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Opinión

3 de Julio de 2013

Escoja, reina, es coja

Yo no creo que el aplastante apoyo a Bachelet se explique simplemente por su encanto. Ella es evidentemente la representante del ideario social demócrata. Buena, mala, o regular, es quien enarbola las banderas de ese sector que no desprecia el rol del Estado y que ve en la población antes un montón de ciudadanos que de ansiosos consumidores. Precisamente la melodía que por estos días está imperando, aunque los músicos de su orquesta estén a punto de morir de viejos junto a sus instrumentos.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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A los chilenos parece que nos gusta votar y lo hacemos bien, en orden, muy civilizadamente. Casi no tenemos fiestas colectivas. Acá no hay carnaval. Nuestras celebraciones son políticas: nos emborrachamos para el 18 de septiembre, conmemorando el nacimiento de una Junta de Gobierno, y salimos en masa para las elecciones. Todo indica que somos una sociedad bastante politizada. No nos une simplemente la música y el baile, ni el embrujo de un mito inmemorial, ni el cambio de las estaciones, ni siquiera la religión.

Los estudiantes ya llevan años marchando periódicamente. Cuando lo hacen, y más todavía si se marcha por los derechos homosexuales, la Alameda se transforma en nuestro Sambódromo… Uno harto más pálido que el otro: desfilamos en lugar de danzar. Son numerosos los secundarios que participan en interminables asambleas, donde se pasa de los temas domésticos al destino de la patria sin solución de continuidad. Las tomas de establecimientos también se han ido constituyendo en una modalidad de fiesta. Los pingüinos combativos, sería hipócrita que lo negaran, lo pasan bien ahí. Los menos luminosos se entretienen destruyendo los inmuebles con la excusa de cambiar el mundo. La protesta callejera también es una diversión política.

Aunque no falten los que pretendan minimizarlo, en Chile le damos a lo ciudadano más valor del que reconocemos. Hay quienes dicen que somos los suizos de América Latina, y lo dicen por lo aburrido que somos, pero también por esto otro. Pudiendo quedarse echados en sus casas este domingo de frío, viendo una película adentro de la cama, fueron muchos los que prefirieron participar de las primarias. Más de tres millones de personas a lo largo de Chile, cuando entre los analistas de la plaza se había impuesto la certeza de que no llegarían a un millón. Habría sido un gran progreso democrático si toda esta gente además hubiera decidido los candidatos al parlamento.

Los politólogos reaccionarios de izquierda y derecha han insistido en que la voz de la calle no se condice con la de las urnas, pero eso también se está viendo desmentido. Quienes han hecho eco de las causas que han congregado a los marchantes, fueron premiados en esta elección. La Alianza, que se ha obstinado en darle la espalda, vio radicalmente disminuido su apoyo. Es cierto que la desconexión entre los partidos y la ciudadanía es grande, pero, en líneas gruesas, los bloques ideológicos están más reconocibles que nunca.

Yo no creo que el aplastante apoyo a Bachelet se explique simplemente por su encanto. Ella es evidentemente la representante del ideario social demócrata. Buena, mala, o regular, es quien enarbola las banderas de ese sector que no desprecia el rol del Estado y que ve en la población antes un montón de ciudadanos que de ansiosos consumidores. Precisamente la melodía que por estos días está imperando, aunque los músicos de su orquesta estén a punto de morir de viejos junto a sus instrumentos.

Orrego era el social cristiano (en un país que se ha ido descristianizando) y Velasco el candidato más puramente liberal (en un país que moralmente se ha ido liberalizando). Longueira y Allamand representan a la derecha sin matices, y en esa carrera desprovista de colores, ganó el campeón del blanco y negro. Decidieron atrincherarse. No saldrán a vencer en las presidenciales, sino a fortalecer la resistencia parlamentaria. Contarán con toda la plata imaginable y su lucha consistirá en bloquear cualquier cambio a la Constitución.

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