Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

21 de Abril de 2014

Los veinte años de la Conchalí Big Band

La historia de la Conchalí Big Band comenzó casi como un engaño, recuerda Gerhard Mornhinweg, 42, músico, educador y fundador de la agrupación. Mornhinweg llegó a Conchalí en 1994, cuando el alcalde de la comuna, Carlos Sottolichio, manifestó su interés por impulsar talleres para que los jóvenes de la comuna hicieran algo productivo con su […]

Por


La historia de la Conchalí Big Band comenzó casi como un engaño, recuerda Gerhard Mornhinweg, 42, músico, educador y fundador de la agrupación. Mornhinweg llegó a Conchalí en 1994, cuando el alcalde de la comuna, Carlos Sottolichio, manifestó su interés por impulsar talleres para que los jóvenes de la comuna hicieran algo productivo con su tiempo libre. Entonces, Gerhard presentó el proyecto de una banda comunal y se lo aceptaron.

-Probablemente en la municipalidad pensaron que haría una de esas bandas que desfilan, una banda tipo orfeón- dice.
En esa época no existía ninguna big band juvenil en Chile y estaba el prejuicio de que el jazz es para los adultos. Declarar las intenciones de armar una big band con jóvenes de la comuna habría sido complicado, afirma Mornhinweg. Nadie lo había hecho antes e innovar en este país es difícil, reconoce.

Partieron de a poco. Con la ayuda de dos profesores y dos jóvenes músicos de la banda de Ciudad del Niño, Mornhinweg comenzó a reclutar a los niños de la comuna con inquietudes musicales. Al comienzo, tocaban un repertorio que mezclaba música de películas con otros temas que estaban de moda, algo de música clásica, jazz y temas de swing.

-Los alumnos estaban muy entretenidos. Entonces agregamos cada vez más swing, un poco de funk y fuimos sacando cada vez más el resto del repertorio, y cambiando la configuración desde la orquesta a la big band- cuenta Mornhinweg.
Así, desde el 97, la agrupación funciona netamente como big band. Una amiga los empezó a ayudar con contactos de prensa. Aparecieron en las radios, en la televisión. El proyecto era novedoso, sonaba bien -sigue sonando bien- y tuvo muy buena acogida.

La Conchalí Big Band recibe niños desde los doce años, es decir, que cursan séptimo básico. Pero hay casos diferentes: hay niños de hasta nueve años que ya quieren tocar y lo hacen bien.

Los niños, relata Gerhard Mornhinweg, entran solo con motivación: desde el conocimiento cero de la música con que ingresan, se les comienza a enseñar la práctica de un instrumento. El primer día cada alumno recibe su instrumento, el que se le asigna según sus intereses y conveniencia.

-De pronto hay gente que quiere tocar, por ejemplo, piano, y tiene la mano muy chica, o quieren tocar trompeta y los dientes no les ayudan para tener una buena embocadura. Es un tema de temperamento, algunos se llevan mejor con uno que con otro instrumento- dice el formador de la agrupación.

En su primera lección se les orienta para que logren sacar el primer sonido a su instrumento. Una vez logrado ese primer sonido, se les explica qué es una nota y las cosas básicas para que, con esa nota, puedan leer una partitura muy simple. Todo es de a poco, nota por nota, figura por figura, y desde la práctica. “No somos aquí amigos de aprestos teóricos antes que la práctica”, asegura Mornhinweg. Al salir del colegio, un alumno de la big band debiera tener unas seis mil horas de práctica de instrumento en el cuerpo.

El aprendizaje recorre temas del gusto personal del profesor y de los alumnos. Hay cosas muy contemporáneas y también jazz convencional. Mornhinweg explica que al comienzo de un curso tocan de todo y después los niños, en la medida en que dominan más sus instrumentos, se acercan solos al jazz. El jazz, dice Gerhard, permite esa libertad de interpretar más que lo meramente escrito por otro autor.

Del semillero de la Conchalí Big Band han salido músicos profesionales y los más destacados jazzistas del país. Álvaro Segovia, baterista; Sergio González, baterista; Cristián Orellana, bajista; Antonio Canales, bajista; Gabriel Paillao, pianista y compositor; Ítalo Rivera y Emilio Melo en la trompeta; Jorge Melo en saxofón.

-Puedo hacer una lista bastante larga de gente que está en el jazz y que además hacen otros trabajos de música. Por ejemplo, Andrés Pérez, que está en la orquesta del Festival de Viña y siempre está haciendo música para televisión.
Mujeres hay pocas. Monhinweg expone que al curso de iniciación generalmente llegan mitad de hombres y mitad de mujeres, pero en el camino vienen los impedimentos para salir a tocar.

-O el apoderado viene y pregunta, pero cómo va a tocar este tipo de música mi hijita. El machismo todavía es muy fuerte en Chile. He tenido problemas con apoderados que han visto muy mal que su hija toque trompeta. Dicen que no es un instrumento femenino.

LA TOMA
En noviembre del año pasado, a Gerhard Mornhinweg lo llamaron para hacerse cargo como director del liceo Almirante Riveros. Morninweg, que era de formación músico -era cornista clásico y había estudiado música en la Universidad de Chile- llevaba un tiempo en el camino de la educación: el 2006 decidió estudiar pedagogía para hacer mejor su trabajo como profesor de música y luego realizó un magíster en educación para “ser mejor profesional y estar en condiciones de administrar proyectos educativos, como lo que estoy haciendo actualmente”, agrega.

La idea de hacer un liceo que fuera diferente en Conchalí, que tuviera las artes como énfasis, rondaba desde 1998 en las cabezas de Mornhinweg y el alcalde Sottolichio. El año pasado la directora del liceo Almirante Riveros se jubiló y entonces le propusieron hacerse cargo y transformar el liceo en uno que sigue siendo científico-humanista, pero con énfasis artístico.

La decisión de asumir como director del liceo no fue fácil para Mornhinweg. En esa época estaba de vicerrector académico del Instituto Projazz, “un tremendo proyecto, muy novedoso y con un nivel que se compara con cualquier escuela de música buena de afuera”, explica.

Aunque ese proyecto lo tenía muy entusiasmado, Mornhinweg sabía que era más útil trabajando con escolares. Decidió asumir como director del liceo y lo que se encontró fue un establecimiento con cosas muy bien organizadas, pero bastantes dificultades: el año pasado el liceo estuvo largo tiempo en una toma que resultó ser muy destructiva. La infraestructura estaba en malas condiciones: rayados y grafitis aún se ven en las paredes del liceo. Faltaba mobiliario que consiguieron con apoyo de la Corporación Municipal. Todos los muebles del colegio fueron abiertos y muchos destruidos.

-La toma en general fue impecable, hasta el final, cuando por algún motivo se desbandó la situación y hubo una destrucción muy importante- admite el director.

La reconstrucción del liceo se debe en gran parte a la ayuda de ex alumnos de la big band, que han llegado en patota a limpiar. Han sacado cinco camionadas de basura del colegio. Falta cambiar algunos vidrios rotos y reparar detalles de sistemas eléctricos, pero el recinto es hoy funcional para sus 400 alumnos.

-Todavía tenemos muchos rayados, grafitis feísimos al interior del colegio. Pero pienso que con esfuerzo, inventiva, con el apoyo de los ex alumnos, vamos a juntar los recursos para ir arreglando. El presupuesto para educación es escaso y las necesidades son muchas- explica Mornhinweg.

El apoyo de las familias y los alumnos, sostiene el director, ha sido fundamental en el camino al entender que son una comunidad escolar “y no un director o una corporación casi dueños de un establecimiento. Aquí tenemos que ser lo más democráticos posible”.

Y en un recorrido por las salas, las canchas, la cocina que huele a las lentejas que se servirán ese día de almuerzo, la zona de los más chicos, el trato transversal es evidente. “¡Gerhard, Gerhard!”, le gritan un par de cabros chicos de kínder que se acercan a darle la mano al director, muy serios.

El Almirante Riveros no es un liceo artístico, sino uno con énfasis artístico. La diferencia, explica Mornhinweg, es que en su experiencia, los alumnos que están en la modalidad de liceo artístico tienen mucha menos chance de dar una buena PSU y se les cierran muchas puertas de la educación superior.

Lo que Mornhinweg quiere es que las artes sean un vehículo de desarrollo psicosocial, pero que los alumnos no estén obligados a seguir en el área de las artes, sino que tengan abiertas todas las posibilidades.

El plan implica, obviamente, destinar una sala permanente para que la Conchalí Big Band tenga su lugar de ensayo que albergue a los casi ochenta integrantes que pueden juntarse en el semillero.

-Lo que queremos implementar es un liceo donde las horas de libre disposición las dediquemos al área artística, pero que los alumnos tengan formación científico humanista de la mejor calidad posible. Yo creo que participar en talleres artísticos desarrolla mucho y ayuda para que sean buenos alumnos en otras asignaturas, y que sean buenas personas- precisa convencido.

Para Mornhinweg da lo mismo si la educación está centralizada en los ministerios, municipios o corporaciones fiscales. Al final, dice, lo que va a hacer la diferencia es la cantidad de plata y cómo se administre. Frente a la inminente reforma educacional no pierde la esperanza, pero no se hace grandes ilusiones: los cambios en educación, son lentos, replica.

-Podemos reformar la educación completamente, ponerle todos los recursos que necesita, dejar toda la educación pública o en manos del fisco, pero para que veamos resultados educativos van a pasar veinte años. Todos los cambios en educación se demoran y creo que se han dado varios pasos acertados, pero falta mucho más y son de a poquitito.

Algo que sí considera grave es la eliminación de las asignaturas artísticas de las mallas curriculares. La educación artística, explica Mornhinweg, enseña a trabajar en grupo, a ser metódico, enseña el trabajo autónomo, ayuda a ser una persona crítica, a expresarse de distintas maneras; por lo tanto ayuda a ser más asertivo.

-Yo estoy seguro de que se obtienen mejores resultados en lenguaje y matemáticas si, además, se tiene una buena formación artística. Estoy seguro que rinden más en el colegio si tienen más horas artísticas. No podemos estar pensando en Chile qué es más importante que los alumnos aprendan matemáticas o que sean buenas personas. Lo primero que debe preocuparnos es que tengan valores, que sean personas íntegras- asegura.

Los alumnos que llegan a la Conchalí Big Band son de distintos niveles. Algunos son buenos alumnos, otros no tanto, y en el camino desarrollan mucho más el trabajo autónomo que otros compañeros que no están en música.

-Muchos apoderados me dicen, “pero si mi hijo no hace casi ninguna tarea en la casa”. Resulta que para poder ocupar su tiempo libre en lo que les gusta, la música, trabajan mucho más en el colegio. Y así rinden y disfrutan más.

Notas relacionadas