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Mundo

21 de Abril de 2013

Los horrorosos relatos de las víctimas de la dictadura en Guatemala

"Me llamo Tiburcio Utuy, soy de Chajul. Fue en marzo de 1982. No te­­níamos comida y se organizó un grupo de tres personas para ir a buscar caña. Cuando estábamos caminando en la montaña, alcancé a ver la huella de un zapato y pensé que el ejército estaba emboscado, cuando de repente sentí que me agarraron soldados del ejército y yo grité, y en ese momento me dijeron: ‘No grites, hijo de puta’. Y después me empezaron a torturar, amarraron mis manos y mis pies bien duro hacia atrás, después me taparon la boca, y toda mi barriga se quedó adelante y mi cabeza se juntó con mis pies hacia atrás, y tenían puesto fuego, y fueron a traer tizones y me pusieron aquí en los ojos, en la barriga y en los testículos y luego mi respiración me salía abajo. Se abrió completamente mi barriga y los intestinos se me salieron”. Este será uno de los testimonios contra el ex dictador, el general Efraín Ríos Montt por una serie de matanzas que casi aniquiló a la población indígena. Este reportaje del diario El País de España, revela cómo el Ejército cometió las peores atrocidades y cómo por primera vez se lleva a un juicio por genocidio a un ex presidente.

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Tiburcio es una de las víctimas de las masacres cometidas por el Ejército de Guatemala durante el conflicto interno que asoló este país durante 36 años.Su relato será escuchado, junto al de 150 testigos más de las matanzas, por el expresidente de Guatemala el general Ríos Montt. Es la primera vez en la historia que un tribunal de América Latina juzga a un expresidente por crímenes de genocidio. Otro de los responsables imputados, el general Romeo Lucas García, falleció en 2006.

A Utuy lo capturaron y torturaron en 1982. Asesinaron a toda su familiay ha vuelto a formar un hogar. “Hasta que no haya justicia no podremos cerrar las heridas”, dice.

La guerra interna entre el Gobierno y la guerrilla se saldó con más de 200.000 muertos, la mayoría –un 83%– eran indígenas mayas que se vieron envueltos en una serie de torturas sistemáticas que formaban parte de un plan organizado desde el ejército para acabar con su etnia y así apoderarse de sus tierras, como afirma el informeGuatemala: memoria del silencio,elaborado en 1999 por la Comisión para el Establecimiento Histórico (CEH) y apoyado por la ONU. Tras la toma del poder en un golpe de Estado en 1982 por el general José Efraín Ríos Montt, la violencia alcanzó nuevos máximos de brutalidad. Hoy el exdictador será enjuiciado por el asesinato de al menos 1.771 indígenas referenciados en el área Ixil durante su mandato entre 1982 y 1983.

Uno de los testigos de las masacres de la zona es Antonio Caba, vecino de la aldea de Ilom, población de la región Ixil. Antonio tenía 11 años cuando presenció la matanza de sus padres: “Era 1982, alrededor de las cinco de la mañana, mataron a 95 personas, nos obligaron a pasar sobre los muertos, las cabezas partidas, mucha sangre había en ese lugar. Y todo sucedió en la plaza donde hacían el mercado. Hubo mujeres embarazadas a las que les abrieron el vientre y quitaron el bebé”.

Durante los años cuarenta, en Guatemala, las enormes desigualdades sociales entre una población mayoritariamente indígena y una minoría ladina –población mestiza o hispanizada–, que concentraba todos los bienes productivos, dieron lugar a movimientos sociales que exigían cambios. Entre 1944 y 1954 se produjo la llamada primavera democrática, en la que se llevaron a cabo, entre otras, reformas agrarias que favorecían a los más pobres. Estas transformaciones no gustaron a la multinacional estadounidense United Fruit Company, que tenía el monopolio de la fruta en Guatemala, ni a los terratenientes locales. La inteligencia estadounidense consideró las reformas como “comunistas” y las atribuyeron a la influencia soviética. En 1954, la CIA orquestó un golpe de Estado en Guatemala –la llamada Operación Success– para destituir al presidente electo Jacobo Arbenz y colocar en su lugar al coronel Castillo Armas. Aquello significó el fin de las reformas, la prohibición de los sindicatos y el principio de una larga sucesión de generales y militares en el poder que utilizaron el ejército como fuerza represora de las demandas sociales. Se extendió la idea de que existía un enemigo subversivo apoyado por el pueblo. Con esta excusa, y aprovechándose del racismo existente en la sociedad guatemalteca hacia los mayas, se orquestó un plan de exterminio de la etnia indígena, a la que se acusó de ayudar a la guerrilla.

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