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LA CARNE

8 de Marzo de 2013

Cincuenta Sombras de Grey, tercera parte: Una trilogía escrita como el hoyo

No es necesario explicar que Cincuenta Sombras de Grey fue uno de los libros más leídos en el verano. En cada vagón de metro, en cada micro troncal se encontraba alguna joven o señora con el ladrillo de 600 páginas a $13 mil y algo sobre las piernas, calentándose con la historia de amor entre Christian Grey y Anastasia Steel. Por eso, en The Clinic Online nos dimos la gran paja de leer esta trilogía “erótica” para saber cuál era la gran novedad. Y llegamos a la conclusión de que es nuestro deber prevenirlos a ustedes, futuros lectores, de por qué Cincuenta Sombras de Grey tiene de liberal lo que la iglesia católica tiene de progresista.

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Foto: Larevista.mx

Resumen ejecutivo: Un día Anastasia Steele, estudiante de literatura, llega al despacho de Christian Grey, un millonario joven, a hacerle una entrevista. Primera apreciación: Grey es una especie de Horst Paulmann, Andrónico Luksic o Sebastián Piñera, sólo que nadie se pregunta de dónde saca tanta plata ni si acaso se ha cagado a alguien. No, él sólo tiene plata. Y es joven y alto y mino. Un “Adonis”. Punto. No pregunten nada más.

Al momento que se ven, quedan pegados el uno con el otro, y como Christian Grey tiene plata, hace todo lo que quiere. Investiga a Anastasia, la busca, la jotea con su parada de macho alfa protector y le propone firmar un contrato para que ella sea su sumisa. Tiene sentido porque Anastasia se pasa todo el libro diciendo lo muy tímida y underground y oyente de Snow Patrol que es. Porque Grey es un sádico, pero pronto se verá que su sadismo tiene que ver con una triste infancia, puros traumas, pobre niño rico. Y al final la cosa se trata de cómo ella salva a Grey de sus traumas y perversiones con amor, no con sexo (Spoiler, perdón).

En fin, si luego del primer y segundo artículo aún no se convencen de que Cincuenta Sombras de Grey es una mierda, en esta nota, la tercera de cuatro razones:

Mi sobrino que no sabe escribir escribe mejor que E.L. James

La tercera razón, que exponemos en este artículo, es que la pésima escritura de E.L. James hace de la lectura de la trilogía, una acción completamente insufrible.

Ya, todos estamos de acuerdo en que hay libros y películas que sólamente son divertidas y su fin es entretener. Todos hemos visto a Adam Sandler actuando de Adam Sandler durante 20 años y nos hemos reído en todas esas interpretaciones. El problema es cuando Adam Sandler ya no te hace reír y el “pacto de lectura” no se cumple. E.L. James promete entregar una historia erótica, sexual y sensual; misteriosa y divertida. Y falla catastróficamente.

Lo primero que se hace absolutamente insoportable es la voz de la narradora. Una figura extraña que se pasea entre el narrador protagonista y el omnisciente, y una nueva creación: el narrador psicoanalista. Porque quien cuenta la historia es Anastasia, pero al mismo tiempo parece saberlo todo. O sea, Christian Grey no sólo te mira con “ojos grises” (apelativo que se repite dolorosamente en toda la trilogía. E.L., entendimos las primeras 160 veces que dijiste que Christian tiene ojos grises). Sino que cada sonrisa, cada mirada, cada movimiento se extiende y se especifica ridículamente a lo largo de toda la página. Como acá, donde en menos de dos páginas se refiere a esa expresión obviamente conocida de cara de guardar secretos: “sonríe, y de nuevo es como si tuviera conocimiento de algún secreto”, y luego de una respuesta de Christian: “me dice con su sonrisa de estar guardando un secreto”. Y 500 páginas después “me dedica su habitual sonrisa de ‘yo sé algo que tú no’”. E.L., cuéntanos, esa sonrisa ¿se parece a esta? :)

Cada gesticulación parece estar acompañada de emociones que sólo la protagonista es capaz de descifrar. Nadie simplemente sonríe o arquea las cejas, sino que aquí la gente “reprende con indulgencia y una mirada llena de amor”, o dice cosas y Ana percibe “un matiz extraño en su voz… ¿veneración quizá?”. Todo esto descifrado de la pronunciación de la palabra “mamá”.

De hecho, la autora debe pensar que sus lectores son completos imbéciles, porque no es capaz de sugerir nada. Cada gesto tiene un adjetivo que indica la función o la intención con la que se hace, como cuando escribe: “Sonrío dulcemente con sarcasmo” o “Él inspira intensamente” o dice que “Su mirada es firme e intensa”. De hecho, Ana tiene la manía de hacer comentarios de prácticamente todas las cosas que dice, ya sea reafirmándolas o sobreexplicándolas. (Como lo que acabamos de hacer en estos últimos tres párrafos, ¿se entendió, amiguitos lectores?).

Por otro lado, la mayor diferencia que parecen tener los personajes es el sexo o la edad. Todos hablan igual, piensan igual Y son súper minos (menos José el latino, por supuesto). Además, E.L. demuestra su nula capacidad de crear otras personalidades cuando, al final de la trilogía, vuelve a relatar el momento en que Christian y Anastasia se conocen, pero ahora, desde la perspectiva de él (aplausos). Y resulta que la subjetividad de Christian es la misma que la de Ana, sólo que más femicida.

Más allá de todo, Cincuenta Sombras es una trilogía que no justifica las más de dos mil páginas que tiene. Porque de verdad, leerlo es sentir que no pasa absolutamente nada. El primer libro se trata de cómo Christian seduce y se culea a Ana, el segundo de cómo le pide matrimonio y el tercero de cómo se casan y tienen hijos. Todo el resto son pensamientos interminables de Ana (“Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Seattle a primera hora de la tarde. Eso no basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado en la mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido”) o situaciones que introducen cierta tensión, pero que no dura más de dos páginas. O de diálogos y escenas que no aportan absolutamente nada, como las líneas entre Christian Grey y un funcionario de una torre de control en que sólo se leen frases de jerga de vuelo en helicóptero en toda la página o la conversación de media página entre Grey y el mesero que los atiende en un restaurante (todo en Times New Roman 12)

Mientras al final del primer libro, la pareja se separa, al comenzar el segundo no pasan ni siquiera tres páginas antes de que Christian vuelva a enviarle un correo electrónico. Seis páginas después se vuelven a ver y antes de que se acabe el primer capítulo, ya están culeando de nuevo. Además, la E.L. James es seca para crear situaciones que no llegan a ninguna parte. En el momento en que crea cierto conflicto en el mundo de Bilz y Pap de Christian y Ana, las desarma de inmediato. En un momento Christian desaparece, y más allá de un capítulo eterno donde Ana solo se lamenta y se pasa mil quinientos rollos que podrían haberse resumido en un “estoy muy preocupada”, el tema pasa sin pena ni gloria. Igual que prácticamente todo lo que amenaza la felicidad de la pareja y justifica tener 3 libros de 600 páginas y no sólo uno de 200.

Porque lo peor del exceso de hojas es que en el primer libro una se pasa 150 páginas esperando el sexo salvaje que al final llega en una relación sexual que se puede encontrar en cualquier motel chileno. Y después de eso, es sexo, sexo, sexo injustificado cada 5 páginas. Y créenos, E.L. James, no tenemos nada en contra del sexo, pero por qué no asumir que alargaste una novelita soft porno de un par de capítulos a tres mil dolorosas páginas. ¿Por qué intentar justificar el sexo con una historia pseudo romántica para mujeres con cero amor propio? Y, mujeres del mundo, ¿por qué no aceptar que nos gusta el porno, la masturbación y el sexo, en todas sus formas, como a cualquier otra persona? ¿Por qué no meterse a RedTube o YouPorn o Xvideos sin vergüenza y sin tener que justificarlo con fantasías de romance adolescentes?

Al final E.L. James, igual la hiciste. No cualquiera se hace famosa y millonaria escribiendo una trilogía como el hoyo.

En el próximo artículo: Si eso es sadomasoquismo, mi abuelita es Marilyn Manson

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