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Poder

16 de Diciembre de 2014

Empresario vinculado al caso Penta enchuchado con su contador: “Me voy a dar el gusto de pegarle una PATÁ EN LA RAJA cuando termine el juicio”

El “Fraude al FUT” se ha convertido en el escándalo del año. Una bolsa de gatos que llegó a involucrar al ex gerente del grupo Penta, Hugo Bravo, y que luego derivó en una compleja investigación, que tiene a políticos y grandes empresarios en la mira de la fiscalía. Hoy son más de 122 los contribuyentes formalizados por fraude, la gran mayoría de ellos acusados de haber recibido devoluciones que van desde los 8 a los 50 millones de pesos. Si bien algunos sabían que ese dinero era ilegal, varios han declarado que fueron engañados y otros que ni siquiera tenían idea que estaban involucrados. The Clinic habló con uno de los empresarios investigados que prefirió omitir su nombre. Estos son sus descargos.

Por

caso-Penta_Calquin[1]

“Lo recuerdo claramente. A fines de octubre de 2012, un millonario depósito apareció en mi cuenta corriente personal: “Pago proveedores Tesorería General de la República: $8.000.000”, se leía en la cartola. Al principio me sorprendí, pero después comencé a sospechar. Como todo era tan confuso le pedí explicaciones a mi contador. Él me tranquilizó diciéndome que lo más probable es que hubiese un error y que él lo solucionaría. Logró quitarme la ansiedad.

A mi contador lo conocí hace nueve años, cuando por cosas de la vida me convertí en empresario. Llegar hasta acá no ha sido fácil. Desde niño trabajé en la feria y ni siquiera terminé cuarto medio. Estuve 18 años en una empresa y hace una década comencé a emprender con un pequeño negocio que hoy se ha convertido en mi pequeña fortuna, con ventas cercanas a los 80 millones de pesos mensuales.

Recuerdo que lo llamaba todas las semanas para preguntarle si había tenido noticias del depósito, pero siempre había una excusa. Había pasado un mes cuando en una revisión rutinaria de mi cuenta en el Servicio de Impuestos Internos (SII) me apareció un mensaje que decía: “contribuyente inconcurrente”. Le pedí nuevamente que averiguara qué había pasado y si esto tenía que ver con los ocho millones de pesos. Pero llegó el 2013 y no tenía explicaciones para nada. Le di un ultimátum: “cagaste, si no me arreglai esta hueá en un mes te quedai sin pega”, le dije. Me fui de vacaciones en enero a una parcelita que tengo en la Quinta Región, y a la vuelta nuevamente no había respuesta. Así que lo eché. Contacté a un contador que es hijo de uno de mis empleados y lo primero que le encargué fue ir al SII a aclarar los problemas. Cuando llegó allá, me llamó inmediatamente: “¿Estai sentado?”, fue lo primero que me preguntó.

Yo sabía que la cosa no iba para bien. Mi nuevo contador me trajo un número de teléfono donde debía llamar, y un hueón al otro lado de la línea me pidió que fuera inmediatamente a la calle Almirante Gotuzzo. Cuando llegué allí supe que la cosa era grave: “Departamento de delitos tributarios”, decía el cartel de bienvenida. Me puse blanco: “¿En qué me metió este hueón?”, fue lo primero que pensé.

Apenas llegué me hicieron declarar. La pregunta del millón: “¿Usted se arregló con el contador?” La respuesta fue no. Me explicaron lo que supuestamente había hecho: “Usted hizo una rectificación de su declaración de renta del año 2010 y dijo que su empresa había tenido pérdidas. De esta manera obtuvo una devolución de impuestos que no correspondía”, decía el funcionario. “¿Usted se arregló con el contador?”, volvió a preguntar.

Estuve tres horas declarando en el SII. Me decían que reconociera, que les diera más datos y así ellos podrían alivianarme la carga. Me pidieron que describiera a mi contador: “El guatón parrillero, su apodo era Bob Esponja, una vez se tomó 30 pilsen en un asado”, le dije a los fiscalizadores. “Un hueón más ordinario que yo”, agregué. Les comenté, además, que lo conocía hace una década, que le pagaba 30 mil pesos mensuales y que le había ayudado a comprarse una casa.

A esa altura nadie me había explicado que por esto podía irme preso. Cuando salí del SII me fui inmediatamente a la oficina de mi contador. Me encontré con una montonera de pacos que se estaban llevando los computadores. Se la hice corta: “¡¿En qué hueá me metiste?! Vengo de declarar en un fraude tributario. Conchetumare, ¿en qué me metiste?”, fue lo primero que le dije. Lo negó todo. ¡Me moría de ganas de ponerle una patá en la raja! Ese mismo día me enteré que tenía a 32 hueones metidos en el mismo cuento.

A fines de marzo llegué a un acuerdo con el SII. La plata no la había tocado, así que se las devolví inmediatamente. El problema fue que me cobraron una multa de cuatro millones de pesos. Hice la pérdida y pagué. Cuando pensaba que todo se había solucionado, este año me llegó una citación de la fiscalía.

En mi vida nunca me habían pasado siquiera una multa y ahora tenía un juicio. Esa huevá me dio mucha vergüenza. A mí me ha ido bien y no tengo motivos para estar metido en este rasquerío. Me enteré que hasta los ratis me andaban buscando cuando estaba de vacaciones. Así que lo primero que hice fue contratar a un abogado. La típica de ellos: “Ah, estai hasta el cogote”, me dijo en la primera reunión. Me sacó cuatro millones de pesos. Esta hueá me hizo mal, se me cayó el pelo y me peleé con mi señora, que no me creía nada. Además, me enfrenté a todos mis miedos, porque hay tres cosas en la vida a las que le tengo “julepe”: Dios, los abogados y los hijos de puta del SII.
Me formalizaron a mediados de este año junto con más de 50 contribuyentes. Nos hicieron pasar por grupos y mientras esperaba me puse a conversar. Había gente que recibió buenas lucas. Me encontré con una viejita de ochenta y tantos años a la que le habían depositado 100 millones de pesos y los desgraciados le habían dado apenas dos millones. A un mueblista, que también había recibido 100 millones, su contador le había dicho que esa plata era de una franquicia que pagaba el Estado. Así embaucaron a la gente, por ignorancia. Aunque hubo algunos contribuyentes que se coludieron con los contadores y los funcionarios del SII para estafar, la gran mayoría creía que esto era legal, y otros –como yo- no teníamos idea de nada.

Después de la formalización me enteré cómo se hicieron los chanchullos. Un fraude ordinario: había un gallo del SII (Iván Álvarez) que se metía desde su computador a la cuenta de los contribuyentes, cambiaba unos números y le autorizaban un pago. Después, se supone que la plata se la repartían entre todos. Yo me leí la carpeta del juicio para aprender, porque al final esto también me pasó por ignorante, y cuando la gente no tiene la formación es bien difícil saber cómo fiscalizar. Recién hoy sé lo que es una operación renta y lo que es el FUT.

A veces me pregunto si podré demandar al fisco y a mi contador. Me cuesta creer que todo esto haya sido un fraude tan simple. Por más que esté involucrado el ex gerente de Penta, esta hueá sigue siendo ordinaria, de país rasca. Muchos contribuyentes quizás no van a salir de esta, porque quedaron en el suelo. El que ya se gastó la plata, ¿cómo la devuelve? ¿Cómo paga la multa? Yo he pagado casi 10 millones de pesos entre multas, intereses y abogados, entonces ¿quién es el estafado?

Hasta ahora me he comido todas las rabias porque solo quiero salir de este cacho. Estoy esperando el momento para decirle a todos –abogados, jueces, contadores, y funcionarios del servicio- que son unos hijos de puta, aunque me lleven preso. A mi contador nunca más lo volví a ver. Cuando el juicio haya terminado creo que le haré una visita y se las voy a dar: me voy a dar el gusto de pegarle unas patás en la raja, porque es lo único que puedo hacer”.

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