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Opinión

14 de Julio de 2013

Gran columna: Belén y las bestias del Sur Salvaje

Por Abelardo León, desde Montreal ¿Por qué nos sorprendieron las declaraciones del Presidente de la República Sebastián Piñera al sostener que Belén, la niña embarazada de once años y violada reiteradamente por su padrastro, demostraba “personalidad y madurez” por aceptar sus circunstancias? Seguramente porque lo que el sentido común nos indica es que no hay […]

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Por Abelardo León, desde Montreal

¿Por qué nos sorprendieron las declaraciones del Presidente de la República Sebastián Piñera al sostener que Belén, la niña embarazada de once años y violada reiteradamente por su padrastro, demostraba “personalidad y madurez” por aceptar sus circunstancias? Seguramente porque lo que el sentido común nos indica es que no hay nada más desafortunado que un elogio cuando lo que corresponde es un acto de compasión. Me permito decirlo: nada hay de admirable o ejemplar en la lamentable historia de niñas como Belén, ni existen razones para sentirnos orgullosos como sociedad. Es cierto, no es fácil ser Presidente de  la República y tener una respuesta apropiada a cada una de las circunstancias, pero convengamos: llegar a ser presidente es consecuencia de una elección, mientras que ser niña, violada  y embarazada está muy lejos de serlo.

Acostumbrados a transitar en este mar de posturas radicalmente opuestas, el debate nuevamente pareciera estar dividido. De si aborto terapéutico o protección al ser humano que está por nacer; de si una niña está física y emocionalmente apta para ser madre, o de si la sociedad chilena debiera amparar el derecho de una niña como Belén a una vida en lo posible digna luego de los atropellos que ha sufrido. De esta forma, los matices que van del negro al blanco parecen estar al servicio de reforzar las posturas ya sean del progresismo o el conservadurismo, haciendo del consenso sólo una herramienta retórica. Los dichos desafortunados de algunos parlamentarios conservadores no han ayudado mucho y hoy queda la sensación que estuviéramos frente a una clase legisladora indolente, puesta al servicio de los intereses del mercado más que de legislar para terminar con este drama.

Hoy Chile es considerado el país más conservador de la región, y algunos datos alimentan esta tesis de forma abrumadora. Fuimos el último país en permitir el divorcio, y somos junto con El Salvador, uno de los dos países del continente americano en donde el aborto no se permite ni siquiera para salvar la vida de la madre en caso de violación. Más de alguna vez hemos oído a políticos, legisladores y figuras públicas señalar que “la sociedad chilena no está preparada para enfrentar ciertos cambios”; argumento vacuo que en parte ha contribuido a este diálogo de sordos entre una clase gobernante y las ciudadanías. De esta manera, como quién tapa el sol con un dedo, es más fácil encontrar un cartel persuadiéndonos para comprar celulares que una campaña masiva que combata los riesgos de una sexualidad desinformada. Insólita paradoja en un país que se ufana de la calidad de su conectividad, sus logros comerciales y su crecimiento económico.

No pongo en duda que niñas como Belén sean capaces de expresar madurez, profundidad o sensatez. Sin embargo, no debieran ser estos rasgos la norma que establezca la medida de nuestras acciones frente al abuso, sino al contrario, deberían ser un reto para situarnos en el mundo del otro y sus circunstancias; en este caso el mundo de la infancia amenazada.

Un año atrás nos sobrecogimos con “Bestias del Sur Salvaje”, una película que retrata la vida de una niña de seis años llamada Hushpuppy; quien vive con su padre poco cariñoso en una pequeña isla en los meandros del río Mississippi separada del mundo “civilizado” por un enorme dique. El drama se sitúa en los días posteriores al huracán Katrina en donde la inundación y el efecto de las poderosas fuerzas de la naturaleza transforman el paupérrimo universo de la niña en un drama colectivo. En términos reales Hushpuppy tiene muy pocas alternativas de escapar a mejores condiciones. Su padre padece de una enfermedad terminal y el abandono y el caos parecen inminentes. En un ambiente apocalíptico como este, la pequeña niña imagina un mundo paralelo en donde la naturaleza y los animales  se convierten en insumo para imaginar una realidad mejor. Un mundo en donde a pesar de la marginalidad, la pobreza y el alcohol, sea posible el milagro… florecer a pesar de las condiciones más agrestes.

De igual manera en el caso de Belén, seguramente nos conmovió que aún a pesar de haber sido violada, la niña se muestre motivada con la idea de ser madre, señalando que desea tener ese hijo concebido a la fuerza con su padrastro. Sin embargo, no podemos como sociedad contentarnos con que sus propios mecanismos psíquicos de defensa actúen y transformen su dramática realidad en una extensión de sus fantasías. En otras palabras, que niñas violadas deseen ser madres no debiera ser en ningún caso argumento para que adultos perdamos la dimensión de los hechos. Urge más que nunca mostrarnos no sólo interesados sino tenaces para separar lo importante de lo improductivo, y reconocer que en Chile persiste en nuestras consciencias una estructura moral que merma los esfuerzos por construir una sociedad más sana y justa.

 

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