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Opinión

6 de Febrero de 2013

El retorno de los Mapuche campesinos

* Sucedió un día después de la Cumbre por la “Autodeterminación, tratados y desmilitarización” del País Mapuche. Un chileno común y corriente estaba sentado al lado de mi asiento del bus cuando salía del campo a la ciudad. Dormía –o hacía como eso- y ocupaba el resto del asiento que me correspondía según el criterio […]

Fernando Pairican
Fernando Pairican
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Sucedió un día después de la Cumbre por la “Autodeterminación, tratados y desmilitarización” del País Mapuche. Un chileno común y corriente estaba sentado al lado de mi asiento del bus cuando salía del campo a la ciudad. Dormía –o hacía como eso- y ocupaba el resto del asiento que me correspondía según el criterio de libre mercado. Pensé que iba a correr su brazo para poder ocupar mi lugar, pero no: ni un indicio de compartir un pequeño espacio para dos. Me acomodé dentro de la dificultad y saqué mi libro para aprovechar el viaje, “Mapuche”, de José Bengoa y otros autores.

Dentro de la incomodidad, trataba de rayar, anotar y seguir leyendo. Pero los lentos codazos de mi compañero de asiento me corrían mis anotaciones. Así que al tercero le dije, “oiga, también tengo derecho a ocupar mi espacio”. Él hizo como que no me escuchó y luego me dijo “ah sí”, y todo siguió tal cual en La Araucanía.
El desencuentro entre Estado y Mapuche puede tratarse de eso, de una cultura social en que la competencia e individualismo llevan a creer que mi comodidad está sobre la de otro.

Y en cierta medida, allí radica la cuestión nacionalitaria Mapuche del campo. En los que bajo su propiedad mantienen un mayor porcentaje de tierras, mientras otro sector de la población mantiene un número escaso.
Hagamos historia. Muchos colonos llegaron a un territorio que había sido recién expropiado por la fuerza militar a un pueblo soberano y con Parlamentos acordados con la República chilena, como el de Tapihue en 1825, que aceptaba la soberanía indígena al sur del Bíobío. A esos colonos se les otorgaron 100 a 200 hectáreas, pero en poco más de cien años había aumentado hasta diez veces ese porcentaje. Por ejemplo, la familia Luchsinger arribó al país con 40 hectáreas, y en la actualidad posee un total de 1.200. Los Mapuche, por su parte, han incrementando lentamente sus porcentajes de tierras. El impulso se inició con la construcción de la autodeterminación “desde abajo”, ascendiendo ella desde 1997 y detenida forzadamente con la aplicación de la Ley Antiterrorista en el 2003.

Pero la reivindicación indígena no puede medirse en lo cuantitativo. Otra provocación es la situación del Lof Yeupeko Catrileo, que luego de un largo proceso de reivindicación territorial reocuparon 275 hectáreas de tierras de propiedad de Jorge Luchsinger. Hoy , esas tierras alimentan a cincuenta familias, un número que está entre los cien datos macroeconómicamente menos importantes e irrelevantes del PIB nacional.

Pero en un País Mapuche donde la tierra marca justamente un eje de su ser, la relevancia es cualitativa, ya que se inserta en la utopía de la reconstrucción de la nación Mapuche. Es decir, la autodeterminación. Vivir como las tradiciones, organización y desarrollo escogido por nosotros mismos sea el libre derecho a decidir y construir.

Con la tragedia de Vilcún retornaron los campesinos Mapuche politizados. Para bien o para mal, los constructores desde hace mucho tiempo de la historia reciente de la cuestión nacionalitaria. Seguidores de la idea del Control Territorial como plataforma política, que plantea que distintos espacios territoriales recuperados son las bases de la edificación de la nación Mapuche.

La ceguera política del Estado, pero sobre todo de la derecha al cercenar todos los acuerdos -entre ellos, el Convenio 169 de la OIT y el Acuerdo de Nueva Imperial de 1989-, impulsó justamente la irrupción de una línea “desde abajo” que es consistente en una parte del pueblo Mapuche. Por ende, para una solución fructífera y un diálogo real, seguir impulsando la criminalización de una opción política es seguir incrementando la violencia. Además, es aceptar que lo que no se hizo en 1989 es inaplicable del todo ante el actual escenario de veinte años de profunda politización.

Pero los campesinos mapuches politizados también deben comprender que el actual movimiento es mucho más amplio y heterogéneo en el presente. Un porcentaje no menor ha salido por distintas razones de las reducciones o comunidades. Ante esta realidad, las distintas fracciones que componen el movimiento deben converger para generar un diálogo a largo plazo con la contraparte que es el Estado.

Sin aceptar que la comunidad nacional Mapuche es más amplia, las posibilidades para una maduración del movimiento se ven inconsistentes y con posibilidades de aislamiento. La transición a la democracia en el pueblo Mapuche, que significó empoderar a las reducciones como las sostenedoras del proyecto nacional, modificó la subjetividad de la totalidad de los Mapuche forzados a blanquearse por casi cien años. No obstante, los hechos acontecidos en Vilcún forzaron un nuevo escenario donde retornan los “políticos” Mapuche clásicos. Pero no hay que olvidar que en el campo del País Mapuche la política llegó hace mucho rato, e irrumpe cada cierto tiempo, destrozando los efímeros diálogos de los gobernantes con los “indios amigos”.

Así, volviendo a mi tacaño acompañante de asiento, tal vez la solución pasaba porque ambos aceptáramos que el lugar era pequeño, y que si ambos encogíamos los brazos, podríamos ir cómodos -aunque apretados- en esos asientos de buses rurales de bajo precio en La Araucanía.

*Historiador

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