político, algo que no solamente cruza el tema sexual, sino también las políticas neoliberales de Chile. Y lo convierten en una metáfora del ingreso del neoliberalismo en el país. Para mí fue muy productivo seguir esa idea, sobre todo a partir de Loco Afán de Lemebel. Hay textos que también trabajan eso y que están siempre ligados al viaje -de ahí sale Viajes Virales-, la repetición del tema del viaje del extranjero que viene, o del homosexual que va y se enferma y regresa para curarse o para morir. Miré otros textos chilenos, entre ellos relatos de Pablo Simonetti, de Sergio Gómez. Ellos también trataron esto, pero desde un lugar diferente, más burgués.

El año pasado, Lina Meruane publicó dos libros: la novela Sangre en el Ojo y el ensayo Viajes Virales. Ambos hablan de la enfermedad. Empezó a trabajarlos una década atrás. Cuando partió a doctorarse a Nueva York, siguió produciendo textos, que van desde lo académico a lo autobiográfico. En Sangre en el Ojo, la protagonista, chilena residente en Nueva York, escritora, diabética, comienza a quedarse ciega.

Dice Meruane que de historia propia ahí hay “partes y partes”:
-La novela parte en un momento muy autobiográfico. Esa escena es algo muy cercano a lo que pasó. Me interesaba hacer ese ejercicio, una memoria de un momento muy rico, lleno de materiales. Pero tengo una cabeza muy ficcionalizadora, no me pude quedar en los hechos y me fui interesando cada vez más y hurgando en lo que sucedía alrededor de ese personaje que era la enferma.

El lugar del enfermo, dice Meruane, se vuelve ambivalente: primero se les mira desde un lugar muy piadoso y luego, el instinto de supervivencia tiende a la utilización de parte del enfermo hacia los miembros de su círculo en las formas más crueles.

Otra cosa que le interesó a Meruane fue saber cómo se ve cuando se está ciego. “Por lo menos cuando se está legalmente ciego, cuando se ve luz y sombra”, dice. Hablar de ese recuerdo propio que se transformó en pura visualidad, e interpelar a la memoria.

-Yo pensaba que iba a escribir una novela donde no iba a haber nada visual y lo que terminó pasando es que la novela es completamente visual. De alguna manera todos los escritores trabajamos a ciegas, todo está reconstruido, y en la medida en la que reconstruimos nada puede ser verdadero. En esa exploración, la novela también se fue moviendo desde lo “verdadero” hasta las situaciones más imposibles.

Sangre en el ojo se cruza con su libro de ensayos Viajes Virales. Son pequeñas conexiones, dice Meruane: muchos de los enfermos de sida -cuando era el peor momento del sida, cuando aún no existía medicación- se quedaron ciegos.

-El sida es una enfermedad muy estigmatizada, sin cura, como también la diabetes. De alguna manera, la ceguera abría el punto de transición, aunque esto es algo que yo pensé después- explica.

Meruane recuerda que se le acusó de emplear un guiño utilitario entre ambas novelas. “Pero es que cuando uno conoce muy bien un problema, empieza a encontrarse con gente que ha vivido lo mismo”. Como cuando uno se compra un auto rojo y después ve autos rojos en todos lados, explica. “De repente mi universo se pobló de ciegos, y algunos de esos ciegos eran gente que tenía sida”.

Hoy, después de diez años investigando y de escribir dos libros sobre la enfermedad y de examinar cómo algunos escritores habían tratado el tema, Meruane sólo quiere poner un punto final.

-Hay temas que a uno se le acaban. Por lo menos por ahora, estoy enferma del tema.

LA CRÍTICA

Después de doce años en Nueva York, hasta donde llegó como estudiante de doctorado “con una beca miserable”, Lina Meruane logró hacerse su espacio, amigos, y su editorial, Las Brutas.

¿Qué es Las Brutas?
-Es un trabajo que me ha gustado mucho, porque fue armar un grupo de discusión con dos chilenas que fueron alumnas mías en Escritura Creativa. Una es poeta, Soledad Marambio, y la otra narradora, Alia Trabucco. También trabajo con Carola Zañartu, que es diseñadora, y Marcela Trujillo, que es como una especie de cómplice. Eso ha generado una conversación muy chilena. Ha sido una forma de pensar textos y conectar con algo que para mí es importante, y es cómo se mira a otro lugar en el extranjero. Lo que hago es invitar gente -siempre una mujer y un hombre- a reflexionar, escribir, fantasear un tercer lugar que no es el propio. Ha sido un experimento divertido. Son libros chiquititos, no es una empresa. No tengo idea cómo se maneja económicamente una editorial, pero el tema de los textos es lo que me gusta.

¿Cómo ves el mundo editorial en Chile?
-Lo veo súper activo. Me sorprende, porque hay un discurso como apocalíptico con relación al libro. Pero veo acá que la gente que está abriendo editoriales vende sus libros, les está yendo bien o por lo menos sobreviven. Los libreros con los que hablo están abriendo más librerías. Hay una dinámica fuerte con el libro, un despertar político que ha generado mucho interés en la no ficción. Eso me ha hecho pensar que en la medida en que más se habla de temas, y en que más se habla de libros, más libros la gente lee, porque en realidad el efecto de la lectura es contagioso.

¿La gente lee más en Chile, entonces?
-Lo que me parece triste es que salimos del apagón cultural de la dictadura y la Concertación no logró sostener espacios donde se hablara de libros. Los diarios más instalados, los de la derecha, han ido disminuyendo el espacio. Eso está dentro de la lógica de la dictadura: mientras menos pensamiento crítico haya, mejor. Uno se pregunta por qué nadie está pensando ese problema. Una cosa es que la Dibam compre libros y los tenga en las bibliotecas, pero el que estén los libros en la biblioteca son una especie de acción en vacío.

No hay políticas muy claras respecto a la lectura.
-Hay buenas bibliotecas, pero el punto es que no se puede estimular que la gente lea de manera abstracta. Creo que la idea es que la gente lea libros y hable de ellos, que haya espacios donde hacerlo para que la gente sepa que esos libros existen.

¿Qué te parece la manera en que la prensa habla de libros? ¿Qué pasa con ese espacio de cultura?
-Lo que pasa es que hay una idea de que en la medida en que los libros y los autores sean sensacionalistas y digan cosas como que el pabellón de Chile en Guadalajara es horrible y todo está pésimo, eso no estimula la lectura, eso estimula el sensacionalismo. Es contraproducente. Uno no va a leer más a un autor porque haga un escándalo. Hay poco pensamiento sobre el contenido de los libros, o sobre el aporte estético. Hay poco adelanto de textos, pocas polémicas sobre las ideas que traen los textos, más allá de lo que dice o hace el autor. Me llama mucho la atención que el titular de la feria de Guadalajara fuera cuántos libros se vendían, pero no cuáles eran las discusiones en las mesas redondas.

A propósito de polémicas, hace unos años Álvaro Bisama te clasificó como una de las “Diamelitas”, por tu cercanía -al menos literaria- con Diamela Eltit.
-Todas las clasificaciones son peligrosas, pero lo que yo encontraba complicada de esa generalización es que no había una lectura detrás. Era algo muy gratuito, como si me hubieran dicho “mujer”, como si Diamela Eltit fuera la única figura femenina de la literatura chilena. En un punto me parecía un homenaje a Diamela, un reconocimiento como gran figura literaria. Pero al mismo tiempo, desde el lugar que provenía esta crítica, había una idea de convertirnos a todas en la misma. En esa igualación hubo una especie de insulto, porque en ese entonces Diamela era todavía muy resistida. Mi trabajo cada vez se parece menos a la Diamela. Creo que delata una falta de lectura, desde el lugar del crítico, si es que podemos llamar crítico a Álvaro Bisama. Eso ha persistido y es problemático, pero en realidad habla mucho más del que dice que del que lo recibe. Yo respondí y eso generó otra polémica. Creo que eso nos dice mucho de cómo se define cierta crítica en Chile y un no leer a las escritoras. Si uno se fija, los escritores recomiendan muy pocas mujeres, ni siquiera creo que lo hagan conscientemente, es que no las leen.

En los rankings de libros del 2012 aparecen muy pocas mujeres entre los mejores.
-En el ranking de La Tercera aparecen 21 escritores y ninguna mujer. Me parece notable. La generación mía es bastante potente, somos muchas y todas con harto libro bueno. Hablo de mis compañeras: con premios, reconocimiento internacional, libros que están siendo estudiados en el extranjero. Y aquí los críticos no nos quieren leer. Es una cuestión activamente cerrada.

¿Qué piensas de la crítica literaria nacional?
-Hay dos cosas que me interesan. Es muy chilenizada, leen mucho a los chilenos. Se habla mucho de literatura chilena, bien poco de las conexiones con otras literaturas. Se piensa muy poco dónde se inserta la literatura chilena en otros espacios. También es muy ombliguista, hay como una constante necesidad de reafirmarse. Hay también muy pocos espacios, todavía hay una cuestión con el éxito que es muy dañina. También siento que hay una lectura poco crítica del texto, muy descriptiva, muy del argumento. “¿Qué nos cuenta este libro?”. Creo que las críticas son muy dirigidas a contar el argumento al posible lector más que discutir los temas, más que contar los problemas, dónde están las articulaciones de esos textos, qué hacen que tengan un impacto real, profundo. No pido una lectura académica, pero siento que se está haciendo una lectura muy básica.

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