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Opinión

10 de Abril de 2014

Los tonos del debate

Carezco absolutamente de los conocimientos necesarios para defender o atacar en sus detalles la Reforma Tributaria planteada por el gobierno, de modo que cuando escucho los debates en torno a ella, pongo más atención a los tonos que a las especificidades técnicas de los litigantes. A las intenciones que trasunta la melodía de los argumentos, […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Carezco absolutamente de los conocimientos necesarios para defender o atacar en sus detalles la Reforma Tributaria planteada por el gobierno, de modo que cuando escucho los debates en torno a ella, pongo más atención a los tonos que a las especificidades técnicas de los litigantes. A las intenciones que trasunta la melodía de los argumentos, más que a sus conclusiones pretendidamente científicas.

Son demasiados los términos que se me escapan, como supongo que le ocurre a la mayoría, y tantas las variantes específicas al momento de especular sobre sus consecuencias, que lejos de dictar cátedra, he optado por sentarme en las últimas filas del teatro. Mientras la orquesta toca, el público canta. Y si en algunos se perciben las notas del pensamiento generoso, otros parecen entonar a punta de flatos una partitura hedionda a interés.

A veces aburre el machaqueo de la consigna, la repetición falta de todo encanto, el fraseo moral, y entonces la cosa es aburrida como la prédica de un obispo sin luces, de esos que sonsonetéan una bondad feminoide y vacía. Frases hechas, desprovistas de espíritu, y travestidas de grandeza, como el eco de un golpe de tarro al interior de una basílica.

Otras veces cunde el cinismo, el lamento a nombre de otros que al quejoso no le importan: falsetes que juran que suena mejor, por ejemplo, reclamar que la reforma empobrece a los pobres, cuando para cualquier oído atento se trata de alaridos en defensa de la propia fortuna.

No parecen ser los multimillonarios los más preocupados en estos momentos. Aunque nunca se sabe lo que traman, aparentan estar de acuerdo con esta siembra de estabilidad. Los alharacos son los codiciosos que vienen a continuación. Los que ya tienen un par de millones de dólares o varios pares. Esos todavía cuentan las monedas de a una y le deben a sus autos de lujo el lugar que ocupan en el mundo. “Digan, al fin y al cabo, lo que quieran:/ en la profundidad de la ignorancia/ suena una musiquilla verdadera”, decía Enrique Lihn en La Musiquilla de las Pobres Esferas.

Últimamente, en casas donde sobra la riqueza escuché chillidos desesperados. De bocas que nada saben de economía, vi salir argumentos testarudos. A ratos retumban tambores que amenazan desde mayorías aterradoras o minorías prepotentes, pero cuando el ruido se calma, comienza a adivinarse una agradable música de fondo. Para los promotores del espectáculo, los que gustan de terremotos emocionantes y noticiosos, para los egocéntricos que prefieren sus argumentos revolucionarios o patronales, o los políticos de camarilla que ganan doblegando voluntades, aquí hay una guerra que comienza.

El tontón de Melero ya se pintó la cara con un corcho quemado. En el bando contrario, no faltan los arribistas que se jactan de un poder evidentemente pasajero.

Desde las últimas bancas del teatro, sin embargo, más acá de la bulla, se percibe cierta musiquilla esperanzadora.

Nadie, salvo sectores políticamente menesterosos, niegan la necesidad de una reforma modernizadora. No es solo uno de los tercios de la UP el que sustenta las transformaciones, sino dos. Todos reconocen que el dilema –el diablo, le llaman algunos- está en los detalles, pero por primera vez en la historia de nuestras generaciones, es una sólida mayoría democrática la que avala estos cambios. No minorías iluminadas ni ideologías ciegas. Será responsabilidad del gobierno de Michelle Bachelet liderar con calma y sabiduría, sin despreciar los aportes de nadie, como un hábil director de orquesta, este coro multitudinario en el que ninguna minoría se impone, ni sobra.

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