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Poder

25 de Agosto de 2014

Rodolfo Carter, el aparecido

En su juventud, el alcalde de La Florida fue DC y trabajó por la campaña del NO y de Aylwin. En la Universidad se hizo cercano al gremialismo y derivó, como es natural, en la UDI, partido con el que tiene una relación bipolar. Rodolfo tiene 43 años y es soltero. En su vida hubo dos amores, uno de ellos es hoy ministra de Bachelet.

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Enero de 2001: Rodolfo Carter se pasea nervioso por el Capitolio. Está ahí por una beca de Leadership Institute a jóvenes talentos. A diferencia de sus compañeros, apenas habla inglés y golpea insistentemente una cafetera que no funciona. Una secretaria de 50 o, quizás, 60 años lo observa e interviene:

-Rodolfo, how may I help you? (¿Te puedo ayudar?)

Carter tarda en armar la frase para responder.

-Oh, yes. I would like to take a coffee (Quiero tomar un café)-, le cuenta.

-With milk? (¿Con leche?)

Carter está nervioso. Quiere decirle que sí, que con una gota (a drop) estará bien. En vez de eso responde “Yes, a blow (Sí, una chupada)” y la mujer lo mira intrigada.

– A blow? (Una chupada)
-Yes, a a little one (Sí, una chupadita).

A los pocos días, Carter es famoso entre los pasantes: es el chileno que pide sexo oral, el que no tiene el manejo idiomático del resto, pero que igual es parte del grupo.

Se queda en Washington hasta el cambio de mando de Bill Clinton a George Bush. Está a cargo de cuidar que no se desordenen los cincuenta niños que representan a los estados de Norteamérica. Por casualidad ve pasar a Hillary Clinton y, a unos pocos metros, a Ricky Martin. Carter está feliz: es parte de algo histórico, aunque su rol no tenga ningún glamour.

“Esa anécdota la cuenta siempre”, relata un diputado de la Unión Demócrata Independiente que cree que la escena lo retrata. “Carter es eso: una foto que sale movida. Nunca calza, pero ahí está”.

Hoy, agosto de 2014, Carter podría definirse como una imagen poco nítida. Es alcalde de La Florida, aunque para su primera elección en las urnas, la UDI, partido donde milita, movió todas sus fichas para poner a alguien con más tonelaje político, y menos prontuario en DICOM; es el que está en los medios porque quiere entregar marihuana con fines curativos; es el que puso un condón gigante, de 12 metros de altura, en la intersección de las avenidas Américo Vespucio y Vicuña Mackenna, pese a que su partido rasga vestiduras por el anticonceptivo de emergencia; es el pelopincho en una colectividad de rubios de tez clara; es el soltero sin hijos de 43 años en una tienda donde la gente se casa antes de los ’30 y tiene en promedio cuatro niños o más.

LA POBLACIÓN

Un par de zapatos para el invierno, otro para el verano. Los dos pares duraban hasta que, de tanto romperse, no podían repararse. Esa era la indumentaria de Carter en su infancia en Villa Alemana a principios de los ’70.

No era estrictamente pobre, o no tanto para una época en que parte de los niños andaban a pie pelado. Era, por así decirlo, menos pobre que otros de su barrio: comía bien, vivía en una casa quinta con huerta y árboles frutales y aunque era allegado, no vivía hacinado. El hogar lo compartía con su madre y sus abuelos. Su papá, Jorge, era junior en Santiago en la Sociedad Nacional de Agricultura, así es que lo veía sólo los fines de semana.

Carter no jugaba mucho con otros niños en Villa Alemana, así es que aprendió a leer a los cuatro años y desde entonces, ha confesado, es de los que hablan solos y sueñan despiertos.

Creció en Santiago, en la población Los Copihues. Llegó allí, al bloque de la esquina de Departamental con Avenida La Florida, en 1976. Se instaló en una vivienda social sin luces desde cuya ventana se podía ver el campamento San Rafael, en los terrenos donde ahora se emplaza el mall Plaza Vespucio.

En una comuna plagada de casas de cartón, Carter era una especie de privilegiado. La suya era de concreto y aunque los allanamientos en dictadura eran periódicos, a los habitantes de Los Copihues casi nunca los empelotaban en las calles, como ocurría con los pobladores de las tomas. En 1980, con nueve años, escuchó por radio parte del discurso del Presidente Eduardo Frei Montalva y le preguntó a su padre quién era ese señor.

Entonces Carter, el niño que era de La Florida, pero que estudiaba en un liceo subvencionado en Macul, donde se sentía más cómodo que entre sus pares, supo que había un concepto, “la política”, del que estaba prohibido hablar. Y que toda la familia era Demócrata Cristiana, como Frei, y que eso no debía mencionarse jamás.

En el liceo Camilo Ortuzar Montes, de los salesianos, Carter, ya grande, vio aparecer más de una vez por los patios al cardenal Raúl Silva Henríquez, supo de las violaciones a los derechos humanos, fue presidente del centro de alumnos, se hizo parte de la Agrupacion Secundaria de Estudiantes Cristianos (ASEC), fue íntimo amigo de un líder de la Jota, conoció en asambleas a Ricardo Palma Salamanca (el confeso guerrillero del FPMR que disparó contra Jaime Guzmán), al actual ministro Víctor Osorio y al diputado Daniel Núñez, el “Happy”. Trabajó por la campaña del No y votó por Patricio Aylwin para Presidente. Y cultivó plantas -no de marihuana, sino ornamentales- con el padre Alfonso Jorn.

Era un DC de base comprometido, pero por alguna razón, Carter sentía que él y la DC no calzaban al 100%. O más bien, que él no encajaba con el ala izquierda de la DC y que en cualquier momento el romance con el partido o terminaba en boda o se iba al carajo. Entonces entró a estudiar derecho a la Universidad Católica, la cuna del gremialismo, y se encandiló.

LA CATO
Campus Oriente, sala N1, 1 de abril de 1991, 18.00 horas. Jaime Guzmán termina su clase de segundo año de Derecho Constitucional y abandona el aula.

“Cacha, es Guzmán”, escucha Carter, de primer año, y se detiene a observar al personaje que se retira del lugar donde él debe tomar derecho romano. Le parece, esencialmente, insignificante: chico, medio regordete, muy blanco, mal vestido.

-Lo vi saliendo y no me hizo sentido con todo lo que se hablaba de él, el ideólogo de la dictadura-, ha dicho.

Recién al llegar a su casa en Los Copihues se entera del asesinato. Al día siguiente, Hernán Larraín, al borde de las lágrimas, lanza un discurso que el floridano no olvida.

-Da lo mismo si ustedes son simpatizantes o contrarios a Jaime. Él hizo de su vida algo extraordinario, hagan de su vida algo extraordinario.

En rigor, Guzmán le dio un marco constitucional a una dictadura sangrienta, creó las reglas del sistema político que aún hoy están vigentes y estableció una ley de amnistía que no ha podido ser derogada. Pero más allá del contenido, a Carter le gustó la expresión y la leyó, en su fuero íntimo, como un mensaje dirigido: él podría, algún día, hacer algo, sino extraordinario, al menos relevante.

De a poco, empezó a cruzar las barreras que lo separaban de la derecha. Primero fue por los amigos: Miguel Kast, sobrino de José Antonio, y Sebastián Eyzaguirre, ambos simpatizantes de la UDI, que poco a poco dejaron de verlo como un eventual comunista con armas escondidas en su casa.

Carter, pese a que cada vez era más gremialista, seguía siendo un infiltrado: mientras sus nuevos amigos pasaban fines de semana en la nieve, él animaba cumpleaños porque la plata no alcanzaba para pagar la universidad y el colegio de su hermano. Desde los 14, ha trabajado y si alguna vez tuvo un verano con piscina, fue cuando le tocó cuidar casas en La Dehesa. Además no era pinochetista y eso, en el círculo en que se movía, era algo casi inaceptable.

Otro factor que inclinó la balanza hacia la derecha fue la cercanía con los profesores UDI, y en particular con el ex diputado y otrora ministro de Energía, Rodrigo Álvarez, quien lo apoyó cuando el padre de Rodolfo enfermó de Leucemia. Era 1995 y a Carter le faltaba un año para egresar. Álvarez lo instó a terminar la carrera y así lo hizo en 1996. Ese año, su padre murió, Álvarez partió a Harvard y él empezó a trabajar como procurador.

En 1997, Álvarez retornó y asumió una carrera como diputado. Su mano derecha fue Carter quien empezó a militar casi de inmediato. En la elección de 1999, la carrera fue entre Ricardo Lagos Escobar y Joaquín Lavín Infante. Carter se la jugó por Lavín. Ya había elegido una vereda, pero, nuevamente, estaba incómodo.

SIN FINAL FELIZ
Un dirigente UDI promedio a la edad de Carter ya tiene varios hijos y es Legionario, Opus Dei o al menos muy católico.

También es, casi siempre, hijo o familiar de otra figura prominente del partido.

Carter no, él es un aparecido en la UDI y por lo tanto es “sospechoso de algo”, como todo lo diferente en un mundo conservador. Rodolfo también contribuye a fomentar esa distancia con su matriz: critica sin pudor la dictadura, promueve clases de educación sexual y, además, es el rostro de la marihuana. También cree en el libre mercado y es cristiano, por lo que sabe que si bien no calza en la UDI, tampoco lo haría en otro partido.

Ser la pieza distinta no siempre ha sido fácil. En la universidad mantuvo una relación, que ha dicho que es la más importante de su vida, con otra estudiante de la UC. Ella vivía en Los Dominicos y Carter tomaba la micro los fines de semana hasta Paul Harris para ir a verla. El resto del trayecto lo hacía a pie. En el living de su novia cabía su casa dos veces. La historia no fue de teleserie y terminó de forma abrupta.

A sus cercanos le ha explicado que eran de mundos demasiado distintos, que parecía un transplantado en el barrio alto.

Con la ministra Javiera Blanco, el otro amor relevante para Carter, el noviazgo falló por otras razones, así es que hoy el alcalde no tiene pareja y vive con su madre y su hermano en una casa en Rojas Magallanes, en La Florida.

Antes vivió en el barrio El Golf. Solo. O casi.

EL INCOMPRENDIDO
En 2000, Carter fue electo concejal con la votación más baja de esos comicios. En 2004 y 2008 fue reelecto, la última vez como primera mayoría. Gustavo Hasbún ese año perdió la postulación a la alcaldía -buscaba reemplazar a Pablo Zalaquett, con quien Carter se llevaba mal- a manos de Jorge Gajardo y se enemistó con Rodolfo.

Algunos dicen que fue porque Carter no trabajó por él; otros, porque simplemente no congeniaron. Como sea, el diputado por La Florida y quien es hoy el alcalde de esa comuna son enemigos.

Con Álvarez se distanció en 2009, cuando estuvo a cargo de la campaña del “pelao” para el Distrito 21 (Providencia y Ñuñoa). El entonces presidente de la Cámara Baja perdió ese cupo y hubo un incidente por un ataque a la sede de la diputada Marcela Sabat que llegó al octavo juzgado de garantía donde se adjudicó la autoría al comando del UDI.

A la jefatura comunal, Carter llegó por chiripazo. En 2011, Gajardo renunció y la concejala Inés Gallardo, quien era del PPD, decidió votar por Rodolfo. La mujer recibió piedrazos en su casa y se trasladó con sus dos hijas y una nieta al departamento del UDI. Se distribuyeron como pudieron: ella ocupó, con su nieta, la cama de Carter; las dos hijas, el sillón; y Carter durmió por semanas en el suelo.

El concejo municipal tardó cuatro meses en dar el quórum para que asumiera como alcalde. Entre tanto, se supo que su informe comercial era desastrozo: tenía al menos 9 páginas en su Dicom por deudas de más de $57 millones, entre morosidades y protestos. Pablo Longueira fue quien lo convenció de seguir en carrera y aclarar lo que ha sido su versión oficial: todo se originaba en las deudas hospitalarias por la enfermedad de su padre.

En 2012 fue año de elecciones. Hasbún promovió a su hermano para la alcadía, Carter luchó por el cupo con uñas y dientes. Ganó el puesto, repartió cuadernos a los estudiantes con su foto y donde decía que el alcalde estaba ahí gracias a Dios, y empezó a pelear con la UDI. Hace unas semanas dijo que había renunciado, pero fue con elástico.

No está cómodo en la UDI, ha dicho. Y en la UDI tampoco están precisamente encantados con él.

En la Cámara hay diputados que aseguran que es un pintamonos y un arribista que se compra trajes caros y que ha aprendido a esquiar para ser parte del club.

Carter replica que se viste bien porque le gusta, pero que nunca ha negado su origen, que sabe que es una mosca en el oído para la UDI y que cualquier día cierra la puerta. Cree ser, en suma, un incomprendido que desea estar otro periodo en la alcaldía y después, quién sabe, partir al Congreso o a Harvard.

Para eso, por ejemplo, ha estado mejorando su inglés.

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