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Nacional

9 de Julio de 2013

El cazador de femicidios

El fotógrafo Cristóbal Olivares (25) lleva dos años trabajando una investigación en torno a casos de femicidios. En ese tiempo ha visitado un montón de sitios del suceso, conversado con familiares de víctimas y también, elaborado sus propias teorías y conclusiones sobre la violencia de género en Chile.

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El año pasado, viendo televisión mientras almorzaba con su abuela, Cristóbal Olivares notó que las noticias sobre femicidios se repetían mucho en muy poco tiempo. Fue ahí cuando nació su idea de “perseguir” femicidios, selelccionarlos y registrarlos. SAbía que algo había ahí, algo por investigar, documentar.

El trabajo de buscar información y ver la facitibilidad del trabajo fueron unos ocho meses, calcula. Contactando gente las puertas se empezaron a abrir una tras otra; cada caso empezaba a abrirse, a resolverse.

Dos triadas de imágenes recuerdan a Mireya, muerta a los 25 cuando su novio la lanzó desde el noveno piso. Son fragmentos, rincones del departamento donde vivía y desde donde cayó. Un collage de fotos de distintos momentos de su vida, un cubre camas naranjo, un vestido corto que mezcla colores anaranjados, fucsia, amarillos, morados. Los exteriores: la punta superior del edificio, una vista hacia la calle, desde el balcón, del punto donde Mireya terminó su caída libre.

Olivares habló dos veces con la mamá de Mireya. La contactó a través del conserje del edificio. La mamá de Mireya vive en Rancagua, pero viene a Santiago fin de semana por medio por trabajo y se aloja en el mismo departamento donde mataron a su hija.

La relación, dice Olivares, siempre fue en términos de tomar fotografías del lugar. Nunca pensó en sentarse a conversar en extenso, pero ella fue contando detalles. “Juntémonos solamente porque espero que el trabajo que estás haciendo sirva para recordar de otra manera a mi hija, pero también para que lo que le pasó a mi hija no se olvide”, le dijo la mamá de Mireya.

Sus ojos, dice Olivares, estaban muertos. La conversación con esa mujer le dio un empujón en este trabajo. “Dale, esto es importante, no puede quedar en la estadística”.

-Ahí es cuando va cobrando más relevancia el lugar y la carga emocional que puede tener. Yo quería contar otra historia, buscarle la vuelta, ahondar. Podría estar fotografiando minas con el ojo morado o llegar con la PDI a mostrar la mujer muerta, pero yo quería mostrar algo más dignificante.Lo único que yo espero es que si alguien ve este trabajo le revuelva un poco el estómago, que quiera entender más las historias- dice Olivares.

La fotografía, dice Olivares, es un pretexto para contarte la historia, o para contársela a él también. Una dimensión más grande y más profunda que el catastro numerado de femicidios del Sernam.

La mamá de Mireya le contaba que los amigos de su hija nunca percibieron violencia en ese pololeo. Nada preocupante, hasta que un día a Mireya la ascendieron en el trabajo y fueron a celebrar. De vuelta en el departamento su novio la empujó del noveno piso. Cuando se dio cuenta de qué había hecho, el tipo también se lanzó, pero rebotó en un techo y se salvó. Ahora está preso.

– Son cosas que me corroboran que los celos son la causa número uno de los femicidios, o cuando ellas los dejan. Eso del hombre de estar por encima de la mujer, de decir, “vos soy mía”. Cosas tan inocentes como decir “mi mujer”, no están bien. No es tu mujer, es tu pareja, tu acompañante. No es tuya- dice Olivares.

-Hay lugares en mis fotografías que son fuertes, porque son de la vía pública- cuenta Cristóbal Olivares.

Algunos de esos puntos fotografiados -sitios del suceso- hoy se han transformado. Es el caso de Laura, una mujer de 73 años que tenía un restaurant en el barrio Franklin: su pareja la mató usando un cuchillo de su propia cocinería.

Hoy, sus clientes, colegas y amigos tienen instalada una animita en el lugar. Le piden cosas, la llaman Santa Laura. Manifestaciones populares que hablan de que no sólo Olivares busca darle una relevancia a los lugares, a los hitos.

-Me he ido fijando en las consecuencias en los lugares donde ocurren estos femicidios, porque son lugares físicos inamovibles. A una mujer la pueden matar acá en la esquina y sacan el cuerpo, sacan la sangre, pero el lugar queda ahí mismo, cargado de la historia de un crimen. Así como también puede ser en una pieza de motel, son lugares que obviamente siguen, que no desaparecen. De repente tú te agarras la cabeza, porque son lugares cotidianos; la cotidianidad empieza a ser un arma contra las mujeres.

De esa cotidianidad, Olivares también registra y explora. Cuchillos de cocina, un palo, un fierro, un plato quebrado. Olivares cuenta que hizo el ejercicio de escribir una lista de cosas, de instrumentos cotidianos que sirven para matar. Fue y buscó y los encontró todos en su casa.

-El lugar trabaja en conjunto, entonces ¿qué connotación van adquiriendo estos objetos después de tú conocer la historia?- se pregunta el fotógrafo.

En Buin, al sur de Santiago, una casa lleva tres años quemada completamente y abandonada a su suerte. A Olga (45) su marido la degolló y después cortó las mangueras del gas para hacer explotar la casa. Sus hijos apenas lograron escapar.

Cuando Olivares visitó el lugar, la casa seguía ahí, en las mismas condiciones. Entre un fondo de verdes pinos y vegetación frondosa estaban todavía los platos rotos, un teclado de computador fundido, un columpio abandonado.

– Puede ser porque a lo mejor no hay plata para demoler o porque la familia no está ni ahí, pero ahí está, la evidencia está tangible. Es un hecho muy violento encontrarse con la vajilla tirada en el piso, la vajilla que una familia ocupó, y así con las demás cosas- dice Olivares.

Pasar de las cifras vacías que entrega el gobierno al volumen que entregan las historias particulares ha sido la misión de Olivares. De la dificultad de las mujeres para denunciar, de la ausencia de una protección efectiva, del crimen mismo y luego la cuantificación. El foco está mal puesto, dice Olivares.

-Me interesa mostrar la consecuencia, que es la muerte, para explicarme a mí mismo primero. Por mi interés por la fotografia llegar a algo a lo que usualmente no me hubiera acercado siendo fotógrafo. Querer entender por qué pasa esto como sociedad, y hacerse cargo uno de documentar qué problemas nos estan afectando. Por eso me parece imprtante la consecuencia. Que un hijo quede sin su madre es una consecuencia del asesinato- dice.

A Olivares le llama la atención cuando las víctimas son jóvenes. Es algo inesperado, dice, no son familia, no hay matrimonio, “donde tú puedes entender que las cosas estén más tensas con el pasar de los años”.

Por eso, que un tipo de 23 años venga de amenazar de muerte al papá de su pololo, que cuando la encuentre la lleve a un potrero, la amarre, la degolle y la apuñale, que luego invente que fueron asaltados y que después no se la pueda con la culpa y confiese, son cosas que a Olivares le chocan.

En el caso de Karina, la víctima más joven de femicidio en Chile -16 años- la prevención y la cautela no funcionaron. Karina, dice Olivares, lo estaba pasando muy mal por la violencia de su pololo.

La familia, temerosa de que el joven la encontrara, tuvo que tomar sus propias medidas de precaución: la mandaron a vivir donde su abuela a la comuna de El Bosque. Pese a todo, el joven la
encontró, insistió y cuando Karina accedió a reunirse con él, la mató cerca del mall Plaza Norte.

– Todos dicen que cuando Karina empezó a pololear con él ella cambió, estaba triste, el tipo la paqueaba. Era muy chica- cuenta Olivares.

En ese potrero donde murió Karina, su familia instaló una cruz con una leyenda que la recuerda. Alrededor pusieron piedras grandes a modo de asientos. “La gente necesita ir sanándose”, dice Olivares.

La sanación, la precaución, cruzan personalmente el trabajo de Olivares.

-Me pregunto qué tan libres estamos hombres y mujeres, especialmente los hombres, de caer en algo así. De convertirnos en un celópata total, de que porque la mina se arregla un poco volvernos locos. Son cosas de la cabeza. Tú puedes ser víctima también de esto, de lo que sea la raíz del problema de la violencia de género. Yo exploro el tema desde el punto de vista, de ese temor de tener el problema tan consciente de no caer en eso.

Ana Maria (41)
Trabajaba como prostituta. Su marido la apuñaló dos veces con el cuchillo que ella tenía para defenderse. La dejó morir desangrada en la esquina donde trabajaba.

Elizabeth (50)
Vivía en un sitio eriazo junto a su marido, quien la golpeó hasta darle muerte. Fue encontrada en un canal de irrigación días después.

Carmen Gloria (36)
Apuñalada en la calle por su marido, quien la venia siguiendo y molestando. Murió en una esquina cercana a su hogar.

Laura (73)
Apuñalada por su pareja con un cuchillo carnicero, el cual fue tomado desde el restaurante de Laura. Sus clientes habituales y compañeros de trabajo hicieron un altar a su memoria.

Mireya (25)
Su novio la empujó desde el noveno piso de su departamento. Ella murió en el acto. El trató de suicidarse saltando desde el balcón, pero sobrevivió.

Nardy (40)
Su marido le disparó en plena calle con una escopeta y luego se suicidó en el mismo lugar.

Olga (45)
Su marido la apuñaló y luego cortó las mangueras de gas para incinerar la casa. Sus hijos apenas lograron escapar. Hasta estos días la casa quemada sigue ahí.

Verónica (40)
Fue encontrada decapitada en una habitación de motel. Su asesino fue su pareja quien ya había cumplido tiempo en la cárcel por matar a su ex esposa el 2003.

Catalina (24)
Su marido la llamó pidiéndole que conversaran fuera de la casa que compartían junto a sus hijos. Le disparó en la cabeza y huyó.

Mireya (25)
Objetos personales en el departamento donde vivía mireya.

Paula (38)
Estuvo desaparecida varios días. Fue encontrada en una zona cercana al km 44 de la carretera. Su esposo la golpeó con una roca y decapitó.

Karina (16)
Amarrada, apuñalada y decapitada por su pareja de 23 años. Su familia construyó un altar en el lugar donde fue encontrada. Ella es una de las victimas de femicidio más joven en Chile.

www.cristobalolivares.com

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