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LA CARNE

11 de Junio de 2013

El comercio sexual afro que se tomó el centro de Santiago

En la calle San Antonio, entre Monjitas y Esmeralda, jóvenes en su mayoría colombianas y dominicanas se lucen todo el día a la espera clientes, a quienes suben a los varios departamentos que arriendan en el sector. Cobran desde diez mil hasta 100 mil y cargan con largas historias de viajes, nostalgias e ilusiones de un vivir mejor. En Bandera y Morandé, en tanto, el sabor caribeño se adueña de topless y cafés, donde una invitación a un “pololeo” puede terminar en sexo seguro por $30 mil. Según la Fundación Margen, que lucha por una Ley que reconozca la dignidad del rubro, las extranjeras componen el 50% de las trabajadoras sexuales del país. Esta es la historia obrera de las morenas que revolucionan el sexo pagado nacional.

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El kiosko de Erick está ubicado en el corazón de la esquina de San Antonio con Santo Domingo, en el centro de Santiago. En sus diez años de vida, el local ha sido testigo privilegiado de la transformación del barrio en que está inserto. Desde hace unos cinco años, la típica y popular calzada nacional fue adquiriendo un especial sabor caribeño, debido a la presencia común y característica de mujeres colombianas y dominicanas en sus veredas.

En el barrio, aparte de micros orugas y comercio ambulante, aparecen fulgurantes las figuras de una decena de señoritas en su mayoría morenas, que sensuales y de profundos escotes, miran a los hombres que pasan en rol de oficinistas, siempre mirones y tentados. Algunos giran la cabeza rápidamente, como reconociendo la culpa de un pecado; uno que otro se detiene y cruza tímidas palabras. Los menos, se atreven y suben por las escaleras de un gélido edificio de San Antonio. En la puerta, chiquillos hacen las de guardia, oficio aquí más conocido como “cabrón”.

Es el “mall del chocolate”, la expresión usada por los asiduos al sexo pagado para referirse a las bondades de la piel canela que abunda en calles, cafés, topless y demases de este sector de la capital.

A los quince minutos, una oscura y regordeta dama baja rauda. Se acaba de ganar trece lucas. Se llama Paty, lleva cinco años en Chile y vino invitada por una amiga. A su lado, se suma Cristal, dominicana de treinta años y no menos delgada. Invita a pasar y asegura que “al hombre chileno le gusta gastar”. A veinte metros, dos chilenas flacas alegan la poca atención que reciben: “Te gustan las grandes”, reclama Fran, que se mueve junto al coqueto tatuaje de su abdomen.

El escenario del barrio lo completa una serie de cafés otrora con piernas, hoy con algo más. En el Aries, Clarita tiene dos turnos: de 10 de la mañana a 4 de la tarde, o de 12 del día a 10 de la noche. Es una preciosa dominicana de piel canela, frágil y dulce, que lleva un año y medio en Chile, vive en Estación Central y hace sólo cinco meses se lanzó al rubro del café para aprovechar las incomparables ganancias. Invitarla a un café vale dos mil pesos, y la conversación dura unos quince minutos. Luego hay que seguir invitando para continuar la sexy tertulia. En un día malo, Clara se hace quince lucas. En uno bueno puede llegar a $60 mil. En el Aries hay otras dos trabajadoras, una colombiana y una mínima chilena. “Cuidado con las de afuera, las más lindas son hombres. Se mandan a hacer el cuerpo”, recomiendan en la despedida.

En tanto, don José cruza una y otra vez la calle con su escoba y tarro de la basura a cuestas. “Esas diosas andan siempre en movimiento. A veces en la esquina con Monjitas, Santo Domingo o Esmeralda. Son parte del paisaje”, dice con sus labios de pícaras comisuras.

En la galería Santiago, hay otros dos cafés, donde las dinámicas eróticas son totalmente distintas. Son los café con sobajeo, que muchas veces pueden terminar en sexo. Audaz, en la oscuridad del Virgen, la dominicana María tiene turnos de 11 a 15 o de 12 a 21 horas. Gana entre 15 y 30 lucas diarias; cobra dos mil por “bebida” de quince minutos; y pide propina y monedas para hacer sonar el reggaetón. Daddy Yankee y J Alvarez armonizan el ambiente. Como este, hay decenas de locales en el centro de Santiago, donde el “cabeceo” (frotación pene-culo) es el modelo de negocio.

EL PARAISO

El tercer tipo de escenario para ejercer el comercio sexual en la capital es el clásico topless, cuyo epicentro está a pocas cuadras de San Antonio: entre las calles Bandera y Morandé, quizás el espacio más cosmopolita de la nación. La marca registrada del sector son los cuatro clubes conocidos como “Paraíso”, pertenecientes a un mismo dueño y donde se reproducen las mismas lógicas y códigos del amor.

Al entrar al de Bandera con Catedral, al de Plaza de Armas, al de Morandé con San Pablo o al de Bandera con Ailavilo, te recibe un portero que suele ser robusto, quien sentado en una silla alta entrega una tarjeta que valida el ingreso. Es una especie de amuleto, que luego se entrega en la caja, donde hay que pagar $2500. La misma dinámica, pero con una entrada de $2000 se da en el topless “Pasión”, ubicado al fondo del centro comercial Santiago, en Bandera.

Al entrar a este tipo de locales, el espectáculo lo componen una masa de trabajadores cansados, quienes sentados reciben eróticos saludos que convidan a “pololear” o a “una bebida”, código que implica ir a una pieza compartida, donde varias parejas se sobajean por cinco minutos para terminar ofreciendo sexo. Los precios, siempre regateables, van desde coito a $15 mil en pieza compartida con penetraciones ajenas, $20 mil en un pequeño baño a solas y $35 mil en el llamado “jacuzzi”, una pieza ubicada en el segundo piso de los paraísos.

Estefani, una tímida ecuatoriana de 20 años, viajó desde Guayaquil hace un año para trabajar de nana en Puente Alto. Eso hasta que una amiga le pasó el dato para llegar a hacerse casi $50 mil diarios. A Esmeralda, dominicana de 25, la trajo su tía a trabajar en el rubro del servicio, hasta que una compatriota se la llevó al Paraíso. Inquieta, ansiosa, casi alterada, aclara las diferencias entre esta pega y un café con piernas: “Aquí se viene a hacer lo que se hace y ya, no se viene a conversar, este no es un café, aquí se viene a ‘hacel el amol'”. De fondo, “Perros Salvajes” de Daddy Yankee, que rápidamente cambia al romántico “Mariposa Traicionera” de Maná, mientras en el escenario las bailarinas hacen la posta. El caño permanece incólume ante el cambio de género musical, mientras la bailarina saliente zamarrea con su trasero la cabeza de los que miran el show demasiado cerca.

LUCHA POR LA DIGNIDAD

En la vereda de la calle San Antonio, justo al frente de la exhibición de Paty y sus compañeras, Herminda González encabeza una actividad de difusión de la Fundación Margen, entidad que lucha desde hace veinte años por el reconocimiento de los derechos sociales y legales de las trabajadoras del comercio sexual.

La dirigenta, explica el auge moreno en el rubro: “el comercio sexual migrante viene desde Paraguay, República Dominicana, Colombiana, etcétera. Son flotantes, la raza afro primero estuvo llegando con las colombianas, después las ecuatorianas y ahora las dominicanas. Es por tiempo que están llegando las compañeras, porque en algunas instancias se datean entre las mismas familias que acá se está ejerciendo el comercio sexual, que se gana mucho más, que la plata vale mucho más que en otro lugares. Además están cerca de Chile, por lo que la mayoría viene por carretera incluso desde Colombia, no por avión”.

En el café Cuba, instalado en la calle Monjitas llegando a Miraflores, atiende Leyla, una morena despampanante, crespa y que no aparenta más de 20 años. Sonriente, ella asegura tener 26 y cuenta cómo es una travesía por tierra desde Cali, Colombia, hasta la rivera del río Mapocho. “Llegué hace dos meses a Chile. El viaje duró trece días y anduve en quince buses. Fue terrible”, confesó, añadiendo que iba “acampando o quedándome en hostales cuando se podía”.

Sin embargo, la tortura sobre ruedas no la realizó sola. Junto a su silueta, se trasladaron otros cuatro hombres, con quienes pasó de Perú a Bolivia, embistiendo a Chile por Iquique. En la Tierra de Campeones se quedaron dos de sus compañeros. El otro par la acompañó hasta la capital, donde se ocuparon en el rubro de la construcción.

“En la frontera sólo tuve que tener paciencia. Ingresé como turista, por lo que a los tres meses tengo que renovar la estadía. Pero no creo que me quede tanto. No me gustó mucho Chile, hace mucho frío”, comenta detrás del blanco de su bikini, a la hora de almuerzo de un día de semana. “Yo tengo familia acá, pero no siempre se viaja por tierra. También algunos viajan en avión cuando tienen sus ahorritos”, añade.

EL PELIGRO DE LA TRATA

Herminda González sostiene que la llegada de las “compañeras” no tiene nada que ver con “el tráfico de mujeres. La mayoría de ellas llegan acá con su visa bien”.

Sin embargo, desde hace un tiempo existen antecedes de trata de mujeres en Chile para ejercer el lucrativo negocio del comercio sexual. En septiembre del año pasado, el Segundo Tribunal Oral de Santiago condenó a una agrupación dedicada a la trata de personas, especializada en mujeres dominicanas sometidas a la prostitución. Esta es la primera condena que se dictó en Chile por este ilícito desde la publicación en 2011 de la Ley 20.507, a raíz de la identificación del aumento de este delito en el país.

Ya en esa ocasión, la Fiscal Carolina Suazo, especializada en delitos sexuales, dijo en entrevista con Ciper Chile que “con los datos que poseemos de las investigaciones realizadas, y las que se encuentran vigentes, podemos concluir preliminarmente que la gran cantidad de casos nos muestra que Chile esta siendo un país de destino de la trata de personas. Y eso tiene que ver con la realidad económica que vive nuestro país, con que efectivamente la tasa de desempleo es aceptable, por decirlo de alguna forma, y porque a nivel de nuestros países vecinos Chile tiene lo que podemos calificar una buena situación económica”.

Según Herminda, de las 16 mil mujeres que trabajan en el comercio sexual chileno, “un 50% son mujeres inmigrantes, y hay de todos los países. Hay tanta modalidad del comercio sexual que uno no sabe en qué momento tienes a una trabajadora sexual trabajando al lado de tu casa, porque estos departamentos son tan antiguos, son históricos acá en Santiago, entonces tú puedes tenerlas al frente o al lado. No sabes dónde están, pero están, están en todos lados y tienen tanto derecho como cualquier otra mujer”.

“Nosotras trabajamos con las mujeres trabajadoras sexuales, defendemos su calidad de vida, sus derechos humanos; que tengan una salud digna, que las atiendan como cualquier usuario, porque a las mujeres que no están con sus papeles no las atienden como corresponde, no las atienden como a otra chilena. Y todas las mujeres o hombres tienen el mismo derecho a ser atendidas, siendo o no inmigrantes”, agrega la representante de Margen.

Según el Departamento de Extranjería del Ministerio del Interior, en 2011 los extranjeros residentes en Chile eran cerca de 400 mil. De éstos, la mayoría es de origen peruano (37%), luego argentino (17%), boliviano (7%), ecuatoriano (5%) y colombiano (4%). En la oficina de Extranjería de la Policía de Investigaciones, en tanto, señalan que el ingreso de inmigrantes mujeres evidentemente ha crecido. Sin embargo, no hay un registro exacto del porcentaje que lo hace para dedicarse al comercio sexual.

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