Toda la obra de Álvaro Bisama tiene el sonido de lo ajeno, el ruido que hacen las cosas que no se ven. De una exterioridad por lo común extraña, sus personajes pertenecen a “submundos de submundos”, y se mueven por la realidad con un pie dentro de la cabeza y el otro sobre una cuerda […]
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Toda la obra de Álvaro Bisama tiene el sonido de lo ajeno, el ruido que hacen las cosas que no se ven. De una exterioridad por lo común extraña, sus personajes pertenecen a “submundos de submundos”, y se mueven por la realidad con un pie dentro de la cabeza y el otro sobre una cuerda floja. La normalidad para Bisama es una ficción, y eso es cierto, como también es cierto que desde hace un par de años su narrativa ha ganado en tremendismo y perdido en liviandad y humor, y las metáforas que le dan forma y sostienen el mundo que quiere iluminar no conmueven.
A través de centenares de breves viñetas, Taxidermia cuenta la historia de un cineasta y un escritor de comics. La novela es un baúl de historias, o de comics, que se suceden una tras otra con una velocidad irregular. Hay episodios en el que se conjugan sordidez y enajenación muy bien, como el de la visita al topless. Y hay otros, muchos, en los que la sucesión de imágenes descentradas no termina por cuajar en relato, o frases sin mucha fuerza que son elevadas a categoría de iluminación (“Las historias, todas las historias, son un vómito de luz”).
Hay alegorías para repartir en Taxidermia. Del MIR, de la vida democrática, del cómic, de la novela, de la poesía, etc. La cantidad de líneas de interpretación que la novela se empeña en poner frente al rostro del lector, la abigarra y le da una textura viscosa. Muchas veces el acto de narrar más sencillo es saboteado por ejércitos de imágenes que intentan desconcertar pero que sólo consiguen entorpecer. Dispareja, la novela avanza a tropezones, intercalando episodios vigorosos y brutales con metáforas pop que se quieren de alta intensidad y sólo son fervorosas. Sólo una conjetura: Taxidermia parece sufrir de un exceso de escritura automática, de fiebre, o quizás de un exceso de tropos muy a la vista, que desnudan los mecanismos de la novela y atacan esa idea tan familiar y tan certera de la suspensión del juicio.
El estilo de esta novela busca, mediante el uso de repeticiones, inocular una emoción de extrañeza. De vez en cuando funciona, pero en buena parte del relato lo que se deja entrever es una economía al debe: “Las historias son cuentos chinos de terror. En estos cuentos chinos no hay chinos”.
Con todo, Taxidermia tiene momentos donde Bisama consigue plasmar al mejor Bisama, al narrador de Estrellas muertas y algunos cuentos. La visita al topless, y las secuelas, aunque pocas, de esa visita se encuentran entre lo mejor que ha escrito. Y ese es el tono que yo al menos busco en Bisama, un tono conocido, abandonado en parte, sin razón.
Taxidermia
Álvaro Bisama
Alquimia Ediciones, 2014, 239 páginas