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Cultura

15 de Mayo de 2014

Cero subjetividad

“Reinos” es uno de los libros más vanos del último tiempo. Es un libro donde el dolor, la desolación y la realización de cuán inalterable es el destino humano, la dimensión trágica de la vida, son las únicas divisas permitidas. Pero nada de eso es verdad. Y si bien existen esos momentos en los que […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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“Reinos” es uno de los libros más vanos del último tiempo. Es un libro donde el dolor, la desolación y la realización de cuán inalterable es el destino humano, la dimensión trágica de la vida, son las únicas divisas permitidas. Pero nada de eso es verdad. Y si bien existen esos momentos en los que todos— y por “todos” quiero decir realmente todo el mundo, toda persona o prácticamente toda persona del planeta— sentimos que no hay salida y nos vemos avasallados por la magnitud de lo que en ese instante percibimos como el mayor de los dolores, incluso en esos días infelices y en esos pasajes crueles, se asoma una modesta, pero genuina, alegría. Hasta los existencialistas más enconados, como Sartre, podían ver vías de escape para transformar el dolor en una emoción más productiva, o mejor dicho, para no dejar que el dolor orientara la acción. “Aprender del padecer”, como aconseja Esquilo, o en la formulación más cristiana del refranero español, “Para aprender, es menester padecer”. A todo esto, Esquilo escribía, entre muchas otras cosas, tragedias.

El problema de este laureado volumen de cuentos (“Reinos”), y la razón por la que es en último término superficial, es porque no hace nada con la miseria. Los seis relatos que lo componen son retratos de personajes que sufren y que, salvo en un par de ocasiones, accionan el músculo de la voluntad y alterar su destino. En el relato que intitula el libro, Sofía, una de las protagonistas, tiene tendencias masoquistas, sobre las que su ocasional pareja, Alejandra, no sabe qué hacer, hasta que emergen sus tendencias sádicas, que antes solo se habían expresado con la perra de la familia. Pero sin el erotismo que hacía encantadora una película como “La secretaria”, la influencia evidente de este relato, el cuento no es nada más que una fría operación para vincular, en un ambiente universitario, a un masoquista y a un sádico.

Y este está lejos de ser el más unidimensional de los relatos. En “Gert Lehmann”, un joven alemán se apea en Chile porque aquí nació. Solo lo podemos ver a través de los ojos de Nicolás, su “captor” chileno, que tiene lo que podría llamarse un negocio informal de alojamiento de extranjeros; y lo que vemos es poco o nada: una sombra, un fantasma, un artículo gris de la depresión. Pero no pasa nada. Ni en Gert ni en Nicolás ni en Chile, nada; no hay voluntad, acción o necesidad. El mejor relato del libro es uno que se llama “Larvas”, y si es el mejor no es por su conclusión, una vez más desalmada, sino por los mecanismos fantásticos que le dan, por una vez, densidad y gracia. Sin embargo, el desenlace es más de lo mismo: una mujer, y en realidad una adolescente, adormecida por el desastre familiar, quiere algún tipo de sensación, alguna cercanía (otra película: Monster’s Ball) es en la práctica violada, y aún así no siente nada.

No le estoy imputando a “Reinos” la inmoralidad, sino algo diferente, lo que Lionel Trilling llamó la moralidad de la inercia, la moralidad de la biología, aquella donde los hechos de la vida son recibidos como “naturales”. Es el tipo de moralidad que está en el centro de la política más reaccionaria, que confunde orden social con orden natural. Es el tipo de moralidad en el que la estética lo es todo. En “Reinos” la descripción de la mísera existencia de estos pasajeros de clases bajas y medias se toma como algo dado, inmutable. Y si bien, en sociedades tan injustas como la chilena, mucho de verdad hay en esta mirada, celebrar la precariedad en tanto detalle y con tanta intensidad haciendo a un lado los momentos luminosos, y vaya que los hay, que experimentan las gentes de esas clases, resulta en una celebración del orden natural nada más que por su utilidad como material literario. Literatura por literatura.

El estilo que prevalece en “Reinos” es consonante con su cosmovisión. Las frases están despojadas de elocuencia y humor y son casi siempre graves. (A todo esto, ¿por qué los herederos de Bolaño se quedaron sólo con el Bolaño de los cuentos? ¿Qué hicieron con la exuberancia, el caos, los torrentes de imágenes y emociones que se encuentran en sus novelas?) Agota Kristof fue una de las maestras de este idioma, y su libro más conocido, “El gran cuaderno”, una obra maestra del laconismo más cruel. Pero en esa obra lo que efectivamente enmarcaba las acciones casi inhumanas de este par de gemelos y su abuela, era precisamente la caída a un orden natural y, para más remate, en la mitad de una guerra. Había toda una metáfora sobre los efectos de la guerra en la formación de los afectos, y hasta, para los tradicionalistas, sobre el valor de la familia. El laconismo de “Reinos” no es metáfora de nada más que el sufrimiento, es decir, no es metáfora de nada, un signo en blanco en medio de una carretera oscura que no conduce a ninguna parte.

(LECTURA FOTO)
REINOS
Romina Reyes
Montacerdos
2014
118 páginas.

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