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Opinión

6 de Marzo de 2014

Contra la Memoria

Entre mis lecturas de este verano estuvo “Contra La Memoria”, de David Rieff. Es un ensayo corto, de cien páginas. Rieff cubrió como periodista la, según él, mal llamada “Guerra” de Bosnia, porque en realidad se trató de una masacre. Fue entonces, mientras presenciaba la tragedia, que decidió escribir este libro contra la memoria. “La […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Entre mis lecturas de este verano estuvo “Contra La Memoria”, de David Rieff. Es un ensayo corto, de cien páginas. Rieff cubrió como periodista la, según él, mal llamada “Guerra” de Bosnia, porque en realidad se trató de una masacre.

Fue entonces, mientras presenciaba la tragedia, que decidió escribir este libro contra la memoria. “La rememoración enardeció las guerras de sucesión en Yugoslavia; sobre todo, la rememoración de la derrota serbia en Kosovo Polje en 1389. En las colinas de Bosnia aprendí a detestar, pero sobre todo a temer, la memoria histórica colectiva”. La distingue, por cierto, de la historiografía crítica, y a continuación desarrolla múltiples ejemplos de violencia alimentados por un recuerdo heroico o la versión fosilizada de una tragedia comunitaria.

Rieff desacraliza la memoria y se atreve a dialogar con las virtudes del olvido. “Todo debe llegar a su fin, incluso las penas del duelo. De otro modo, la sangre nunca se seca, y el fin de un gran amor se convierte en el fin del amor mismo”. Sin el olvido, concluye, “seríamos inconsolables”. Todorov, que también ha tanteado este tema, admira del espíritu de la ilustración su llamado a volver a pensar las cosas de nuevo, libres de las frases escritas en bronce. El asunto, sin duda, es atingente al Chile de los últimos años. Por ahí Rieff nos pone de ejemplo. Se pregunta si es necesario perseguir la justicia incluso a costa de la paz. Las guerras suelen ser producto de dos ideas intransables acerca de lo justo. Su último capítulo se llama “Perdón y Olvido”, precisamente para contradecir las terribles consecuencias que la formulación inversa –“ni perdón ni olvido”- , tan cara a cierto discurso ético, puede llegar a producir.

Así sucedió en Irlanda, Israel-Palestina, o la misma Bosnia, entre otros varios ejemplos contemporáneos de violencias conmemorativas. Es un libro provocador en el mejor sentido de la palabra. Yo volví a pensar en él a propósito de las reacciones que han originado las protestas venezolanas en la gente de izquierda. De una parte, está la izquierda del recuerdo, la que no se entiende en función de fines, sino de fidelidad a una tradición, que a algunos nos huele a traición. Para ella, los hermanos Castro son de izquierda, y también los periodistas que en lugar de transmitir lo que sucede cuentan la esperable versión de izquierda, y los escritores y los músicos que se conmueven cantándole a la igualdad y la libertad en países que, como el cura Gatica, la predican pero no practican. Es lo que pasa cuando la política se convierte en religión, y las respuestas estereotipadas ocultan a las preguntas que le dieron lugar.

Pero hay también otra izquierda, no sé si del olvido, pero sí del presente. “Izquierda”, por llamarle de algún modo en tiempos de confusión, que sigue resistiéndose al abuso, que enfrenta a los dueños de la verdad, que considera la democracia su mayor conquista, que se resiste a la excesiva concentración del poder, y que segura de que ningún hombre vale más que otro, no consiente los privilegios descomunales. Que antes de vociferar, escucha. Esa izquierda tiene una larga historia, mucho más larga que sus formulaciones circunstanciales. La mueve una reacción ante su entorno, y no el amén de los recitadores obedientes. Prefiere dejar de creer antes que sucumbir a la complacencia. Como dijo el Che Guevara: “Todos los días la gente se arregla el cabello, ¿por qué no el corazón?”

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