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Opinión

26 de Febrero de 2014

El flamenco dice adiós a su más grande y trascendente guitarrista

Lo mejor que le había dado la vida a Paco de Lucía (Algeciras, sur de España, 1947) era la guitarra, con la que podía expresarse sin esas palabras a las que tanto le costaba recurrir y en cuyas manos se fusionó el flamenco con otros estilos musicales, como la música clásica o el jazz. Hombre […]

EFE / The Clinic Online
EFE / The Clinic Online
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Lo mejor que le había dado la vida a Paco de Lucía (Algeciras, sur de España, 1947) era la guitarra, con la que podía expresarse sin esas palabras a las que tanto le costaba recurrir y en cuyas manos se fusionó el flamenco con otros estilos musicales, como la música clásica o el jazz.

Hombre tímido, austero, poco amigo de multitudes, protector de su intimidad y de la de su familia, se convirtió en uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos y en un defensor del flamenco, “una música que nunca fue a la escuela, que viene de la emoción”.

En el camino que le llevó a este reconocimiento mundial hubo premios muy importantes, como el Príncipe de Asturias de las Artes en 2004, que quiso valorar a un creador que “ha trascendido fronteras y estilos y es hoy un músico de dimensión universal”.

A partir de la guitarra flamenca, según el jurado del premio, De Lucía profundizó en el repertorio clásico español, de Albéniz a Falla, en la emoción de la “bossa nova” y el sentimiento del jazz.

El guitarrista español falleció en un hospital de Cancún (México), luego de sentirse mal cuando estaba jugando al fútbol con su hijo Diego, de diez años, en la playa. Su actual mujer lo trasladó al hospital, donde al llegar se sentó en una camilla y falleció, posiblemente a causa de un infarto masivo.

“Todo cuanto puede expresarse con las seis cuerdas de la guitarra está en sus manos, que se animan con la emocionante hondura de la sensibilidad y la limpieza de la máxima honradez interpretativa”, continuaba en méritos aquel galardón.

En su intensa trayectoria, reconocida también cuando en 2010 fue investido doctor honoris causa por el Berklee College of Music de Boston (EE.UU.), siendo el primer español en conseguirlo, siempre tuvo muy presente la figura de su padre.

Por problemas económicos, Antonio Sánchez Pecino le sacó de la escuela e hizo que dedicara su tiempo a tocar, a practicar, a estudiar muchas horas, haciéndose fundamental en su carrera.

Este trabajo dio sus frutos, y desde el primer disco que grabó a los 20 años los éxitos se sucedieron, y todos sus álbumes tuvieron una gran acogida. “Mi carrera me la he pateado yo solo. Primero llenaba dos filas de un teatro; luego tres, y, cuando se llenó, se llenó para siempre”, recordó.

Por ello, creía que “los guitarristas no necesitan estudiar”, porque los que lo hacen mucho “pueden quedar con la imaginación limitada por la teoría” y alertaba del peligro que corren algunos de hacer música “para gustar solo a otros músicos”.

Cuando cogió la guitarra a los siete años, “el flamenco sólo era algo para los andaluces”, recordó el artista en el discurso que pronunció tras ser investido honoris causa por el Berklee College of Music de Boston.

Actualmente, decía entonces De Lucía, es “nuestra memoria y nuestra vida, algo que se ha extendido por todo el mundo”. Para él, ser investido doctor honoris causa fue “un triunfo y una revolución, un reconocimiento por el que he luchado toda mi vida”.

Al hablar de la renovación del flamenco, el nombre de Paco de Lucía va acompañado del de Camarón de la Isla. En el año 1967 se produjo el encuentro entre las dos figuras que más han influido en el flamenco actual.

Paco de Lucía y Camarón compartieron escenario en las giras del Festival Flamenco Gitano, se conocieron personalmente y congeniaron. Su unión artística, que les llevó a grabar trece discos juntos, estableció las bases de la revolución del flamenco.

Elegante en su forma de ser y de tocar su guitarra, allí donde De Lucía iba convertía el flamenco en una fiesta. Su duende, su maestría, su continúa innovación y su capacidad de revolucionar el género conquistaban los escenarios de todo el mundo en los que se constataba que su particular manera de fusionar el flamenco seguía gozando de buena salud.

Los sonidos que brotaban de su guitarra, llamas flamencas que atravesaban la atmósfera, no se parecían a ninguno. Después de pasar la mayor parte de su vida con una guitarra en las manos, sorprendía con novedosas series de acordes, armonías complejas, modulaciones insospechadas y ritmos que le alejan de los cánones del flamenco, pero que sin embargo hacían que nada sonara más a flamenco.

Aunque aseguró que no abandonaría su casa de Palma de Mallorca, en 2012 realizó una gira por Estados Unidos y el pasado año fue muy intenso en la vida del artista. Una gran gira europea le llevó a Estambul (Turquía) y a países como Marruecos, Bélgica, Alemania, Dinamarca, España, Suecia, Polonia, Italia o El Líbano.

Después atravesó de nuevo el “charco” para reunirse, quince años después, con su público de Latinoamerica al que volvió a poner en pie con su interpretación de “Entre dos aguas”, una de las canciones más universales del flamenco, “Mi Antonia”, “Soniquete”, “Moraíto Siempre”, “Tangos con cositas buenas”, “Lagartijo” o “Ziryab”.

Su increíble capacidad para evolucionar y someter a su música a los dictados de su espíritu, su pasión por componer y sorprender estuvo viva hasta el final, ya que, según aseguraba el artista, no tenía la intención de vivir de las rentas.

“Si lo que compongo no es una sorpresa para los profesionales, entonces inmediatamente me retiro. Yo lo que no quiero es vivir de las rentas, eso siempre me pareció triste”, subrayaba.

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