Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

16 de Diciembre de 2013

No hay tiempo para “cuchillos largos”

Tras el triunfo de Michelle Bachelet en las elecciones de este domingo, la centroderecha debe reflexionar sobre las causas de la derrota y proyectar lo que viene a futuro. No se trata de pasarnos cuentas entre unos y otros, entregar las llaves del país a la izquierda, cerrar la puerta por fuera y largarnos a […]

Javier Macaya
Javier Macaya
Por

Tras el triunfo de Michelle Bachelet en las elecciones de este domingo, la centroderecha debe reflexionar sobre las causas de la derrota y proyectar lo que viene a futuro. No se trata de pasarnos cuentas entre unos y otros, entregar las llaves del país a la izquierda, cerrar la puerta por fuera y largarnos a casa cada uno por su lado. Este debe ser un ejercicio respetuoso, que no se extienda más allá de lo necesario y, lo más importante, del que el sector salga unido y fortalecido.

Mi diagnóstico indica que hay varias razones para explicar la caída en las urnas. La primera en importancia es lejos la candidata que presentaron. Desde el día que perdieron el gobierno, la concertación supo que sólo en Michelle Bachelet estaba la esperanza de recuperar la Moneda en el siguiente período. La blindó de críticas, se alineó tras de ella y con un pragmatismo y vocación de poder sorprendentes, supo mover las piezas para su regreso.
También como causa de la derrota, podemos decir que el gobierno tuvo serias dificultades para comunicar y sensibilizar sobre su obra a la mayoría del país. Hubo descoordinaciones, errores y se actuó mal en temas sensibles para el sector. Unido a estas dificultades, la izquierda fue una oposición dura, varias veces mezquina, que logró crispar el ambiente político instalando slogans potentes como “letra chica” que calaron en la ciudadanía.

Actuaron también con pragmatismo cuando se dieron cuenta que los enfrentamientos fratricidas entre autoflagelantes y autocomplacientes no llevaban a nada bueno. De esa forma, fueron capaces de ordenarse detrás de una candidata presidencial y un programa de gobierno en el que confluyeron desde la DC al PC. Los partidos de la concertación, más numerosos y diversos que RN y la UDI, dieron una muestra de unidad y disciplina que ya nos quisiéramos en el actual oficialismo.

Si ellos pudieron, ¿cómo la centroderecha no va a lograr un mejor entendimiento? Tenemos que aprender de esa experiencia. No hay tiempo para “cuchillos largos”. Lo primero es terminar bien los meses que quedan de gobierno. Debemos abrochar los proyectos en carpeta y sentirnos orgullosos de lo que se ha hecho en estos cuatro años, no sólo en lo más notable como empleo, crecimiento económico y reconstrucción, sino también en políticas sociales impensadas antaño como el Ingreso Ético Familiar, la eliminación del 7% a los jubilados, el posnatal de seis meses, reformas en educación y mejores cifras en salud.

Si queremos volver a La Moneda en el siguiente período, esta obra debe ser defendida en nuestro nuevo rol de oposición que pasaremos a jugar el 11 de marzo. Y no sólo por los que estaremos en el Congreso –que tendremos que actuar de forma disciplinada, sin gustitos personales-, sino que también por toda esta generación de profesionales jóvenes que trabajó por Chile en estos cuatro años y que se encantó con el servicio público. La experiencia de ellos no puede desperdiciarse y probablemente en ellos radica gran parte del futuro de la centroderecha. Lejos de replegarse, el sector debe ampliar sus fronteras y renovar su repertorio. Salir a regiones y tocar puertas. Enriquecer el ideario en sintonía con el Chile de hoy -sin abandonar las banderas que nos llevaron a ganar hace cuatro años- es un esfuerzo al que todos están llamados a colaborar y en el que nadie sobra.

La renovación, que no sólo implica nuevos rostros sino que también mensaje, es fundamental. Nuestro sector va a seguir defendiendo con fuerza lo que cree, que es en esencia la libertad, lo que no es sinónimo de libertinaje. Ser activos defensores del emprendimiento y de que Chile crezca no significa que no condenemos los abusos, monopolios y cualquier forma de corrupción en los negocios. Que defendamos el rol de los privados en las distintas áreas de la vida, no significa que no reconozcamos la necesidad de un Estado que vaya en ayuda de quienes no pueden avanzar solos y que fiscalice y ponga las reglas para el desarrollo armónico. Que seamos defensores de la familia y la vida, no significa que seamos un grupo de ultraconservadores intolerantes con la diversidad sexual, religiosa o de cualquier tipo. Este gobierno se ha encargado de derribar con hechos muchos de estos mitos, pero está en nosotros llevar este mensaje a Chile.

No lo pongo en duda. Bachelet ganó, y ganó bien. Derrotó a una tremenda candidata que dejó los pies en la calle, pero que tuvo la mala fortuna de embarcarse tarde. Sin embargo, la elección nos deja una clara evidencia que no hay que desatender: La presidenta electa no es el huracán electoral que, con soberbia, anunciaban algunos parlamentarios de la Concertación. De hecho, la abstención fue la gran protagonista de la jornada electoral, lo que nos invita a pensar que aquella frase típica del chileno indeciso a votar que dice “para que voy a ir si mañana tengo que trabajar igual” es una advertencia de statu quo, que los chilenos no quieren cambiar todo, no quieren saltos al vacío ni cambios radicales y asumen que el gobierno debe velar por una sociedad libre y tolerante.

Queremos que al nuevo gobierno le vaya bien. Pero esperamos que la próxima presidenta también escuche el llamado de la verdadera Nueva Mayoría –esa que se abstuvo o que no votó por ella- más fuerte que a las voces de la calle, que espera un Chile donde prime la prudencia y los consensos. En los caminos del diálogo Bachelet siempre nos va a encontrar con una mano extendida. Si hoy somos el único país de Latinoamérica que está cerca de alcanzar el desarrollo, es gracias a una transición exitosa y a un modelo efectivo, que debe ser perfeccionado, pero no desmantelado. Quiero confiar en que las nuevas autoridades, que por 20 años nutrieron este modelo, no echarán todo por la borda cuando falta tan poco para alcanzar el desarrollo y acabar con la pobreza

*Javier Macaya es abogado y diputado de la UDI.

Notas relacionadas