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Opinión

12 de Junio de 2014

Izani Bruch, pastora brasileña: “La Biblia no condena el aborto”

Izani Bruch habla de sexo sin escandalizarse porque ha tenido sexo y sabe que es importante. Es pastora evangélica luterana, está casada con un mapuche y tiene un hijo de 14 años. Ha acompañado a mujeres que han abortado, y porque conoce el riesgo de hacerlo en las condiciones en que se hace hoy en Chile, pide que se despenalice. Que no haya aborto terapéutico, eso sí la escandaliza. Vive en Osorno y desde ahí trabaja para que las mujeres salgan de la casa y la cocina, pero cuando nació su hijo dejó sus estudios para cuidarlo. Izani lee la Biblia, pero vive en el mundo real. Esta es su historia.

Archivo The Clinic
Archivo The Clinic
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Izani-Bruch1

Por Catalina May · Fotos: Alejandro Olivares
*Entrevista publicada en la revista The Clinic el 8 de marzo de 2007

Son las 11 de la mañana de un domingo de marzo y la pastora Izani Bruch (35) entra al Templo Evangélico Luterano de la ciudad de Osorno vestida con una túnica blanca. Mide un metro setenta, es rubia, de ojos azules y en su mano tiene un anillo negro, símbolo de la teología de la liberación. La pastora saluda a las pocas personas que han llegado con besos y abrazos, conoce los nombres de cada uno. Para empezar el culto le da la bienvenida a los asistentes y los invita a cantar “Vienen con alegría”. Es la primera vez que se encuentran de vuelta de las vacaciones.

Unas horas antes, Izani partió el día concentrada en revisar los textos bíblicos que se leerían esa mañana, pero no quiso ni mirar su prédica, que ya había dejado lista el día anterior, porque cada vez que la revisa la cambia entera. Se vistió formal: con un terno oscuro y una polera negra. Después, despertó a Felipe Lincopi, el hijo que tuvo hace 14 años con su marido Juan Carlos, mapuche que hoy vive en Temuco y trabaja en la Conadi. A las 10:30 llegó a la población Franke, y como siempre, las esquinas estaba llenas de borrachos que venían recién saliendo de alguno de los siete clandestinos del sector. La pastora abrió el templo –pequeño, de madera, con asientos para unas 30 personas y plantas que le dan vida-, prendió las luces, dejó cancioneros en los asientos, revisó que todo estuviera listo y se metió a una pieza a cambiarse.

Cuando termina el primer canto han llegado ya unas veinte personas, principalmente mujeres. Dirigidos por la pastora, todos piden perdón con una oración y ella, en nombre de Dios, los perdona. Y cantan de nuevo. Cantan muchas veces durante el culto, no necesariamente muy afinados, pero con ganas.

-En esta canción primero decimos hijos y después hijas, para que estemos todos-, les recuerda la pastora.
Después de leer los textos, Izani empieza con su prédica. Habla de Jesús en el desierto, cuando estaba solo, en una situación difícil y se le presentaron un montón de tentaciones. Habla de las dificultades de la vida, de las enfermedades, la cesantía, de los proyectos no concretados, del éxito entendido como bienestar económico.

-¿Cuándo fue la última vez que tuvieron miedo, que debieron tomar una decisión y dudaron. Cuando estamos mal y nos sentimos desvalidos es cuando aparecen las tentaciones. Como ahora en marzo, cuando hay tanto que gastar, no siempre tenemos la plata suficiente y aparecen las tentaciones, como la tentación de alejarnos de Dios. O como los créditos de consumo. ¿Les llegó la oferta del Banco Nova? Cuidado, que después eso hay que pagarlo.

En el momento de la comunión, después de que Izani ha bendecido el pan y el vino tal como lo hacen los curas en las misas católicas, los asistentes se paran en semi círculo frente al altar. Ahí, comen un pedazo de pan común y corriente y toman en unas copas grandes un trago de vino o jugo.
-Recuerden que el jugo es para los niños, los alcohólicos en rehabilitación o para los enfermos que están tomando algún medicamento-, dice la pastora.

Cuando el culto termina, Izani y Felipe van al supermercado a comprar un poco de carne, arroz y tomates. Después de que ella prepara el almuerzo, se sientan en un comedor de diario en la cocina, al lado de una ventana por donde entra el sol. El día está especialmente bonito.

-Mamá, ¿puedo salir más tarde?-, pregunta Felipe.
-Podrías aprovechar de comprar tus cuadernos para mañana.
-Y mis zapatos, si no capaz que me anoten.
-Sí, porque no puedes usar los antiguos, los regalé.
-¡Pero mamá! ¿A quién se los regalaste?
-A alguien que los necesitaba pues. A ti ya no te servían.
-Los que quiero para este año son unos bototos hasta aquí-, dice Felipe tocándose la mitad de la pantorrilla.
Izani sólo lo mira. En un rato más se pondrá a planchar.

MARIDO MAPUCHE

Izani llegó a Osorno tras un largo e intrincado camino. Era 1990 y estaba estudiando su segundo año de teología en la Facultad Luterana en São Leopoldo, Porto Alegre, cuando un compañero que había venido de intercambio a Chile le comentó que había dos cupos disponibles en Santiago. Le contó que aquí se estaba viviendo la transición a la democracia después de una larga y violenta dictadura. Sin pensarlo mucho y sin saber nada más de Chile, Izani le propuso a una amiga que partieran.

Llegaron a Santiago el 91 y se instalaron en una pieza de la Facultad Evangélica de Teología, que reúne a estudiantes de diferentes religiones, en calle Domeyko. Las primeras semanas fueron caóticas. Ni Izani ni su amiga Nelly sabían hablar castellano y todo las confundía. No entendían que los chilenos se comieran el caldo de la cazuela antes que la carne y el choclo. Le tenían pavor al calefónt -en Brasil las duchas son eléctricas-. Las impactaba escuchar lo que había pasado en la dictadura, desde el toque de queda, hasta las muertes y desapariciones. Las sorprendía ver a los chilenos cabizbajos, tristes, preocupados.

Un día, un compañero la invitó a almorzar a su casa. Les abrió la puerta la mamá de su amigo, vestida con falda y taco alto. Izani la encontró muy formal, le pareció que tenía los pies hinchados dentro de esos zapatos. No entendió porqué se vestía así en su casa, porqué no usaba algo más cómodo. Pero la sorpresa no terminó ahí. Izani vio cómo todos se sentaban a la mesa mientras la señora les llevaba los platos servidos a cada uno, antes de sentarse ella. Si alguien quería más, la mujer dejaba de comer, se paraba y le servía.

La escena le chocó. En Brasil un país tanto o más machista que Chile, nunca había visto eso. En su casa, por ejemplo, las ollas llegaban a la mesa y cada uno se servía. Todos comían juntos.

Tiempo después Izani llegó a la facultad con una falda corta, “ni siquiera una mini” y sus compañeros la llenaron de piropos. Izani sintió como ofensas. Le pesó el estereotipo de la brasileña con poca ropa bailando en el Carnaval de Río. “Es broma, Izani, no te enojes”, le decían al verla indignada. Pero para ella era otra muestra del machismo.

-Cuando llegué a Chile lo encontré machista como Brasil y como toda Latinoamérica. Pero lo que sí me impresionó fue la violencia que contiene ese machismo. Hay un constante menosprecio. Si tú manejas bien, pero más lento, dicen: ‘Tenía que ser mujer’. O cuando tú asumes un liderazgo, te exigen “ponerte los pantalones” o gritar y golpear la mesa. En mi caso, yo soy pastora, trabajo en la iglesia, hago todas las cosas de mi casa, educo a mi hijo, voy al supermercado y muchas veces me siento cansada. Y siempre imagino la vida de las mujeres que no han tenido el apoyo del esposo, que son jefas del hogar y que tiene un sueldo de 40 mil pesos. Eso pasa mucho en Osorno. Y si tu hijo hace algo equivocado la culpa la tiene la mamá. La sociedad nunca pregunta dónde está el padre…-, reflexiona Izani.

A principio de septiembre del 91, una compañera mapuche la invitó a participar de un guillatún que se celebraría en Cerro Navia. A ella le interesó conocer las costumbres y partió con su amiga. Cuando llegó vio a un grupo de personas jugando a la chueca. Probó el mudai (chicha de trigo), y el catuto (una especie de pan). Pero lo que más le gustó de la cultura que estaba conociendo fue Juan Carlos Lincopi, un joven mapuche que había crecido en Santiago, pero que trabajaba en las causas de su pueblo. Fue ese compromiso lo que hizo que Izani se interesara en él. Conversaron toda la tarde, intercambiaron teléfonos y empezaron a salir. Las diferentes creencias no fueron un problema para empezar a quererse.

-En la cultura mapuche la mujer está más en la casa, pero también juega un rol importante. De repente uno dice que son machistas, pero hay que insertarse en la cultura y conocerla para analizarla-, explica Izani.
Cuando se conocieron, ella ya llevaba más de medio año en Chile y tuvo que volver a Brasil. Como la cosa iba en serio, Juan Carlos viajó con ella a pasar el verano en la casa de su familia. Estuvieron dos meses en Brasil y planearon que Izani volviera a Chile a fines de año. Era sólo una idea, pero algo adelantó los planes. Izani descubrió que estaba embarazada. La pareja se fue a vivir a Santiago.

Mientras estaba embarazada y a pesar de que los primeros meses tuvo muchas nauseas, Izani hizo algunos ramos en la facultad. Pero cuando Felipe nació, dejó de estudiar durante casi tres años. En la facultad, Izani participaba del Programa de la Mujer, en el que leían la Biblia desde una perspectiva femenina. Izani tuvo que escuchar cómo sus compañeras criticaban su decisión. Pero ella estaba segura de lo que hacía y hoy no se arrepiente.

-Es importante que cada una como mujer viva su realidad. La mía era esa, no podía pagarle a alguien para que cuidara a mi hijo. Por otro lado, los años que dediqué a Felipe son impagables.
Cuando su hijo estuvo más grande, Izani volvió a la facultad a terminar la carrera de Teología. Mientras, Juan Carlos seguía trabajando por la causa mapuche, participó en la creación de la Ley Indígena y llevaba a Felipe a marchar por Santiago.

En 1997, después de siete años de convivencia, la pareja se casó por el civil y sólo por el civil. Luego se fueron a Brasil, para que ella hiciera un magíster en Teología Práctica. Juan Carlos los esperó en Santiago. A la vuelta de cuatro años Izani se ordenó como pastora y se instaló con su hijo en Osorno, en una casa azul, no muy grande, con un antejardín con flores.

Ya lleva 6 años ahí velando por las almas de una pequeña comunidad de 35 personas. Con cierta frecuencia, también IIzani participa en debates sobre sexualidad y derechos de la mujer, que distintos grupos organizan en todo Chile. En cada lado Izani es estimada y oída porque cuando aborda un tema pone sobre la mesa la palabra de Dios junto a la azarosa vida real de las personas. Ella habla de sexo y ha disfrutado el sexo. Ella habla de embarazo y puede decir que quedó embarazada sin estar casada y que no cree que eso defina nada importante. Cuando Izani se reviere a los mandatos de Dios, los humaniza porque después de predicar no usa silicios al estilo Opus Dei sino que llega a su casa y se preocupa de su hijo y tiene que cocinar y le pasan todas las pequeñas cosas que hacen que los ideales tengan dimensiones humanas.

Hoy, por ejemplo, está a favor de la repartición de la píldora del día después y la descorazonan las cruzadas de derecha por frenar el acceso a ese medicamento. También es partidaria de la despenalización del aborto entre otras cosas porque “en ninguna parte la Biblia habla del aborto como pecado”.

-La Iglesia debe acompañar a la sociedad, desde la palabra de Dios pero no imponer- dice. Y agrega: “La Iglesia puede plantear su pensamiento, pero no dejar de reconocer que hay otras posturas también”.
Izani nació en Esquina Gaúcha, un pueblo al sur de Brasil. Sus padres, descendientes de alemanes, tenían un bazar en el pueblo. Sus abuelos, tíos y primos también vivían por ahí cerca, pero eran campesinos. Izani fue una niña feliz, sin ninguna preocupación. Iba a una escuela rural, cuidaba una huerta, jugaba con sus amigos a la ronda o a saltar la cuerda; cosas simples porque no tenían juguetes. Su familia era humilde, pero nunca les faltó nada. Los domingos iba a la escuela de la Iglesia Luterana, que tiene una presencia importante en el sur de Brasil y es la religión que sus padres le inculcaron desde que nació.

La navidad era una fecha importante en Esquina Gaúcha. Era el único día del año en que a los niños se les compraba ropa nueva. Esa noche, en la Iglesia Luterana se hacía el culto y los niños actuaban el nacimiento de Jesús. Armaban todo el pesebre y se vestían de pastores, ángeles y reyes magos. Izani incluso fue María alguna vez, pero es el traje con pequeños cuadraditos verdes del pastor el que hoy recuerda con nostalgia.

Cuando Izani cumplió 11 años, la construcción de la usina de Itaipú -la mayor central hidroeléctrica del mundo que comparten Brasil y Paraguay- obligó a sus abuelos y tíos a abandonar sus tierras, que fueron expropiadas para ser inundadas. Por supuesto, los precios que les ofrecían por sus parcelas eran muy inferiores al valor real de éstas. Fue entonces cuando Izani vio a un pastor luterano en acción. El hombre, de unos 35 años, llenaba buses con gente para ir a las Cataratas de Iguazú a exigir un pago justo para los campesinos. Finalmente, Izani y toda su familia tuvieron que dejar Esquina Gaúcha para ir a vivir a Itaipulandia, un pueblo un poco más grande.
Fue ahí donde Izani, a los 18 años, conversando con el pastor de su iglesia, se enteró de que las mujeres luteranas también podían estudiar teología y ser pastoras. Ella llevaba algunos años preparando a los niños para la confirmación, recordó al pastor que organizaba las protestas contra la hidroeléctrica, y le pareció que podía ser una buena idea.

Cuando llegó a estudiar a la Facultad Luterana de Teología, en São Leopoldo, Porto Alegre, Izani se dio cuenta de que existían diferentes grupos entre los estudiantes: los de la lucha por la paz, los que apoyaban al Partido de los Trabajadores (PT), el grupo de mujeres y los carismáticos. A Izani le dijeron: “No te metas con las mujeres, son feministas y radicales”. Ella las había visto poco, pero las encontraba raras.

Durante los primeros meses se dedicó sólo a observar. Así, por primera vez escuchó a jóvenes discutir entusiasmados sobre los malos salarios y condiciones laborales, sobre la violencia y los derechos de las mujeres. Por primera vez vio a niños viviendo en la calle, a prostitutas y a personas sin tierra. En el pueblo donde había crecido no se veían esas cosas. La nueva realidad la impactó y empezó a mirar el mundo con ojos más atentos.

Empezó a participar en el grupo que apoyaba al PT. Justo entonces, los trabajadores de Brasil organizaron un paro general, buscando mejores sueldos. Ese día, Izani se levantó a las cinco de la mañana y con un grupo de compañeros se fue a parar afuera de la fábrica de armas Amadeo Rossi. Todavía era temprano y no había mucha gente, pero de a poco empezaron a llegar los trabajadores y la tarea de Izani era convencerlos de que no fueran a trabajar, de que era importante apoyar el paro.
A medida que avanzaba el día la situación se iba poniendo fea y llegó la policía mostrando sus armas. Pero Izani, ganándole al miedo, siguió levantándose a las cinco de la mañana y yendo a la fábrica de armas durante los cuatro días siguientes.

El próximo paso de Izani fue vencer sus prejuicios y acercarse al grupo de mujeres que estaba leyendo la Biblia – que es la base fundamental de la religión luterana- desde una perspectiva femenina. Entonces, se dio cuenta de que las mujeres están tan presentes y son tan importantes en la historia bíblica como los hombres. Descubrió a Débora, una profetisa que gobernó Israel durante cuarenta años que fueron pura paz para ese pueblo. Descubrió que Sara, una mujer mayor que tuvo un hijo con Abraham- el llamado “padre de la fe”-, fue la que permitió que existiera toda su descendencia. “¡Entonces Sara es la madre de la fe! ¿Por qué nunca se habla de ella?”, pensó. Ayudada por las mujeres que antes había encontrado “raras”, se dio cuenta de que no sólo esas mujeres bíblicas eran ignoradas por una sociedad dirigida por hombres. Fue el gran click en la vida de Izani. Por primera vez se sintió discriminada y se dio cuenta de que ya nunca más sería tan feliz como antes y de que ahora sí tenía algo por qué luchar.

Cuando volvió a su casa en las vacaciones de ese año, Izani por primera vez veía cómo las mujeres de su pueblo eran relegadas a los espacios y labores domésticas. Cuando le pidieron que fuera a recoger la ropa y la planchara, Izani pensó: “A ver, ‘puedo’ hacerlo, porque quiero ayudar. Pero no ‘debo’ hacerlo porque soy mujer”. Sus familiares la encontraron cambiada. Ya nunca volvería a ser la niña tranquila, que creció sin preocupaciones.

EL ABORTO Y LA IGLESIA
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En la edición del 18 de enero de The Clinic, Izani sorprendió en una entrevista con su discurso abierto y realista sobre la píldora del día después y el aborto. Ella empezó a involucrarse con el tema el año 2004, cuando la Universidad de Los Lagos, con la intención de escuchar una voz religiosa distinta a la de la Iglesia Católica, la invitó a hablar sobre el tema del aborto. Ella entonces recordó que durante sus años de estudiante había acompañada a algunas amigas que habían tenido abortos espontáneos e inducidos. Nunca, eso sí, se había dedicado a reflexionar sobre el tema. Entonces, se puso a trabajar. Y lo primero que hizo, como siempre hacen los luteranos, fue volver a la Biblia. Y descubrió que en ésta no hay ningún texto que hable del aborto como un pecado. Fue liberador para ella y le permitió pararse a hablar del tema desde un lugar distinto.

“Ahí entra lo del no matarás y la discusión de cuándo empieza la vida, pero yo escucho a la ciencia. A mí me parece horrible que no haya aborto terapéutico en Chile, un tremendo retroceso. Me acuerdo del caso de una mujer que llegó a la Corte de Apelaciones porque corría riesgo de vida. Empecé a escuchar testimonios de mujeres chilenas que abortaron en otros países, con toda la asistencia médica y psicológica. Y así empezó nuestra lucha. Nosotros no estamos promoviendo el aborto, ojalá no haya, pero tener una ley implica proteger a las mujeres, sobre todo a las de escasos recursos. Para terminar con el aborto necesitamos una educación sexual fuerte”, explica Izani. El resultado de esa primera invitación se convirtió en la ponencia Aborto, Religión y Ética, que Izani ha presentado en diferentes ciudades.

¿Durante los años que llevas en Chile, has visto una evolución en relación a la educación sexual?
-Sí, ha evolucionado, aunque no tanto como quisiéramos. Uno ve que los jóvenes conversan, que en las farmacias los condones están a la vista. Pero a mí me preocupa que junto con el tema de la sexualidad, hay que hablar de la responsabilidad sexual. Me preocupa el tema del Sida. Yo no estoy hablando de ser puritanos, tener pareja única para toda la vida, cosas así. Ahí es fundamental el tema de la última campaña del Sida y el uso del condón.

-¿Qué te parece el rol que ha jugado la Iglesia Católica en estos temas?
-Me frustra ver que los programas están andando, que hay todo un esfuerzo del gobierno y de repente se sacan y todos sabemos que es por presiones de la Iglesia Católica. Cuando había salido el tema de la Jocas acompañé a una señora de Peñalolén a hacer un taller a un colegio. Me llamó la atención que lo hizo muy bien, llevó una zanahoria, condones y explicó cómo usarlos. Luego vino toda una polémica y terminaron sacando las Jocas. Siempre me ha parecido que la Iglesia Católica ha sido contraria a cualquier educación sexual que se proponga, al mismo tiempo que ellos no proponen otra.

Y las mujeres, ¿cómo viven su sexualidad hoy?
-Con las mujeres de los grupos uno trata todos estos temas. Algunas son capaces de disfrutar, pero también pesa mucho esa moral impuesta. No siempre la mujer habla lo que le pasa, usa el nombre de la amiga, de la vecina, pero uno se da cuenta que está hablando de ella.

¿Qué es lo que las complica?
-En general hay ausencia de cariño y de afectividad en la sexualidad. Es una cosa mecánica del matrimonio, algo que hay que cumplir Yo he conversado mucho el derecho a decir no, y es difícil. Cómo tú explicas a tu compañero que no tienes el deseo y eso no significa que no lo amas o tienes a otro…

¿Crees que estas conversaciones entre mujeres las ayudan en la práctica?
-Yo lo he visto. Y no sólo a ellas, también pasa conmigo. Por ser pastora no es que tú enseñas, sino que ese compartir experiencias es un proceso de enseñanza-aprendizaje. Hay un crecimiento mutuo. De repente compartimos consejos como, pucha, sale, anda a tal lugar con tu pareja, dale tiempo, cómprate esto, cuídate acá.

¿Has visto la tan comentada “apertura” en Chile durante los años que has estado acá?
-De a poquito vamos despertando. Me impresionó que fuera tanta gente a Tunik, no me lo esperaba. Fue una especie de catarsis. Pero yo pienso que la apertura no pasa por sacarse la ropa, pasa por acá (se toca la cabeza). Yo, por ejemplo, no tengo ningún problema con la Cecilia y el vestido transparente. Bueno, es un sentimiento encontrado, porque a veces me da tristeza ver a la mujer en ese papel, pero también digo, bueno, es su trabajo. Pero prefiero ver a mujeres discutiendo, no creo que vaya por ahí la cosa.

-¿Has visto un cambio en el rol que cumple la mujer en Chile?
-Yo creo que hay que reconocer el papel que jugó la mujer para que volviera la democracia. Salieron a la calle, trabajaron, las ollas comunes. Ahora se ha incorporado más mujeres en la política pública, pero la junta de vecinos también es política y tan importante como estar en un cargo público.

¿Ha sido importante para las mujeres tener a Bachelet de Presidenta?
-La idea de una mujer presidenta me parece estupendo, es muy gratificante para todas las mujeres. Somos capaces, aparte de la cocina podemos estar en otra parte. Fue interesante el discurso cuando asumió: “Ahora mandamos nosotras”, ese empoderamiento.

-¿Y cómo han respondido los hombres a ese empoderamiento femenino?
-Ella está pagando el hecho de ser la primera mujer presidenta. No sólo con ella, se da con todas las líderes mujeres. La gente no entiende el liderazgo femenino, que es distinto al masculino. Nosotras vemos las cosas de otra manera y las hacemos distintas, tenemos nuestros tiempos y la gente no lo entiende. Que tiene falta de liderazgo, que tiene que hablar más fuerte, que tiene que golpear la mesa. ¿Qué significa eso? ¿Que tiene que hablar en el mismo tono que hablaba Ricardo Lagos, que callaba a todos los periodistas y nadie podía preguntar nada y listo?

¿Qué te ha parecido su primer año de gobierno?
-Lo ha hecho bien, yo creo que hay un aprendizaje. En el tema de la pastilla del día después ha estado súper bien. Creo que es tremendamente cercana a la gente, su discurso es más accesible, no tan autoritario. Tampoco todo lo ha hecho bien, pero muchas cosas las heredó del gobierno anterior.

-¿Crees que tener una presidenta le abre las puertas a las mujeres?
-Sí, pero siempre es importante que las personas estén por su capacidad donde están, diferente que sean hombres o mujeres. La lucha de las mujeres no es que nos den espacio porque hay que hacerlo. Nosotros tenemos capacidad para estar en diferentes labores. Pero hay que seguir, no hay que acomodarse.

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