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Opinión

27 de Febrero de 2013

Anales veraniegos

Verano mío Siempre he despreciado la dimensión vacacional del verano con sus canciones playeras, eventos playeros, culos y tetas playeros, y deportes playeros, además de las colillas de puchos, latas de bebidas, condones, orines, mierda y desechos industriales, y mucha basura humana; soportes materiales y carnívoros de este depósito de sedimento que cierta maldita modernidad […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Verano mío

Siempre he despreciado la dimensión vacacional del verano con sus canciones playeras, eventos playeros, culos y tetas playeros, y deportes playeros, además de las colillas de puchos, latas de bebidas, condones, orines, mierda y desechos industriales, y mucha basura humana; soportes materiales y carnívoros de este depósito de sedimento que cierta maldita modernidad inventó como dispositivo recreacional turístico. En más de alguna oportunidad he escrito contra el verano vacacional y no será esta la ocasión de dejar de despreciar este mercado arenoso. Mi papá siempre lamentó que las playas no fueran alfombradas, pero no nos privó de ellas. Cuando éramos chicos nos echaba arriba de su camioncito y nos depositaba en una casa de veraneo en algún balneario de la costa central y nos dejaba dos meses. Así fue como conocí Llolleo y me bañé en su playa. Años después me tocó participar en la limpieza programada de la playa de mi infancia con la Asamblea Ciudadana de San Antonio. El solo acto de limpieza la reconocía administrativamente como tal, lo que era una operación estratégica de recuperación territorial frente al proyecto de expansión portuario. Recogí tanta basura tóxica que me enfermé, al igual que otros compañeros que participaron. Ahora la playa está más atractiva porque encalló un barco en la orilla, lo que es todo un acontecimiento.

Verano culturoso

Uno quisiera, como efecto pelotudo de continuidad, que el hit del verano, como se decía antes, fuera “Adiós tía Paty, adiós tía Lela”, replicado ojalá por el Festival de Viña. Recuerdo, hábito patético de la necesidad de relato, la película Il Sorpasso de Dino Risi, que popularizó en los 60’ el tema “Bronceadísima” de Eduardo Vianello. Era una película ácida que aludía al espíritu frívolo de la posguerra con una oferta de mundo en donde lo superficial era la receta de la existencia, en un contexto playero. Pero hoy en día el mercado veraniego ha incorporado la dimensión culturosa. Cuando escribo esta columna tomo desayuno en un lugar de Viña -vine a unas reuniones con unos agentes encubiertos del Taller Buceo Táctico- y leo en un diario local la programación de un festival porteñero que reemplaza el carnavaleo carretero criminal concertacionista de años anteriores. También leo sobre la rasca feria libresca de la ordinaria Viña: los muy picantes no me invitaron, y eso que escribí un libro que tiene a la zona como referente. Menos mal, porque todo ese rasquerío aspiracional provinciano lo desperfila a uno. En el programa me topo con algo que me interesa especialmente, el poeta Elicura Chihuailaf, a quien conocí en Guadalajara, y que ocupa el nicho mapuche, hace una lectura. Él se considera a sí mismo como “oralitor”, no como escritor, por la destinación oral de la cosmovisión a la que tributa, creo. Y a mí por analogía se me ocurre la estúpida idea de auto denominarme como “analitor” (del binomio oral-anal), como tributario que soy de un freudismo nihilista arramplonado, lo digo por la destinación coprolálica de mi retórica. Todo esto mientras intento optimizar el poco pan que me sirven en una paila con huevo. Lo más divertido de todo esto es que desde que empezó el periodo veraniego en nuestro litoral narcocanero ha estado nublado, y espero que siga así.

Ficción veraniega

Una de las ficciones que he cultivado desde niño es recuperar y hacer permanente y productivo una especie de veraneo vacacional de montaña, y vivir en ese registro aventurero y de auto sustentación. A la larga fue una forma suicida de contrarrestar el trabajo asalariado. Intenté un par de veces esa fórmula, en el sur y en la zona central, viví en una bahía paradisíaca, con playa y todo, y también en la Cordillera de la Costa, pero había datos de chilenidad profunda que impedían toda ficción posible. A pesar de eso, el recuerdo que tengo es que los mejores momentos playeros los pasé en la remota playa de Manao en Chiloé un mes de noviembre de los 80’ (el verano del sur no coincide exactamente con el de la zona central) y en la playa de Arena Gruesa de Ancud en el mismo periodo, aprovechando poco más de veinte grados de temperatura; en un mar que daba la sensación de benignidad y de cierta pureza. No creo que en el litoral central uno pueda meter un pie al agua sin toparse con un coliforme fecal o con una mancha espesa y gelatinosa.

Nuestra cultura de izquierda y sus poetas, ha inventado lugares que fueron ejes primarios de la utopía posible; axis mundi, o locus amoenus, o áreas experimentales de nuevos modos de vida. Isla Negra, Las Cruces, Cachagua, Chiloé y varios otros, fueron áreas operacionales de esta voluntad de balneario perpetuo o de ficción de una nueva habitabilidad. Al final son destruidos por la especulación inmobiliaria que el sentido común de derecha impone; por eso ni hablar de litoral de los poetas orales, aludiendo a los mamones etílicos que usan estos lugares como compensación de su impotencia o como síntoma de sus patologías. A uno se le relaja el esfínter retórico con estas cuestiones; todo esto es tan cercano que hay que alejarse un buen tramo para no ser destruido por su onda expansiva.

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