Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

10 de Enero de 2014

La Pacificación de la Oligarquía

El 30 de abril de 1860, el destacado Ñidol Longko Mañil Wenü -uno de los políticos mapuche más importantes del siglo XIX- envió una carta al general Urquiza mostrando su molestia ante la demarcación de las nuevas provincias decretadas por Manuel Montt desde Santiago. Aquella nueva línea de frontera, “abraza una parte considerable de nuestro […]

Fernando Pairican
Fernando Pairican
Por

El 30 de abril de 1860, el destacado Ñidol Longko Mañil Wenü -uno de los políticos mapuche más importantes del siglo XIX- envió una carta al general Urquiza mostrando su molestia ante la demarcación de las nuevas provincias decretadas por Manuel Montt desde Santiago. Aquella nueva línea de frontera, “abraza una parte considerable de nuestro territorio que actualmente habitamos, y por consiguiente nos quiere sujetar a su autoridad echando por tierra los tratados”, denunciaba Mañil Wenü en alusión a los distintos Parlamentos firmados hasta 1825; este último encabezado por el federalista y penquista Ramón Freire, hombre que conocía muy de cerca las relaciones fronterizas con los Mapuche.

El Ñidol Longko veía en un Chile federal la forma en que el “territorio indígena”-como firmaba sus cartas- pudiera mantenerse libre. Apoyó a los monárquicos en la guerra de emancipación y a los liberales en las guerras civiles anti centralismo de 1851 y 1859. Derrotadas todas sus apuestas, la expansión se hizo inevitable. Por eso, antes de morir llamó a sus hijos y les pidió que no se rindieran a los chilenos “porque les robarían sus terrenos y esclavizarían a sus hijos”.

Cuando Mañil Wenü murió, a fines de 1860, la prensa chilena de la frontera celebró. El diario Correo del Sur, de Concepción, reconocía que el Ñidol Lonko era quien “más oponía resistencia a las expediciones en el territorio araucano”. Su muerte facilitaría la conquista de Arauco, “pues el enemigo más temible ya ha desaparecido”.

La historia posterior es conocida: la historiografía positivista chilena la denominó Pacificación de la Araucanía, ocultando la ocupación militar del ejército chileno en la vieja frontera. Como en toda ocupación, hubo quema de rukas, violación de las mujeres, fusilamiento a los kona, quema de cosechas, usurpación del ganado, robo de la platería y el desplazamiento de los clanes familiares, muchos de los cuales debieron huir hacia el Alto Biobío a refugiarse en la poderosa montaña, entre el aislamiento, el frío y los ríos.

Todos estos hitos esconden el verdadero significado de la frase que la ministra Cecilia Pérez arrojó hace unos días para referirse a la cuestión Mapuche. Mientras la Campaña del Desierto avanzaba por la Argentina, en Chile se progresaba paulatinamente en una ocupación que demoró veintitrés años para acabar en Villarrica, en lo que el historiador Sergio Caniuqueo denomina como “el símbolo de la derrota mapuche”.

Esto escribía mientras estaba sentado en el restaurant Mapuche “Kokavi”, en Temuco, sirviéndome una carbonada con un vaso de müday. Había llegado en la madrugada a la capital de la Araucanía y la noticia del momento era el ataque a la casa de un agricultor en la Villa Alemana, el sector tradicionalmente colonial de la ciudad.

Días antes, las viejas fronteras de Arauco y la Araucanía se habían visto sacudidas por distintos hechos de violencia que interrumpieron la Navidad del general de Carabineros, quien viajó sorpresivamente al Wallmapu. No podía ser de otra forma: el coscacho del ministro del Interior retumbó por todo el palacio de la presidencia el 27 de diciembre, cuando exigió un informe y concluyó que no existían argumentos que justificaran los hechos de violencia, pues los recursos, la tecnología y el personal se habían incrementado desde la muerte del matrimonio Luchsinger -Mackay.

Mientras pedía el segundo vaso de müday en el “Kokavi”, en el noticiero el ministro Chadwick decía: “se están viviendo momentos de una violencia terrorista”. El peñi dueño del local solamente sonrió, probablemente acostumbrado a la paranoia centralista.

No podía ser de otra forma: al igual que el dueño del restaurant, no vi justamente una población atemorizada, tampoco la explosión de coches bombas en el centro de la ciudad, ni secuestro de escolares por un comando Mapuche. No vi terrorismo. No lo vi, porque no existe el terrorismo en Wallmapu. Al contrario, vi una ciudad comercial, de cafés repletos, supermercados en plena actividad, plazas con los clásicos vendedores de helados y cabritas. La feria Pinto, ofreciendo sus verduras, pescados y quesos, abastecidos gran parte por los y las Mapuche que salen de las reducciones a vender sus productos.

El imaginario de terrorismo existe en la elite política de Santiago, acrecentándose cuando los drones sobrevuelan los campos en conflicto. Si con algo estaba molesta la gente de Temuco, era con el helicóptero que sobrevolaba por las noches la ciudad por encargo del general de Carabineros, como una forma de “prevenir” los nuevos ataques. Esto lo corroboró la gente del campo, donde dos helicópteros sobrevolaban Collipulli, Malleco y Vilcún, sin luces, seguramente para evitar los disparos desde tierra de la insurgencia inexistente Mapuche. Si me preguntan mi sensación: un total despilfarro de dinero.

La cuestión Mapuche no es de seguridad pública. Es aún más complejo: es la necesidad de asumir que la Araucanía fue una región conquistada en oposición a los Mapuche. La solución del conflicto pasa por enmendar los errores de quienes construyeron el Chile de mediados del siglo XIX.

Lo que hoy hace crisis es el proyecto oligárquico de la República. Nuestro político Mañil Wenü profetizó que la forma de mantener cuotas de libertad era con un Chile federativo. En pleno siglo XXI, ese proyecto vendría a ser una verdadera regionalización. Porque la cuestión Mapuche pasa por una región multicultural y bilingüe. Inclusive agricultores como Tomás Echavarry tienen razón al decir que la reivindicación de tierras de los Mapuche “es reivindicar la historia”. En una entrevista, Echavarry lanzó sus dardos al gobierno: “en definitiva no somos los particulares los responsables, sino el Estado y todo Chile el que debería hacerse cargo de la situación”.

Por eso las palabras de la ministra Pérez molestaron tanto como el sonido de los helicópteros a la población Mapuche. Porque reflotaron, una vez más, el llamado a conquistar Arauco que realizó en 1868 Benjamín Vicuña Mackenna, para quien “el indio no es sino un bruto indomable, enemigo de la civilización, porque solo adora los vicios en que vive sumergido, la ociosidad, la embriaguez, la mentira, la traición y todo ese conjunto de abominaciones que constituye la vida salvaje”.

*Historiador

Notas relacionadas