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LA CARNE

20 de Marzo de 2013

Testimonio: Reivindicación de la masturbación después de los 40

Fue acampando en un Jamboree de los Boy Scouts, que supe por primera vez de la existencia de la masturbación. Nunca antes había oído tal palabra.

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Vía Soho

Tenía 13 años, quizá 14, y me gustaba rezar en las iglesias. Apenas entraba en una, caía de rodillas. Fue en ese Jamboree (así bautizó Baden-Powell a los campamentos en que se reúnen todos los scouts de la región), que un tipo de la carpa vecina, mayor que yo y pelucón, sin ningún motivo aparente, se acercó con la tapa de una botella de dos litros, me la mostró y dijo: “La lleno de una moqueada”. Estupefacto, busqué con la mirada a los otros miembros blancuzcos de mi grupo de colegio del barrio alto, los llamé, y le pedí al extraño que repitiera lo que acababa de decir. Esto dio pie al primer foro acerca de “la paja” en que he participado.

En lo sucesivo, me ha correspondido formar parte de otros tantos. Recién terminada la dictadura de Pinochet, aparecieron programas en televisión que jugaban a un destape a la chilena. Yo tenía veintitantos años, no había hecho absolutamente nada destacable, era conocido en mi casa y diez más, en una de las cuales, casualmente, vivía la conductora de uno de estos programas.

No sé por qué habrá pensado en mí —lo dejo a la imaginación de los lectores—, el asunto es que me invitó a participar de un capítulo en que se hablaría de la masturbación. En el panel había un sociólogo, una sexóloga, un Opus Dei, o algo parecido, y yo, en calidad de usuario.

Argumenté que al masturbarse, el individuo —o sea yo para todos los televidentes—, durante el acto en cuestión, era hombre y mujer al mismo tiempo. Obvié la posibilidad del onanismo homosexual. El destape recién comenzaba. Lo que quería decir era que en la masturbación también hay un otro imaginado, sin cuya participación el juego no prende. Otro que es parte de uno mismo ahí donde el coito se da entre cuerpos alucinados que rebalsan uno de carne y huesos.?No es necesario especular más de la cuenta: se trata de un regalo divino. La masturbación es lo más democrático que hay. Hasta la más fea y el más repugnante la tienen al alcance de la mano.

Cualquier conquista es factible. No exige preámbulos ni negociaciones, ni mucho menos un compromiso amoroso que vaya más allá del orgasmo. Reconcentra si uno está desconcentrado, relaja si se está tenso, para los sedentarios es un acto deportivo, y una brisa de vida para los enfermos de celibato. Ahí puede suceder de todo, sin mayores consecuencias. Se trata de una relación íntima con la fantasía, como cuando alguien llora leyendo un libro.?Navegando por internet, sin embargo, encontré varios sitios en los que advierten acerca del peligro de que estos frotamientos se conviertan en vicio. En la página Los desafíos de vida aparece el testimonio de una de sus víctimas: “En mi propio matrimonio, esto llevó al punto en que yo no necesitaba a mi esposa, ni física ni emocionalmente, así que comencé a cerrarme completamente a ella. Esto nos llevó a la separación y al divorcio, luego de 13 años de matrimonio”.

Y más adelante aconseja el siguiente test: “Trata de abstenerte de la masturbación o de cualquier forma de sexo fuera del matrimonio por 30 días. Si puedes aguantar este tiempo sin masturbarte en tu primer intento, probablemente no seas adicto. Si como yo, eres apenas capaz de aguantar más de dos o tres días, aparentemente tienes un problema de adicción”. El licenciado Dawlin A. Ureña —de antesdelfin.com—, recomienda que “si usted tiene problemas con la masturbación cuando está solo, entonces busque estar siempre en compañía de otros”. Mi abuela recomendaba los ejercicios abdominales. Yo, por mi parte, lo considero el primero de los derechos humanos. Aún en la mazmorra más descriteriada o en la más oscura miseria, sobrevive esta reserva de placer.

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