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Cultura

3 de Junio de 2013

Faloteca Nacional de Islandia: Las apetencias de Siggi y Bergljot

Texto y fotos: Sergio Marras La faloteca de Siggi está en pleno centro de Reykiavik, en la calle Laugavegur, el paseo Ahumada de la capital islandesa. Su colección de penes es la más completa del planeta. Desde falillos de musarañas que miden dos milímetros, y tienen que ser vistos con una lupa, hasta aquellos gigantescos […]

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Texto y fotos: Sergio Marras

La faloteca de Siggi está en pleno centro de Reykiavik, en la calle Laugavegur, el paseo Ahumada de la capital islandesa. Su colección de penes es la más completa del planeta. Desde falillos de musarañas que miden dos milímetros, y tienen que ser vistos con una lupa, hasta aquellos gigantescos de cachalotes azules que miden dos metros y pesan 70 kilos. Entre todos adornan decenas de estanterías, paredes y techos de una muestra apasionante. También el de su amigo, Pall Aronson, colabora bizarramente desde un frasco de formol.

En Islandia, la tierra humea. Con hielo o sin él, el azufre fluye desde las espinillas rotas de los volcanes a flor de tierra. Las explosiones pueden sucederse en cualquier momento, la ceniza tapar calles y campos sin el menor aviso. Su gente lleva la emergencia en la sangre. Varias veces en su historia su territorio ha sido arrasado por nubes pestilentes y fuego.

Allí conocí recientemente a Sigurdur Hjartarson, Siggi para los amigos, 74 años, profesor secundario y traductor, un islandés de libro, provocativo, curioso. Colecciona penes desde la veintena. Cuando enseñaba en una escuela campesina de Islandia, los padres de un alumno le regalaron una fusta hecha con el falo de un toro local. Desde entonces no paró: más de doscientos miembros de ballenas, osos polares, morsas, focas, armiños, ciervos, caballos, perros, hamsters y, por supuesto, sapiens pertenecen ya a su acopio. Cuando se conoció su afición más allá de su pueblo, sus amigos, sus alumnos y muchos desconocidos, le fueron trayendo más y más. En las balleneras le consiguieron penes de la minke, de la azul, de la jorobada, de delfines y orcas. Antes de tener la faloteca organizada los puso como trofeos en las paredes de su casa.

Quería tener en su colección el pene de cada mamífero autóctono de Islandia y lo logró después de 50 años cuando Pall Aronson, el mujeriego más famoso de la isla, le donó su miembro posmórtem.
Pero Hjartarson no fue solo por lo realista, también en la faloteca se puede encontrar representaciones de los penes de criaturas folclóricas como elfos, trolls y monstruos marinos, según las leyendas más diversas de la imaginería boreal.

La bella Bergljot

El islandés lleva algo sutil, inasible, y tremendamente perturbador en la mirada, en la forma de caminar y de reír. Como si supiera que su mundo se puede acabar en cualquier momento. Esto hace que la isla la habite una sociedad profundamente hedonista y abierta; muy envidiable para un sudaca que viene de esquivar tabúes y pedir permiso al cielo hasta para ir a mear.
La Faloteca Nacional de Islandia, como le llaman orgullosamente sus paisanos, se ha transformado con el paso del tiempo en una muestra biológico cultural anonadante, merecedora de las subvenciones de ayuntamientos y fundaciones. El 70% de sus visitantes son mujeres.

Nada más entrar para conocerla, me recibe la bella Bergljot, la nieta de Siggi. para mostrarme el lugar en detalle.

Bergljot es una vikinga de un metro ochenta y ejerce de curadora del museo cuando su padre Hjörtur, hijo de Siggi, está de viaje. Con una seguridad no exenta de coquetería me introduce a la historia de la colección y me va describiendo uno por uno los ejemplares que atesora.

En la sección nacional, me cuenta están todos los tipos de penes de mamíferos islandeses, incluidos los en peligro de extinción, y el pene humano local ya mencionado.

En la sección extranjera: miembros de elefantes, jirafas y el molde de tres penes humanos, sacados de los originales -uno canadiense, otro británico y un último norteamericano-, que fueron donados por sus dueños para extirpárselos apenas pasen a mejor vida.

También están los modelos metálicos de los penes de todo el equipo olímpico islandés de balonmano. Son orgullo nacional. Una artista local los realizó y se los regaló al museo. Junto a la foto del grupo de jugadores, una veintena de esculturas plateadas brilla en medio de la sala principal.

En la sección folclórica, Bergljot me cuenta la leyenda de los duendes campesinos, personajes inmersos profundamente en la vida cultural, política y económica de Islandia, parecidos en sus intromisiones a nuestros traucos.

-¡¡No me va a decir que tienen aquí penes de duendes!!! ¡¡No bromee con que son invisibles!!! –le comento.

Bergljot ríe y me dice que sí, que hay penes de duendes en la colección pero que sólo las mujeres tienen la sensibilidad para verlos.

Bergljot ama a su abuelo. Considera que Siggi es un genio con gran sentido del humor y que la idea de hacer un museo de falos, antropológico y biológico, es de él. No tiene nada de porno ni de erótico. Y eso a mucha gente le cuesta creerlo, me afirma con vehemencia.

Le digo que en Chile una sala de exposiciones con ese contenido sería imposible e intentar obtener subvenciones públicas para mantenerlo vivo sería escándalo nacional.

Los islandeses somos de mente abierta, me dice Bergljot. No hay muchas cosas prohibidas. Eso debido a que siempre fue un país muy difícil para vivir. Los islandeses somos sobrevivientes profesionales, por lo tanto el pene y los testículos de animales diversos, y muchas otras cosas, son algo que todos conocen y hasta comen desde muy pequeños. No hay muchos tabúes.

Sin tener muy claro a partir de qué premisa, le pregunto por qué no hacen una vaginoteca, un museo de vaginas. Si no es un poco machista tener solo penes. ¿No ha reclamado ningún grupo feminista?

Me dice que no se le había ocurrido que alguien pudiera reclamar por esto, pero que puedo tener razón, que se lo proponga a su abuelo cuando lo visite.

Se queda un rato reflexionando hasta que exclama coqueta:
-En todo caso, creo que sería complicado. No es tan fácil andar cortando vaginas por ahí.

Visitando un falólogo pionero

Desde que se jubiló, en 2004, Siggi vive en Husavik, un pequeño pueblo del norte de Islandia, en las inmediaciones del Círculo Polar Ártico. Allí fue donde primero instaló su faloteca, que fue creciendo desde una pequeña cabaña de los extramuros hasta la gran y moderna sala que tiene hoy en Reykiavik.

No tengo su dirección exacta. En el hostal donde me quedo le pregunto a la dueña y me da datos referenciales. Vaya dos calles más allá, doble a la derecha, siga dos calles más y verá a su derecha una casa amarilla. Allí vive Siggi, en el subterráneo. Es un personaje público.

Cuando llego al lugar, la puerta está abierta. Asomo la cabeza y el hombrón está leyendo. Nada menos que un libro de Bartolomé de las Casas y… en español.

Más adelante me enteraré que, además de profesor de colegio, es magíster en literatura hispanoamericana por la Universidad de Edimburgo. Que vivió en México y España mucho tiempo, y que por estos días se dedica a escribir y traducir libros, principalmente sobre historia de América Latina.

Le cuento que conocí su museo y a su nieta Bergljot, que me interesaría mucho que me contara más de su afición. Me pide que me calme y que me siente un rato, y que si realmente quiero saber más de la faloteca lo acompañe a caminar por el malecón de la marina de Husavik, desde donde salen los barcos para avistar las ballenas jorobadas.
Allí vamos.

¿Y qué le dio, Siggi, para lanzarse tras una colección tan especial?
-Alguien tenía que hacerlo. Soy coleccionista por naturaleza.

Su nieta me contó que todo comenzó con un látigo de pene de toro.

Siggi le quita importancia y me dice que esas fustas las usan los campesinos, que son muy buenas para manejar caballos y ganado. Además, en Islandia -tal como me contó Bergljot-, nunca se tiran los penes de los animales, se cuelgan se secan y se usan como aperos. Me trajeron cuatro del campo, me dice. Regalé tres para la Navidad.

Siggi se proclama el primer falólogo científico. Sabe más que nadie de las partes que componen un pene y cómo se comportan.

Me discute que falo no es lo mismo que pene, que falo proviene del latín phallus, y éste del griego phalós, y que aunque se usan ahora como sinónimos, phallus se usó solamente para describir imágenes pintadas o grabadas.

Según él, el pene es un símbolo venerado en la cultura nórdica desde toda la vida. El dios Freyr es un dios fálico que representa la fertilidad masculina y el amor. Tiene su culto desde antes de la llegada del cristianismo a todo el norte de Europa, al igual que en la gran mayoría de las culturas asiáticas, africanas, mesoamericanas. Y, por supuesto, egipcias, romanas y griegas.

Pene, en cambio, se acalora, viene del latín penis, el que a su vez viene del protoindoeuropeo pes, que significa según algunos cola, según otros pie.

En su colección, al decir etimológico, hay unos que parecen colas y otros que parecen pies. Tiene razón.

Para seguir argumentando el sentido de su pasatiempo, también me dice que en Tailandia hay esculturas que lo representan en la plaza del pueblo a la que todos llevan ofrendas. Que en India el lingam es una representación de Shiva como pilar cósmico; que en Roma los usaban como amuletos contra el mal de ojo.

En fin, que en todas partes significa poder y fertilidad, me dice, como aburrido de que por enésima vez llegue un periodista ignorante del tema a preguntarle clichés.

-De pronto pensé que podía hacer algo por la cultura, que nadie más osaría hacer. En los mataderos conseguí caballos, perros, ratones -me explica-. No tiene más sentido que ese mi afición.

¿Nadie pensó que se había chalado?
-Sí. Algunos pensaron que estaba loco. Pero cuando se dieron cuenta de que iba en serio, y que podía ser interesante me ayudaron.

¿Y cómo se financió?
-Al comienzo puse plata propia porque la iniciativa no se autofinanció hasta el año 2007. Los últimos tres años ha dejado incluso beneficios. También los ayuntamientos de Husavik y Reykiavik me dieron algunas subvenciones.

Vi que algunos sapiens le donaron sus penes para cuando mueran.
-Sí. Y uno me lo quiso donar vivo, pero se lo prohibí tajantemente. El tío estaba un poquito descentrado, creo, porque quería que se lo cortaran y lo mantuvieran erecto. Eso, cualquiera sabe que no es posible. El tipo tenía una relación extraña con su miembro. Lo llamaba Elmo, como si tuviera personalidad propia. Y quería verlo expuesto con sus propios ojos en la colección.

Finalmente, ¿cómo se libró de él?
-Hicimos un documento en que la faloteca heredaba a Elmo cuando él muriera.

Vi que uno de sus donantes ya murió y con su herencia pudo completar la colección con los penes de todos los mamíferos de Islandia.
-Sí, el de mi amigo Pall Aronson que murió a los 95, fue clave para poder completarlo.

¿Era biólogo Pall, o médico?
-¡Qué va! Fue el rey del turismo. El primero en sacar islandeses a Europa y en traer turistas a Islandia en los años 40. Un fascista de tomo y lomo. Tenía los nombres de todas las mujeres con que había follado anotados en un cuaderno. La leyenda urbana decía que eran más de seiscientas. Pero antes de morir me confesó que sólo habían sido 296.

¿Digno de una exposición, entonces?
-Bueno, no tuvo mucha suerte. Si lo vio se habrá dado cuenta de que se encogió más de la cuenta con el formol. Creo que eso no le habría gustado. Lo que pasa es que se encogen a menos que se les bombee sangre u otro líquido de vez en cuando.

Me contaron que para convencerle usted le dijo que al estar su pene en la colección sería eternamente famoso y que su fama de ser el más mujeriego de la isla perduraría.
-Eso es una provocación… Mi museo es serio. Mi hijo Hjörtur y mi nieta Bergljot lo continuarán. De hecho ya les pertenece.

¿Nadie ha tenido la ocurrencia de preguntarle si usted es gay?
-Sí, un periodista canadiense y lo expulsé de mi casa.

Bueno ser gay no es una ofensa…
-No. Pero nadie me cree que esto es sólo la devoción de un coleccionista y que no tiene nada que ver con mi vida sexual. Soy absolutamente hetero. Tengo un hijo y tres hijas. Una sola mujer en toda mi vida. No soy especialmente caliente, tampoco.

Siggi inventó la palabra falología y piensa que realmente es una ciencia. Que hay un montón de datos que la gente no conoce y otros que cree saber y que son un mito. Está intentando sistematizarlos en un libro.

Esta decisión lo ha transformado en una verdadera enciclopedia pénica. Me explica que los mitos deben ser superados, que el tamaño del pene de los mamíferos es muy diferente y contradictorio. El de un gorila adulto, por ejemplo, es de unos cuatro centímetros, mientras que el de un chimpancé cuyo cuerpo es mucho más pequeño, mide dos veces el del gorila. Que el mamífero que lo tiene más grande es el cachalote. Mide cerca de dos metros. Lo afirma con los ojos brillantes

¿Y el más chico?
-La musarañita y el murciélago moscardón.

¿El más sofisticado?
-El de los delfines. Lo usan como un radar para medir la profundidad de las aguas donde se encuentran.
Continúa con que los más raros son de los marsupiales que poseen un pene doble, separado en dos columnas, lo que hace que termine en dos puntas. Por otro lado, el pene más grande con relación al tamaño del cuerpo, lo tiene el percebe, un pequeño marisco, cuyo pene mide cuarenta veces la longitud total de su cuerpo…

¿Y para qué tan largo, Siggi?
-Porque vive anclado a las rocas y desde allí lo lanza hasta donde sea necesario. Lo más lejos posible. También las iguanas tienen dos. Y follan con dos penes al mismo tiempo.
Tanta erudición agota pero tengo que preguntarle algo que a mi generación ya comienza a afectarle.

He sabido que no todos los mamíferos sufren de disfunción eréctil. Sólo los humanos. ¿A qué se debe esto?
-Todos los animales, excepto el hombre, y algún otro, tienen un hueso llamado báculo en el pene, que les permite penetrar a la hembra sin erección. Su forma y tamaño varían entre las especies. El resto tiene que esperar que se les llene de sangre para poder follar.

Me cuenta que solo las grandes aves, como las avestruces tienen penes, o los flamencos aunque también algunos patos, gansos y cisnes. Pero la estructura es diferente a la de los mamíferos, me explica. Se yerguen con la linfa y no con la sangre y está cubierto de plumas. Y hay casos extraños, como un pato, que es nada menos que argentino, que tiene el pene enrollado y cuando lo desenrolla mide la mitad de su cuerpo. Y, además, en la punta tiene una escobilla.

-¿Para escobillar qué…?
-Usan la escobilla para sacar el semen de quien haya estado antes con la pata para asegurarse que fueron los últimos en entrar y, por lo tanto, los fecundadores de los huevos. Tienen un talento narcisista exquisito.

¿Y el pene humano tiene alguna característica especial que lo distinga?
-Sólo cosas en contra. No puede retirarse dentro de la ingle, como en otros animales. Tiene que estar ahí colgando con el peligro de ser golpeado. No puede guardarse.

Le cuento que Camilo José Cela, el escritor Premio Nobel español, hizo una enciclopedia en que aparecen los nombres populares del pene. En vez de recolectar penes como él, Cela recogió todas las palabras castellanas que lo nombran:

Entre otras cosas, descubrió una canción muy famosa que dice:

“Tiene nombres mil el miembro viril, alala lalalá. Rabo, nabo, picha, polla, pico, tranca, pija, verga, chorra, cola, porra, pito, mango, pilila, tulula, minga, cipote, carajo, pilín, pirula, pichula, el cabeza de haba, tula, casco alemán, dedo sin uña” tralalá”.

-Bueno yo se los podría cantar en islandés. También son muchos.

Siggi finalmente me despide diciéndome que lo de tanto nombre se debe a que, mal que mal, el pene es responsable en un cincuenta por ciento de la continuidad de la especie y por eso se le bautiza y rebautiza con proliferación, Es una especie de manifestación de cariño adictivo de los pueblos. Al igual como todas las religiones le han dado cientos de nombres a Dios –muchos más que al falo- porque, no lo olvide, me recuerda, Él es el responsable de todo, incluso de todos los penes.

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