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Opinión

8 de Julio de 2013

El siglo marcha y se crispa

Cómo pensar este horizonte que se balancea de manera inestable entre la institucionalidad y la protesta. Nadie podría negarle el derecho a los jóvenes dirigentes estudiantiles o a los dirigentes sociales de que construyan para sí un futuro político, aunque ese futuro se inscriba en los mismos lugares que interrogaron con desconfianza y, en algunos […]

Diamela Eltit
Diamela Eltit
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Cómo pensar este horizonte que se balancea de manera inestable entre la institucionalidad y la protesta. Nadie podría negarle el derecho a los jóvenes dirigentes estudiantiles o a los dirigentes sociales de que construyan para sí un futuro político, aunque ese futuro se inscriba en los mismos lugares que interrogaron con desconfianza y, en algunos casos, con desprecio. Me refiero a aquellos que buscan llegar al Congreso o al menos intentar llegar al Congreso. Pero, más allá de todo, reconociendo el derecho a establecer su camino, no dejo de preguntarme acerca de la inexistencia de lugares intermedios.

Lo que quiero señalar es que entre la protesta organizada y el envejecer prematuramente como diputados o alcaldes, debería haber un lugar que dé garantías de existencia política sin que necesariamente se instalen en los centros negociadores (de la política) como es el Parlamento.

Porque si se sigue esa lógica, la agitada protesta callejera o el levantamiento focal para solucionar problemas agobiadores para los habitantes, sería nada más ni nada menos que una sede, o quizás habría que decir La Sede, para incubar diputados, seguramente senadores y por qué no Presidentas o Presidentes de la República.

Mayo del ‘68 fue un hito cultural del siglo XX. Eso es ineludible. Marcó un momento privilegiado para los cambios culturales que estaban en disputa. Sin embargo, sus principales jóvenes actores
sucumbieron ante lo establecido. Ingresaron a instituciones que les devoraron, como diría Walter Benjamin, sus auras. Sin embargo, ese paso hacia lo formal no anula el suceso Mayo del ‘68. Eso permanece inalterable. De la misma manera, los movimientos estudiantiles locales o la “Batalla de Aysén” están allí para comprobar, de manera indesmentible, cómo la ciudadanía puede alterar agendas y cambiar o suspender los fuertes dispositivos de dominación con los que se controla la agitación y la rebeldía. Son esos momentos, esos tiempos en que desplaza el sentido dominante, cuando se produce, según el decir de Jacques Ranciere, la emancipación

Sin la menor duda, más allá de la actual necesidad de institucionalización de sus líderes, el movimiento estudiantil ya es un hito emancipatorio en la historia del los primeros años del siglo XX, porque ese reclamo rompió los paradigmas que la derecha ganancial y sus fieles aliados habían impuesto como norma y único destino. Y de paso movilizó a las dirigencias políticas de la centro izquierda siempre pauteadas por lo que entendemos como mayorías, sin señalar que a menudo esa mayoría es construida por la elite dominante que inocula en ellas sus verdades.

La palabra gratuidad en Chile -laboratorio avanzado de la experiencia neoliberal- parecía si no obscena, al menos cavernaria. La actualidad chilena es paga. La vida se realiza a crédito. Meses y meses de pagos y el atraso refuerza los intereses y así no más se nos va la vida. Ese es el pacto. Eso mantiene al 1% en la riqueza más extrema. Pero el 2011 puso de manifiesto que la gratuidad era una palabra posible, que la Universidad chilena, tal como la mexicana o la argentina o la boliviana, podía ser gratuita. Desde luego ese 2011 proviene del 2006 de manera encadenada y fiel. La llamada “Revolución Pingüina”, aunque fue manejada y aplacada por la conjunción de la derecha y la Concertación, dejó como dispositivo la fórmula de la asamblea y la figura política de los voceros. Instaló una metodología de trabajo que sigue vigente y que fue crucial para reiniciar las protestas el 2011.

En ese sentido, a pesar de que resulta muy difícil, me atrevo a abrir una pregunta acerca de la pertinencia de que estos (importantes) líderes reaparezcan en su más plena juventud como diputados, cuando todavía nos rige un sistema binominal que desde ya pone en riesgo o francamente les niega la posibilidad de ser electos (salvo que cuenten, a su favor, con las negociaciones de los partidos). Por qué participar, me pregunto, de un sistema que está escrito por Pinochet. Un sistema que fue hecho para excluir y mantener el capital y masificar la falsa idea de bienestar gracias a la democratización de la tecnología. Pero no hay respuesta, precisamente por la falta de lugares intermedios que permitan la vigencia y la participación sin que necesariamente estas figuras se expongan a ser arrasados por las máquinas disciplinares de los centros.

Pero ahora parece que es el turno de las AFP. La especulación financiera con fondos de los ahorristas parece estar a punto de colapsar. “Felices y Forrados” es un síntoma. Y no es que “Felices y Forrados” sean rebeldes o agitadores. Más bien se trata de una empresa semi kitsch que se abre paso en el mercado atacando a las trampas del mercado mismo. Busca la fama y el crecimiento económico agrediendo la ultracapitalización de las poderosas maquinarias que concentran el 1% de la riqueza. Más allá de los resultados de estos “emprendedores” de las finanzas, la gestión movilizadora de fondos que aconsejaron y que desplazó grandes sumas de ahorristas, puso de manifiesto que las AFP bordean el fraude para los trabajadores. Después de este movimiento de dinero, el gobierno detuvo los flujos. Sin embargo, lo que sale ahora a la palestra es que las pensiones son y serán de hambre.

Y así podrían detonarse como en un efecto dominó una a una las rebeliones ante los “cobros indebidos” en las áreas estratégicas de la vida que acechan por todas partes. Y podría precipitarse la pregunta sobre la renacionalización del cobre y el agua, mientras el pueblo mapuche insiste, como siempre, en la restitución de sus tierras ancestrales y en la autonomía. En fin. Más allá o más acá de cada uno de los resultados, el punto es producir modificaciones en los límites impuestos.

Vivimos un momento incierto en nuestro escenario contemporáneo, aunque los tiempos están siempre implicados, ya que los pingüinos del 2006 portaban a los universitarios del 2011 y del 2013. Y en esa línea de pensamiento quiero recordar aquí que el viaje de Pinochet a Inglaterra para operarse de la columna en The London Clinic. En 1998 se rompió -es un decir- su vertebralidad política y lo expulsó, después de 25 años, del lado visible del poder.

Y esa prisión inesperada motivó ese mismo año, el ‘98, la emergencia festiva de The Clinic como respuesta ante la detención del dictador. Quién lo iba a presagiar.

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