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Opinión

5 de Mayo de 2013

Espectros fotográficos

Sobre un patíbulo muy elevado, que no da ninguna impresión de solidez, se alinean los condenados a muerte que en unos pocos minutos colgarán de la horca, así como un grupo numeroso de personas, civiles y militares, tantos que ocupan por entero la plataforma tan estrecha. El patíbulo está levantado en lo que parece el […]

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Sobre un patíbulo muy elevado, que no da ninguna impresión de solidez, se alinean los condenados a muerte que en unos pocos minutos colgarán de la horca, así como un grupo numeroso de personas, civiles y militares, tantos que ocupan por entero la plataforma tan estrecha. El patíbulo está levantado en lo que parece el patio de un cuartel, o una cárcel, delante de un murallón sobre el que montan guardia unos soldados, también a mucha altura. Parecen soldados de servicio pero también espectadores de la inminente ejecución. La imagen está tomada desde lejos, como desde lo alto de otro de los muros del cuartel, y las figuras son muy pequeñas, de modo que en el patíbulo no se distinguen los condenados de sus verdugos o sus vigilantes. Un detalle pasaría inadvertido si no se nos llamara la atención sobre él: la figura en el extremo izquierdo del patíbulo se tapa la cabeza con un gran paraguas negro. Hay un pequeño grupo de espectadores o curiosos observando desde abajo, que deberá levantar mucho las cabezas para ver la ejecución.

En la luz cegadora del día resaltan más las figuras negras, los sombreros blancos de verano, el círculo bruñido del paraguas, que están para proteger del sol. Es el 7 de julio de 1865, y en Washington hace ese calor húmedo de asfixia de los veranos en la costa este. Esa figura del condenado precavido que se protege de una posible insolación antes de colgar de una horca es la señora Mary Surratt, que tomó parte en la conspiración para asesinar al presidente Lincoln unos meses antes, y va a ser la primera mujer ejecutada por el Gobierno federal. En una foto tomada unos minutos después parece que vemos el descampado de un ferial en el que ya no queda público y han empezado a desmontarse deprisa las atracciones. En el parapeto quedan dos o tres soldados nada más, espectadores aburridos que no acaban de irse. En la plataforma del patíbulo no hay nadie. Los cuatro ahorcados cuelgan debajo de ella, las cabezas cubiertas con capuchas blancas. Se ve que a la mujer le ataron las faldas un poco más arriba de las rodillas, sin duda para que no se le levantaran indecorosamente en la caída.

Sólo la fotografía alumbra de verdad el pasado. La fotografía establece una frontera visual equivalente a la frontera sonora de las grabaciones más antiguas, incluso las más imperfectas. Más allá de esas primeras voces registradas, de esos sonidos chirriantes de música, se extiende un gran silencio en el que yacen sin remisión todas las voces, todas las músicas que sonaron en el mundo. Más allá de los primeros daguerrotipos, están las presencias de la pintura, de la escultura o el dibujo, pero por muy naturalistas que sean sabemos que carecen de ese grado de realidad inmediata y tajante que sólo da la fotografía. Cosas definitivas que sabemos de Baudelaire o de Allan Poe nos serían inaccesibles si no tuviéramos presentes sus retratos fotográficos. Courbet, que era un gran pintor y un gran narcisista, se hizo muchos autorretratos, pero sólo cuando lo vemos fotografiado tenemos la sensación de encontrarnos de verdad frente a él, en la imperfección y la fragilidad del presente.

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