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Opinión

3 de Octubre de 2013

Editorial: De nuevo el NO

Hoy el Museo de la Memoria está lleno de gente. Circulan cursos de escolares por los pasillos de esta institución del Estado donde se nos recuerda lo que ocurrió entre 1973 y el final de la dictadura. Escenas de detenciones masivas, de campesinos con los brazos en alto en medio del potrero, largas hileras de […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Hoy el Museo de la Memoria está lleno de gente. Circulan cursos de escolares por los pasillos de esta institución del Estado donde se nos recuerda lo que ocurrió entre 1973 y el final de la dictadura. Escenas de detenciones masivas, de campesinos con los brazos en alto en medio del potrero, largas hileras de hombres en calzoncillos, tipos apresados camino de la oficina y que sólo se pueden llevar una mano a la nuca mientras los suben a culatazos en un furgón, porque en la otra llevan el maletín. “Sangraba por el ombligo, sangraba por los pezones, por la vagina, por la boca, por las narices, por los oídos”, contaba una de las torturadas. “Cuando comienzan, una se pone a aullar”, explicaba otra. ¿Sabía usted que fueron 1132 los recintos a lo largo de Chile en los que se realizaron apremios ilegítimos? Ahí mismo está el catre de metal y el acelerador eléctrico con los cables pelados que militares como Miguel Krassnoff administraron, cuando no utilizaron con sus propias manos. Oldanier Mena, que en paz descanse, fue el encargado de desenterrar cadáveres y hacerlos desaparecer.

En el Museo de la Memoria, las niñas de jumper escuchaban esos testimonios con la boca abierta y los ojos húmedos. Nadie sale de ahí admirando la obra de Pinochet. La derecha pide dejar atrás esta historia, cuando es ella la que no es capaz de hacerlo. La atan deudas y lealtades con ese mundo criminal que no pueden confesar. Muchos de sus máximos dirigentes tomaron té o whisky o comulgaron en la misma iglesia con los generales condenados. Gobernaron juntos. Por eso Renovación Nacional y la UDI los defienden. Piñera los evidenció “sin querer queriendo”, como decía el Chavo, al cerrar el penal Cordillera, y repuso la discusión política del plebiscito de 1988, cuando dijo que Evelyn Matthei se equivocó al votar que SÍ. La pregunta que en silencio divide a la derecha es si volverían a votar hoy del mismo modo. Los piñeristas no trepidan en declarar que estarían por el NO, para curar esa herida ética que con justa razón le duele a Hinzpeter. Pero todo indica que, al menos en la dirigencia, son minoría, porque los dos partidos de la Alianza, en lugar de agachar el moño, salieron a pedir sanciones para los revisionistas.

“Los acontecimientos de los últimos días muestran que la legítima aspiración de “verdad y justicia” ha sido superada por la revancha, el oportunismo político y la tergiversación de la historia”, declaró la UDI en un comunicado público. Se equivocan: a metros de su entorno fanático, el ambiente está más pacífico que nunca. Transcurridos 25 años del plebiscito, otra vez aparecen sus urnas imaginarias. “¿Volverías tú a votar que SÍ?”, es la pregunta que ronda, para saber a qué bando perteneces al interior de la derecha. Aunque les duela y los enfurezca, tiene toda la razón Hinzpeter: se trata de un dilema ético. ¿Cómo podría explicarle su padre, a esas niñas que encontré en el Museo de la Memoria, que tanta barbaridad fue necesaria? Pobre derecha, está presa del pasado.

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