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Mundo

21 de Diciembre de 2014

China y Latinoamérica, de la afinidad ideológica al negocio estratégico

Durante décadas, la relación entre China y Latinoamérica se limitó a la retórica de la amistad entre Pekín y los no alineados, o también al apoyo, con palabras más que con hechos, a movimientos revolucionarios en la región. Ahora, el dinero es el que mueve los vínculos.

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El inicio de las obras para el Canal de Nicaragua por parte de una empresa china, tal vez la más icónica infraestructura que se emprende en la América Latina del siglo XXI, simboliza como nunca el rápido posicionamiento de China como potencia comercial e inversora en el subcontinente.

Estados Unidos y España, que comparten con Latinoamérica una larga historia de altibajos, ven con inquietud este desembarco chino, que en solo 10 años ha conseguido acercar sus cifras de inversión y comercio en el subcontinente a las españolas y estadounidenses, aunque aún sigue por detrás de ambos.

Durante décadas, la relación entre China y Latinoamérica se limitó a la retórica de la amistad entre Pekín y los no alineados, o también al apoyo, con palabras más que con hechos, a movimientos revolucionarios en la región.

Esto cambió a partir del viaje del presidente chino Hu Jintao a Brasil, Argentina, Chile y Cuba en el año 2004, fecha que para muchos observadores marca un hito en las relaciones entre dos mundos lejanos pero con intereses poderosamente complementarios.

Hu prometió entonces que China invertiría en América Latina 100.000 millones de dólares en la década venidera e intentaría también llegar a esa cifra en cuanto a intercambio comercial, un objetivo superado con creces en la actualidad (261.600 millones de dólares en 2013).

La inversión china en la región pasó de 1.000 millones de dólares en 2003 a 87.800 millones en 2012, y solo la construcción del canal de Nicaragua ya supone otros 40.000 millones.

El país asiático está detrás de grandes proyectos en el sector ferroviario, el minero, el petrolero o el hidroeléctrico de la región, algunos de ellos dirigidos a cambiar los tejidos económicos nacionales, tales como el citado Canal de Nicaragua o la mayor central hidroeléctrica ecuatoriana, Coca Codo Sinclair.

Es quizá en el sector ferroviario donde la presencia china es más llamativa: Argentina, por ejemplo, restaura con ayuda del país asiático su durante décadas olvidada red de transporte ferroviario de mercancías, vital para conectar sus zonas agrícolas con los puertos exportadores (entre ellos la soja que China le importa a manos llenas).

En Colombia firmas chinas desarrollan la red ferroviaria atlántica, y en Venezuela participan en la edificación de la red que conectará Caracas con las regiones occidentales de producción petrolífera.

A todo esto ha de sumarse el acuerdo preliminar entre China, Brasil y Perú para construir un tren que conecte el Atlántico con el Pacífico a través de 3.500 kilómetros, otro faraónico plan para hacer sombra al Canal de Panamá que EE.UU. edificó hace un siglo.

El despliegue de los trenes chinos en Latinoamérica ha encontrado un primer bache recientemente en México, donde China lograba el contrato para construir el primer tren de alta velocidad latinoamericano (entre la capital y Querétaro) pero veía cancelado el acuerdo pocos días después, por irregularidades en el concurso.

Menos mediáticos, pero más abundantes y ya más consolidados, son los proyectos de China en los sectores petrolero, minero e hidroeléctrico de Latinoamérica, región donde el país asiático, por ejemplo, financia la cuarta parte de las minas de Perú (junto con Chile, la gran proveedora de cobre para la superpotencia asiática).

En Bolivia, empresas chinas extraen litio, materia prima básica para las baterías que alimentan móviles, ordenadores tableta y automóviles eléctricos.

Además, China, que mostró con su gigantesca presa de las Tres Gargantas su potencial en el sector hidroeléctrico, participa en más de una veintena de presas de todo el continente, desde Centroamérica a Perú, Argentina y Ecuador.

El desembarco chino en Latinoamérica tiene, según el profesor Simon Shen, experto en relaciones internacionales de la Universidad China de Hong Kong, cierto componente político, aunque entremezclado con intereses puramente empresariales.

“China alienta a sus firmas a salir al exterior, para diversificar su inversión y resolver los problemas energéticos chinos, pero las compañías también están movidas por los beneficios”, destacó a Efe.

La presencia china a veces enfrenta tensiones, como se vio con el accidente este mes en las obras de Coca Codo Sinclair, donde murieron 13 trabajadores, o en Perú, donde ha habido enfrentamientos entre comunidades indígenas y firmas mineras chinas.

Colectivos afectados por esta creciente presencia hablan a veces de “neocolonialismo” de China en Latinoamérica, de forma similar a como se etiqueta en ocasiones la fuerte apuesta del país asiático en África.

Otros matizan que los tiempos han cambiado y los gobiernos del continente tienen la madurez necesaria para buscar el beneficio mutuo.

“Los chinos suelen decir que han sufrido la opresión y no van a repetirla”, señala el escritor y economista colombiano Enrique Posada.

Para el profesor Shen, “estamos en una era diferente, y es difícil repetir exactamente el colonialismo ya que África y Latinoamérica tienen más poder negociador”.

Aunque el experto admite que las firmas chinas “suelen tener menos responsabilidad social corporativa que las occidentales, lo que las hace más propensas a despertar sentimientos negativos entre las comunidades locales”.

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