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Opinión

17 de Julio de 2014

El nacimiento

Igual que los padres estrictos, los enemigos de los acuerdos creen que ceder es una muestra de debilidad, y encontrarle la razón al otro, una derrota vergonzosa. Sus ideas los extasían. En algo aciertan: transa el que está consciente de que no posee toda la verdad. Transa, también, el cobarde y el felón, el traidor, […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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553-EDITORIAL
Igual que los padres estrictos, los enemigos de los acuerdos creen que ceder es una muestra de debilidad, y encontrarle la razón al otro, una derrota vergonzosa. Sus ideas los extasían. En algo aciertan: transa el que está consciente de que no posee toda la verdad. Transa, también, el cobarde y el felón, el traidor, el que a espaldas de sus representados vende una causa por intereses viles. Pero ese no es en verdad un amante de los acuerdos, sino un bicho inseguro y desdichado que, en lugar de jugar decentemente, su ratonil afán de triunfo lo lleva a entregar incluso al amigo con tal de ganar un partido.

Si he de ser sincero, políticamente hablando, prefiero al que transa de manera vergonzosa que al santón obstinado. El primero representa el papel de pobre diablo en las tragedias de la historia, mientras el segundo es capaz de conducir, inflamado de orgullo, a sus hijos al despeñadero. La nacionalización del cobre durante el gobierno de Salvador Allende, sin ir más lejos, fue el último acuerdo amplio antes del golpe de Estado.

Pero vamos al punto. ¿El acuerdo tributario fue un acto cobarde o uno de sabiduría? A mí me falta información.

Lagos Weber asegura que nunca estuvo en ningún tecito negociando su voto, y que todo lo acordado le satisface, aunque reconoce que, como han advertido Andrea Repetto y Eduardo Engel, asuntos importantes se jugarán en la redacción de la ley. Ahí se verá si se cierran los caminos al fraude, o si se los deja abiertos como quien no quiere la cosa, caso en el cual se debiera concluir que no todo fue honesto en ese trato.

Nadie que crea en la democracia, sin embargo, puede aspirar a imponer sus convicciones por sobre las conclusiones del diálogo. Más acá de las pasiones y los heroísmos, esa actitud es un logro civilizatorio.

Bandos que no pueden conversar, son el escenario ideal para el estancamiento egótico. Discutir con vehemencia, sí; acallar al contrincante, no. Es obvio que no cualquier acuerdo es bueno, pero es raro despreciar a priori un acuerdo.

No creo que defenderlos implique simplemente el regreso de la lógica concertacionista, como le ha dado por repetir a los analistas de la plaza. Las experiencias también se incorporan. Lo que la Nueva Mayoría se supone que debiera superar son los viejos acuerdos de esa coalición, aquellos que un selecto grupo suscribía, y que poco tienen que ver con los actuales deseos de los chilenos. Su reto es generar otros y, para indignación de revolucionarios y reaccionarios, me temo que está sucediendo.

Se está diseñando una nueva medida de lo posible. Las marchas del año 2011 fueron las encargadas de exigirla con claridad. No estarán a la altura de los soñadores, porque la democracia se ahoga pronto en la estratósfera.

No creo tampoco que esté el ambiente para que se produzcan entre cuatro paredes, sin atender a la onda ciudadana, porque hoy contradecirla es la muerte electoral. La derecha apostó por eso y terminó rebuznando en los potreros. Parece que comienza a darse cuenta. Interesante el ambiente instalado.

Ya nadie discute la necesidad de cambios y los ansiosos empiezan a entender que no se puede parir mientras se engendra. Tal vez no sea una casualidad que discutamos del aborto en momentos en que se desarrolla este cigoto. Milito en los grupos pro choice, pero esta vez se trata de un niño muy deseado.

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