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Opinión

10 de Marzo de 2013

Chávez, el hombre de las dificultades

Por Abelardo León, desde Canadá   Y murió Hugo Chávez. Algunos lo lamentan con honestidad, otros con diplomático sentimiento y otros con simple cinismo. Sus últimas palabras: “no quiero morir, por favor no me dejen morir”, han sido festín para aquella prensa obediente a los círculos dominantes de Estados Unidos, del capital internacional y sus […]

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Por Abelardo León, desde Canadá

 

Y murió Hugo Chávez. Algunos lo lamentan con honestidad, otros con diplomático sentimiento y otros con simple cinismo. Sus últimas palabras: “no quiero morir, por favor no me dejen morir”, han sido festín para aquella prensa obediente a los círculos dominantes de Estados Unidos, del capital internacional y sus colaboradores criollos venezolanos. Me causa nausea leer encabezados (sobre todo españoles) que presumen de una libertad de prensa que sabemos esclava, y que no guarda decoro para ufanarse de su supuesto último twitter, en el que se aferra a Cristo como un niño a una medalla. Haya sido o no su autor, la mofa decorada la siento personal, ya que yo, un ordinario habitante de este mundo, también he acariciado uno que otro sueño de libertad. 

Luego de una batalla personal contra un cáncer, no fue el  deterioro de las ideologías ni el agotamiento político lo que acalló su histrionismo y socarronería. Tampoco fue el síndrome del otoño de los patriarcas  retratado hasta el agotamiento por García Márquez. Fue la vida en sí misma la que se transformó en muerte y lo apagó a sus 58 años.  Con un infarto fulminante la “Calaca”, la “Segadora”, “la más fiel de todas las novias”, terminó por llevárselo arrebatándole la tarea de seguir construyendo el sueño delirante de Simón Bolívar. Aquél libertador quien en 1825, en una carta dirigida al general Francisco de Paula Santander, se definiera a sí mismo como “el hombre de las dificultades”.

Reconozcámoslo, la aparición de Chávez en la arena política no fue la más auspiciosa. Justo en el momento en que América Latina se apresuraba a salir de la noche oscura dejada por los dictadores, y luego de la masacre dejada por el Caracazo durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez nadie estaba en condiciones de avalar un golpe militar.  De esta forma, el intento golpista del 4 de febrero de 1992 en Venezuela significó que Chávez estuviera dos años encarcelado. En aquél entonces, la intelectualidad y la izquierda política, cansadas de correrías bestiales de uniformados al estilo Augusto Pinochet o Aldo Rico, se mostró cuando menos indiferente cuando el presidente Rafael Caldera amnistió a los soldados que participaron en aquél golpe frustrado. Las paradojas de la historia hicieron que fuera Carlos Andrés Pérez quien, acusado de malversación de fondos públicos, fuera posteriormente destituido y encarcelado.

Si existe un mérito en la imagen de Hugo Chávez es que logró resucitar en el siglo XXI una versión 2.0 del socialismo que creímos muerto, o al menos erradicado del planeta como peste medieval. Tras el colapso y caída de los países del bloque oriental  y el envejecimiento del proyecto revolucionario de la Cuba de Castro, nada, absolutamente nada hacía prever que  surgiría una nueva versión de socialismo en el país de las misses universo, del Puma Rodríguez y del boom petrolero de los setenta. Sin embargo, como el mejor de los demiurgos políticos, este joven militar una vez presidente hizo un sincretismo de discursos para alcanzar un socialismo post-ideológico financiado con muchos petrodólares. Aquí todo cupo: el rechazo a la dominación imperialista de Estados Unidos, el Sueño de Bolívar y los íconos del Che-Guevara y José Martí se fundieron con dios, Cristo, la virgen María y los hermanos Castro. Toda una melcocha de ideas aparentemente caótica, pero no por ello menos efectiva o digna de reconocimiento. A pesar de las bacanales neo liberalizadoras y los tratados de libre comercio que desintegraron la identidad colectiva americana,  el sueño bolivariano resucitó de entre las cenizas.

Con todas las contradicciones que Chávez pudo haber tenido como mandatario, lo cierto es que Venezuela y los venezolanos cambiaron de una vez y para siempre la imagen del país caribeño que fue hasta ese momento. La oposición se encargó de mostrar a un presidente con raíces golpistas que más tenía que ver con los gorilas dictadores que dominaron la región que con un presidente electo bajo el juego de la democracia. Los medios de comunicación hicieron lo suyo diseñando su estrategia desestabilizadora desde el pentágono haciéndolo ver como populista, dictador, autócrata, caudillo, megalómano y deschavetado. Imagen que fue fuertemente promovida por opositores políticos como Teodoro Petkoff  o el historiador mexicano Enrique Krauze.

Para muchos aún arde y desconcierta el fracaso del golpe militar en 2002, que los  venezolanos salieran a la calle a defender a su presidente, y  que las fuerzas armadas, casi en su totalidad, se mantuvieron leales. Así, la demanda por un cambio social profundo, de desarrollo nacional y de más democracia inclinó la balanza hacia un cauce en donde los venezolanos ungieron a Chávez, lo hicieron su líder. En adelante, la izquierda, temerosa y oportunista lo comenzó a reivindicar.

Más allá de las cifras en el ámbito nacional, Hugo Chávez puso voz a la necesidad de un pueblo históricamente postergado. Afro-descendientes, indígenas  y pobres, los chingados de siempre a los que se les negó el derecho al alfabetismo, la salud, la educación y la seguridad social recuperaron parte de la esquiva alegría. A nivel internacional, Venezuela lideró proyectos como Alba, Celac o el Banco del Sur, lo que marcó un referente en la historia difícil de cuestionar. Como dijera Petkoff hace algunos días: “Chávez fue un personaje controversial, siempre en el ojo del huracán de la polémica, quien desde su presidencia llenó tres lustros de la historia contemporánea del país.”

Estoy consciente que habrá muchos que no verán en esto que digo valor alguno. Finalmente Chávez no fue un hombre fácil de etiquetar. Muchas veces con una política errática, poco comprensible para analistas especialmente acostumbrados a estudiar sistemas más estables, en donde la política se divide en dos bandos tan aburridos como parecidos en su esencia discursiva. Hoy leo la prensa extranjera, paradojalmente la escrita en español, y lo que me genera desconsuelo no es que vuelva a leer la larga lista de apelativos sobre la figura de Chávez, desde dictador hasta líder paranoico. Me desconcierta más bien la incapacidad de reconocer que ambos Chávez, el que lideró un movimiento social con  ideales de justicia,  y el militar golpista que se transformó en civil y que ajustó leyes a su antojo, convivan en el mismo personaje.

Lo admito,  no me sorprendió la declaración del vicepresidente venezolano Nicolás Maduro,  cuando hace unos días atrás señaló que la enfermedad de Chávez se debió a una conspiración de Estados Unidos provocada por una tecnología  para inducir el cáncer a distancia. “Los enemigos históricos de esta patria buscaron el punto para dañar la salud de nuestro comandante”, concluyó diciendo el vicepresidente,  quien reconozcámoslo, no tiene aquella dádiva y carisma que caracterizó al llanero del estado de Barinas. Por mucho que cataloguemos este hecho de evidente ignorancia,  nuestras ideas sobre la democracia, la ciencia y la lógica están apuntaladas por el misticismo retórico. Aquél mismo que llevó a los norteamericanos a combatir en contra de países musulmanes y reforzó argumentos para sostener una guerra religiosa que aún perdura en la sociedad estadounidense.

Lo que en el hemisferio norte se celebra como lógica retórica y política, en el hemisferio sur es estupidez, ignorancia bananera, caudillismo o influencia de nuestros ídolos paganos. Sin embargo,  si revisamos la historia, no ha habido liderazgo  sin populismo. Finalmente el acto de gobernar significa perdurar sobre otras ideas y para ello se necesita más que un puñado de técnicos sociales.

Quizá sea mi única experiencia con el chavismo lo que me ha llevado a escribir esta columna. En un gran congreso de pedagogos celebrado en La Habana, Cuba, en 2010, Chávez se encargó de tener una representatividad de más de mil profesores que se apoderaron del encuentro como una gran masa de camisetas rojas. A donde fuera me encontraba con profesores venezolanos que defendían con canticos chavistas el proyecto desgastado de la revolución castrista y a su santo Martí. Reconozco que me agobió tanto proselitismo, tanta conversión cuasi religiosa en donde Chávez se ungía como el alma omnipresente. Viniendo de un país aturdido por la esquizofrenia neoliberal como  Chile, la política manejada con los mismos códigos de  la santería me hizo sentirme incómodo, ajeno, perdido en la historia, en donde La Habana emergía como un retablo sesentero.

En una de las tantas ponencias tuve la oportunidad de hablar con una profesora venezolana que exhibía orgullosa su camiseta roja. Le pregunté qué era lo que Hugo Chávez significaba para ella como profesora. Me respondió mientras agitaba sus manos con pulseras doradas y uñas pintadas de pulcro rojo: —Mire maestro- Me dijo con impostura de profesora de campo. -No le podría decir si Chávez me dio algo como profesora. Estoy consciente que como maestra hay muchas cosas en las que fallo, en las que no soy  perfecta. Sin embargo esta  revolución me dio un espacio en la sociedad desde donde siento que contribuyo a mi país y al proyecto de una América unida.

Nunca supe su nombre, y muchas veces sentí vergüenza de no compartir los mismos códigos de felicidad caribeña por venir de un país anorgásmico, hipocondriaco y bipolar como Chile. Hoy la imagino afectada pero estoica, como los miles de venezolanos que he visto retratados en internet.  Sólo me resta pensar que la muerte de Chávez puede que signifique sólo un punto en la larga historia de las luchas y opresiones que el hombre ha librado. Que cada cierto tiempo surgen caudillos, caciques, líderes o como queramos llamarlos que encarnan una necesidad compartida por reorientar el orden de la realidad, dotar de sentido a nuestra sociedad y hacernos merecedores de nuestra existencia. No nos confundamos, no fue Chávez quien creó el Chavismo, éste último ya existía mucho antes sólo que con distinto nombre,  Zapatismo,  Peronismo o Allendismo pueden ser alguno de esos, y tal como Zapata, Perón o Allende, Chávez tan sólo fue uno más convocado a darle rostro.

 

 

 

 

 

 

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