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Opinión

2 de Diciembre de 2014

Columna: Leer porno a los 200 años de la muerte de Sade

Este 2 de diciembre se cumple el bicentenario de la muerte del Marqués de Sade, padre del porno literario. Natalia Berbelagua, autora de Valporno, le pone cuerpo a la efeméride.

Natalia Berbelagua
Natalia Berbelagua
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Leer-porno-a-los-200-años[1]

A esta alturas pensar la pornografía como algo transgresor es estar fuera de foco. Sobrestimulados en minutos, se llega a un punto muerto donde lo inevitable es sentirse anestesiado. El primer plano sexual no es más que dos cuerpos frente a una cámara con fines comerciales. Gemidos falsos, estética pobre, escaso argumento. Es la inmediatez la que nos hace hacer clic en los videos. Diez minutos de sexo hetero, homo, lésbico y una serie de categorías a gusto del consumidor. Ya nadie debiera escandalizarse por eso.

Algo distinto ocurre con la literatura. Me pasa habitualmente en el metro. Si uno se pone a pensar, la verdadera orgía es estar brazo con brazo, sudando, a una distancia de beso, rozándose voluntaria e involuntariamente. Cuando se saca un libro en esas condiciones se entiende que por lo menos dos o tres personas van a leer contigo. Recuerdo dos anécdotas al respecto. La primera fue en el trayecto Pajaritos-Santa Lucía. Iba leyendo El Necrófilo, de Gabrielle Wittkop, justo en la parte en que el tipo se salta la muralla del cementerio para robarse el cadáver de una conocida actriz y llevarla a su casa con fines amatorios. A mi lado iba un hombre de la tercera edad. Miraba atentamente la hoja. Cuando le tocó bajarse en Estación Central, me tocó el hombro. ¿Señorita, me podría decir el título del libro? Claro. El Necrófilo. Me sonrió y se bajó dándome las gracias. Segundo caso. Recorrido San Miguel- Los Héroes. Iba leyendo Justine o los infortunios de la virtud, de Sade. La escena de cualquier horario punta en cualquier línea. Tras de mí un par de mujeres de alrededor de cincuenta años. Al cabo de un rato escucho a la altura de mi nuca: “Qué asco, y mujer más encima”. Esta última frase me hace recordar una tercera anécdota.
Valporno exhibiéndose en una librería del puerto. Llega una clienta indignada. Exige al librero que le devuelva la plata y además lo increpa por haberle recomendado lo que ella definió como una porquería. El dueño le dice que no puede, que mejor lo regale. La mujer no vuelve más.

¿Qué es lo que hace a cierto tipo de literatura más violenta que una película? ¿Por qué la disposición frente a la imagen que se muestra en la pantalla es más laxa que frente a lo que se lee? Me hubiese gustado preguntárselo al viejo sucio de Sade, que pasó a ser abono hace doscientos años y aún sigue perturbándonos con imágenes que bastaron con ser leídas una vez para cambiarnos la forma de concebir la pornografía.

A veces se comete el error de tomar sus libros como iniciación a la literatura erótica. Y digo que es un error porque ahí está todo lo que se necesita saber acerca de la perversión: jóvenes, viejas desdentadas, esclavos, animales, objetos son los participantes de las cenas orgiásticas que propone. Y así como se descubre el cuerpo por partes, también se podría partir por algo más sutil. Pero si la tentación por Sade es muy grande, recomiendo La filosofía del tocador, primera estación en ese viaje al deseo erótico que alcanza su clímax en 120 jornadas de Sodoma. Yo que no tuve guía, partí por este último, que no solo me abrió los ojos a una oscuridad insospechada, a una degradación donde el único límite posible es el vértigo o el miedo, y lo único que importa de verdad, es el placer. También me arrojó a la escritura de un género donde la suciedad termina cruzándose con la belleza.
Leer a Sade puede ser lo más parecido a la pérdida de la virginidad o participar de un rito satánico. Hoy puedo asistir a la peor de las imágenes exigiendo que además de ser original, esté bien escrita y tenga cierto encanto. Entendiendo que el buen porno también provoca en el cuerpo un surco más. Siempre se corre el riesgo de salir más viejo.

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