Opinión
10 de Septiembre de 2013Columna de Ricardo Solari: El fin del discurso revolucionario
Una de las rupturas provocadas por el golpe de Estado de 1973 fue la transformación del lenguaje de la izquierda. Un lenguaje que se interrumpió junto con el silenciamiento obligado, la ilegalización de sus partidos, la persecución y asesinato de sus dirigentes. Pero a diferencia de la iconografía y el arte de esta cultura política, […]
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Una de las rupturas provocadas por el golpe de Estado de 1973 fue la transformación del lenguaje de la izquierda. Un lenguaje que se interrumpió junto con el silenciamiento obligado, la ilegalización de sus partidos, la persecución y asesinato de sus dirigentes. Pero a diferencia de la iconografía y el arte de esta cultura política, que ha sobrevivido con esplendor, el lenguaje de la política de la izquierda, el lenguaje revolucionario, murió con la derrota del 73. Y terminó sepultado, no solo por el peso de la dictadura, sino también por los escombros del muro de Berlín y el colapso del imperio soviético.
A cuarenta años de distancia, en una coyuntura electoral, como la actual, ilustra revisar la verbalidad de la izquierda en los últimos comicios parlamentarios antes del golpe. En marzo de 1973 la Unidad Popular enfrentaba un gran desafío en las urnas: la posibilidad de conseguir mayorías electorales que pudiesen darle un reimpulso al proceso. La lista de candidatos al Senado por Santiago incluía lo mejor de su liderazgo; Carmen Gloria Aguayo, MAPU, ministra de la Familia; Carlos Altamirano, secretario general del Partido Socialista; Volodia Teiltelboim destacado dirigente del Partido Comunista; Aníbal Palma, ministro de Educación, por el Partido Radical. Estas fueron las respuestas (textuales) de estos candidatos a una pregunta del semanario Chile Hoy, que dirigía la mítica Marta Harnecker, publicadas en la primera semana de marzo de 1973, en los días de las elecciones:
Chile Hoy: ¿De qué manera se debe resolver el problema del poder en Chile? ¿Cuál es el papel que usted le atribuye al gobierno en relación con este problema? ¿De qué manera concibe el cambio institucional del que habla la plataforma de la Victoria?
Aguayo: Todo el poder para el pueblo hecho gobierno. El Gobierno Popular usa los recursos institucionales -que son muchos-y se afirma en las masas para construir la economía socialista; ello significa desalojar de sus posiciones de poder a la burguesía y facilitar el golpe final que es su desalojo del poder político. El cambio institucional es la consecuencia del triunfo político total. Es la instauración del Estado Popular. La construcción de ese nuevo poder civil del pueblo es paulatina, comenzó el 4 de noviembre, pero se afirma en cada golpe que demuele una estructura del orden antiguo y en cada cimiento de una estructura nueva. Nadie nos obliga “a descubrir la pólvora a cada rato”. Por valedera que sea “la vía chilena” el cambio institucional conduce al Estado Socialista tal y como es en las sociedades socialistas de nuestros días.
Altamirano: A propósito de este tema hemos citado recientemente a Marx: “el sufragio da derecho a gobernar. No el poder para hacerlo”. Nuestro partido ha sostenido que el proceso revolucionario chileno debe asumir desde sus inicios un carácter socialista. Ello implica vigorizar y ampliar el Área de Propiedad Social para quitar a la burguesía su base de sustentación y ello significa que, por encima y por debajo de la caduca institucionalidad burguesa, debemos impulsar la movilización de las masas organizadas con la perspectiva de constituir un auténtico Poder Popular que sirva de respaldo al Gobierno revolucionario del Presidente Allende.
Las condiciones especiales que rodearon la conquista del Poder Ejecutivo no deben convertirse en un pretexto para que el gobierno juegue un papel de árbitro en la lucha de clases, como tampoco la presencia obrera en el Gobierno debe significar dependencia del movimiento de masas respecto del aparato gubernamental. El cambio institucional no interesa tanto hoy como el cambio revolucionario de la conciencia de las masas y su disposición para la conquista del Poder.
Como lo enseñó Lenin, las formas de los estados burgueses son muy diversas, pero su esencia es la misma: la dictadura de la burguesía. De igual manera, para la revolución socialista, lo fundamental es el dominio político del proletariado, aunque él adquiera formas aparentemente distintas según las condiciones imperantes en cada país.
Palma: El problema del poder en Chile está íntimamente ligado al esquema de lucha de clases. La lucha entre los trabajadores y los explotadores. La lucha por cambiar un sistema anacrónico, capitalista, burgués, que busca el lucro y la alienación del hombre, la injusticia para el trabajador que todo lo aporta y lo que recibe que es insuficiente a su esfuerzo y a lo que produce. El Gobierno entiende ese problema. Sabe que se ha conquistado el Gobierno pero no el poder, ya que se está actuando en un régimen de democracia burguesa, que obstaculiza el ascenso de los trabajadores en su lucha por conquistar una patria más justa. La burguesía controla el Parlamento y allí se parapeta para frenar el proceso que impulsan los trabajadores y el gobierno. Será la fuerza de los trabajadores organizados la que desbordará un esquema obsoleto, que ya no interpreta el sentir de las mayorías y que no se ajusta a las necesidades del pueblo chileno. El cambio institucional será un reflejo del desborde de los trabajadores al poder.
Teitelboim:
a) Sumando más fuerzas que el enemigo.
b) Motivando, movilizando a las masas más allá del economicismo, poniendo por encima de todo el interés general del movimiento.
c) Creando una organización de base popular en cada lugar de trabajo o residencia.
d) Pasando a la ofensiva, en función de los problemas mediatos e inmediatos.
e) Generando un movimiento revolucionario patriótico, que agrupe al pueblo entero, que gobierne de abajo a arriba, en todas partes.
El cambio institucional no puede concebirse si no se coloca al adversario en inferioridad. Si actuamos todos unidos, como un ejército disciplinado, con una lucha ideológica constante y excelente, podemos y debemos salir adelante.
Una mirada a la distancia
Impresiona el carácter abstracto, casi metafísico de las respuestas. Sobre todo porque el proceso político, en las horas previas de esa elección decisiva, era tremendamente intenso y repleto de rudos incidentes cotidianos. Sorprende, además, que enfrentados a la pregunta del poder, los candidatos no mencionen el peso de la violencia como factor clave en su desenlace, como ha sido la constante de los procesos revolucionarios modernos (para bien o para mal) desde la Revolución Francesa en adelante. Aquí pesa la convicción casi religiosa de la excepcionalidad de la experiencia chilena de tránsito al socialismo. Sorprende que las Fuerzas Armadas no sean citadas como protagonistas del juego de poder a 180 días del golpe. Sorprende la unanimidad de los enfoques pese a las notables discrepancias estratégicas y tácticas que existían al interior de la izquierda de la época.
El vendaval discursivo no correspondía a una singularidad del proceso sino a su generalidad. La literalidad de los textos de estos candidatos al Senado, era genuinamente al pensamiento promedio de los líderes de la izquierda de los sesenta. Todos los dirigentes mencionados, y sus familias, sufrieron cárcel o un largo exilio. Al igual que su matriz discursiva, tampoco en esto ellos fueron excepciones.
Tomás Moulian, en su libro Chile Actual: Anatomía de un Mito (1997) analiza el fenómeno del lenguaje en la caída de la Unidad Popular. “Los sujetos no tenían los medios para realizar los fines que anunciaban, pero creían que los conseguirían automáticamente a través del desarrollo de su práctica, es decir de algún milagro dialéctico. No logran percibir que sus discursos desencadenan pánicos y odios tan reales como si la revolución hubiese sido plenamente efectiva. Los políticos de izquierda tenían poca sensibilidad respecto al lenguaje o a la discursividad. Para ellos el hablar funcionaba como el anuncio de verdades o el anuncio de acciones, tenían un acercamiento pragmático al lenguaje como si este operara en la pura línea instrumental y no en la línea de la simbolización o en la línea del inconsciente”.
Las tempestades provocadas por la explosión de 1973 cambiaron muchas cosas. De modo notorio, la verbalidad de la izquierda. Esta se desplazó desde lo revolucionario hacia el gradual, desde lo teológico hacia lo posible y desde lo utópico hacia lo programático. Grandes cambios, difíciles transformaciones, que le han permitido, sin embargo, seguir existiendo 40 años después.